Feminicidio económico | Javier Toledano

Share on facebook
Share on twitter
Share on linkedin

Confieso que, reconcomido por la curiosidad, habría asistido de buena gana a la conferencia publicitada por diversas entidades (ADICAE, asociación Isidora Duncan y el “muy noble y leal” Ayuntamiento de Barcelona -dinero público-) para averiguar al fin que diantre sea eso de la “violencia económica” contra la mujer. Barrunto que podría tratarse de otra perrería malévolamente orquestada por el inicuo capital para fastidiar a las mujeres. No anduve listo y pasó la fecha. Maldición. De modo que he pensado en ello y esbozo aquí un aventurado pronóstico de mi propio santiscario.

Lo primero que me vino al magín fue componer un cuadro escénico algo truculento: los diferentes componentes del capitalismo en criminal conchabanza para practicar a las incautas y vulnerables mujeres una procaz violación de corte manadista. La inflación desatada y erecta, la fantasmagórica brecha salarial, la explotación laboral, los contratos en precario y la pobreza sistémica… todos esos vectores al alimón para someterla a mil y una vejaciones, a cual más atroz. El capitalismo convertido en brazo ejecutor del opresor heteropatriarcado. Otra cara, la más fea de todas, del machismo sediento de sangre femenina. El capital, babeante cual podenco, acude a la hembra al gulusmear en el aire sus íntimos aromas. Humilladas, escarnecidas, violadas, empaladas, golpeadas reiteradamente y asesinadas finalmente. Tal y como declaró Beatriz Gimeno (directora del Instituto de la Mujer, de la mano de Irene Montero, un cargo público cuyo sueldo ha sido por todos costeado, incluidos los hombres falsamente acusados de “violencia de género”): El patriarcado nos imagina inertes cuando nos quieren violar, empalar con palos o con sus penes usados como armas. Palabras verdaderamente conmovedoras.

De entre todos descuella el artefacto que ha sido dado en llamar “brecha salarial”. Los hombres, cómo no, amparados por el capitalismo infame, ganan más dinero que las mujeres. Chincha, rabiña. Es uno de los dogmas de fe de la “ideología/religión” feminista. Una jaculatoria que repiten a todas horas políticos, opinadores, medios de comunicación, incluidos los de derechas, una divisa prácticamente universal que, contrastada con la realidad deviene un espejismo, un bulo del quince (un “bulo del culo”) como bien sabe cualquier persona un pelín avisada. El cuento del “rey desnudo”. No hay un solo convenio de sector o empresa, nada afirma en ese sentido el Estatuto de los Trabajadores, y menos aún la más o menos vigente Constitución, que sancione que a igual tarea y capacitación, un trabajador perciba retribución mayor en función de su sexo, real o biológico, e incluso imaginado. Es una flagrante mentira que sólo cala en espíritus simplicísimos. Acaso la antigüedad (trienios, quinquenios) marcará una pequeña diferencia en la nómina, pero jamás el sexo.

La verdadera brecha salarial se percibe efectivamente entre posiciones muy distantes en el organigrama de la empresa. Es una cuestión de jerarquías. No percibirá la misma remuneración una directiva “top” que una empleada de la escala básica o una becaria. No es el mismo caché el de la bellísima y deslumbrante Penélope Cruz, que da a luz en una planta reservada para ella solita en una exclusiva clínica privada, que el de la sucesora actual de la gran actriz, finada años ha, Chus Lampreave. Como son desparejas las fichas de Jennifer Hermoso y Alexia Putellas comparadas con la de Piluca Pérez, lateral zurda de gran proyección que milita, es un decir, en el Cacereño United. Pues con los hombres sucede parecidamente. Todo el mundo comprende que, por horas de preparación específica, dificultad y responsabilidad ante terceros, un piloto de aviación comercial o un controlador aéreo, perciban un salario muy superior al del bedel de una escuela, y no hay por ello que hacerse mala sangre. Y no hay baremo idóneo, salvo que viviéramos inmersos en una economía completamente planificada, y por ende, hostil a conceptos básicos como el derecho a la propiedad, la libertad económica y, por elevación, la libertad individual, pare establecer en justicia cuál habría de ser el factor ajustado que multiplicase los ingresos de aquéllos con relación a los de este último (el bedel). ¿Tres, cinco, siete veces? Una discusión estéril, absurda, bizantina.

