En esta Europa, en este erial moral del laicismo integrista planificado por hombres que se creen dioses, pudo crecer y expandirse el Islam, que sin un Dios verdadero enfrente, sino mundanas patrias constitucionales entró y se asentó como el cuchillo en la mantequilla un día de agosto. Cincuenta años después, el Observatorio del Patrimonio Religioso de París arrojaba cifras más escalofriantes a una sociedad más sumisa y entregada a la diversidad progresista, la eutanasia de su Civilización. En 2020, por cada dos Iglesias que se destruían en Francia por incendio, abandono o derribo, se construían dos mezquitas en el mismo periodo. Sólo un 30% de los musulmanes en Francia acuden a los templos, pero ellos cuentan con un plan, un objetivo con respaldo económico y personal proveniente de países extranjeros que sufragan los gastos mientras se adentran en las nuevas iglesias de la modernidad, llamadas Instituciones de la République. En 2023 dos de cada tres incendios en iglesias son provocados por asaltantes, a veces violentos, a veces discretos. Nunca detenidos.
Este verano fue noticia fugaz la demolición del campanario y la iglesia de San Cornelio y San Cipriano en La Baconnière, en la rica región del Loira, por falta de fondos para su mantenimiento. El destino profano de esta iglesia es casi tan aterrador como el nuestro como civilización. Se ha planteado una resignificación a un centro cultural donde las asociaciones de colectivos de diversidad o cualquier otra subnormalidad progresista, que crecen al caldo del presupuesto público, puedan gozar de lo que no crearon como un entorno exótico, símbolo de derrota de lo que fue mejor que ellos. Es casi mejor destino la iglesia que fue transformada en rocódromo municipal. El Valle de los Caídos en España no le auguro mejor futuro. Europa goza de arte, espiritualidad, verdad y belleza como ningún otro rincón del planeta puede superar ni acumular, y todo ese Patrimonio moral es sustituido por quienes la odian, representantes de la fealdad vulgar tan poco ética. Quizá lo peor no sea la caída de una civilización, sino que lo haga a manos de bebedores de soja.
Algunos políticos y ciudadanos están preocupados por la destrucción del Patrimonio Cultural, pero ésta no es más que la consecuencia de la destrucción moral y espiritual previa. La profundidad de Dios se suple con libros de autoayuda y cánticos al clima. España no es distinta en eso. El aceleracionismo vivido en las últimas décadas ha hecho que mi generación pertenezca a una época en la que los intelectuales han crecido ignorando y despreciando a Dios en la conversación pública, de la que han quedado proscritos siglos de pensamiento moral que busca la Verdad, el Bien y lo humano. Como si fuese algo privado por vergonzoso. Pero como la higiene personal lo que haces en la intimidad tiene reflejo en tu vida pública, tu forma de pensar, perdonar y amar.
Todo resulta vacío en una iglesia sin amor, entrega y fe. Como un hogar sin la persona amada, como un Parlamento sin políticos honrados que amen su patria. Todo resulta vacío cuando dentro no se halla el motivo que les da sentido. Como nuestra civilización, con pocos defensores en la que quedamos algunos pocos idealistas quijotescos. En esta tarde de agosto sólo quiero volver a aquella iglesia de Saint Severin, en París. Todo lo que importa estaba allí.
Irene González | Escritora. Técnico de Auditoría de la Intervención General del Estado.
(Publicado originalmente en Voz Populi)