Aducen los feligreses de la religión feminista que las mujeres están infrarrepresentadas en los consejos de administración (de esas malvadas empresas que explotan a otras mujeres)  y que muchas trabajadoras interrumpen temporalmente, y a veces de manera definitiva, su carrera profesional por la maternidad. Todo ello supone una merma significativa en el montante retributivo, sumado, de todas las cotizantes, inferior al global de las remuneraciones masculinas. Cierto. Sucede que son cosas de la biología (¡Oh, la cruel naturaleza!) que no tienen fácil remedio. Las mujeres se quedan encintas, bien que no mucho últimamente. Los hombres, no, cuando menos hasta la fecha. Podrían habilitarse medidas compensatorias, como incentivos fiscales o quitas en las retenciones, e incluso soluciones más imaginativas. Esto que sigue es una humorada: considerar en adelante “accidente laboral” el embarazo de una trabajadora. Modalidad que le permitiría percibir el cien por cien de su salario durante la baja médica. Como el pintor de brocha gorda que pierde el equilibrio, cae de la escalera, se da un costalazo y se rompe la crisma. A mayor abundamiento, la sugerida equiparación con los accidentes laborales sería del agrado de las feministas enragées, si tras las sucesivas inseminaciones en el ámbito doméstico, brutales siempre y acaso no consentidas, perpetradas por su violador de cabecera o pareja, la gestante esperase un varón, esto es, un futuro maltratador siempre con la plancha a punto… uno de esos cavernícolas sudorosos y malolientes que “usan su pene como arma mortal”, Beatriz Gimeno dixit. 

Enrique Rubio expone atinadamente en su exhaustivo (y gamberroide) ensayo crítico titulado “Religión woke” que, gracias al penseque de la traída y llevada “brecha salarial” (y otros conceptos de similar jaez), la izquierda sobredimensiona problemas irresponsablemente para convencernos de que ha conseguido para todos derechos que ya teníamos. Después de creer durante décadas que a igual desempeño y escalafón hombres y mujeres cobrábamos lo mismo, resulta que no, que hemos vivido en el engaño hasta que las feministas y los voceros de la brecha salarial de marras nos han sacado del error. ¿Feminicidio económico? A otro perro con ese hueso.

Javier Toeldano | Escritor

(*) Beatriz Gimeno, consorte de Boti García, directora a su vez del Instituto de Diversidad Sexual y de los Derechos del Colectivo LGTBI, o cosa parecida, otro cargo público generosamente remunerado, adscrito también al Ministerio de Igualdad. Todo queda en familia. Uno de esos chiringuitos que en Argentina clausura Milei de un plumazo.

 

Comparte en Redes Sociales
Evite la censura de Internet suscribiéndose directamente a nuestro canal de TelegramNewsletter
Síguenos en Telegram: https://t.me/AdelanteEP
Twitter (X) : https://twitter.com/adelante_esp
Web: https://adelanteespana.com/
Facebook: https://www.facebook.com/AdelanteEspana/

 

2 comentarios en «Feminicidio económico | Javier Toledano»

  1. A mí esas consideraciones feminacis me dan la risa.
    Por qué en un consejo de administración debe haber un 50% de hombres y un 50% de mujeres? No lo entiendo. Lo suyo sería que en ese consejo de administración estuvieran los mejores, las personas que tuvieran las mejores cualidades para el puesto; este tendría que ser el criterio de elección y no el sexo ( que no género). Y si al final hay más mujeres que hombres o viceversa, pues genial, porque los que son los mas adecuados para el puesto.
    No es esto lo más lógico?

    Responder
  2. Nuestras muy estupendas feministas piden la misma proporción en andamios, minas, muelles de grandes mercados, hipermercados y así un largo etcétera. A otro perro con ese hueso!

    Responder

Deja un comentario