EutaNAZIa | Mariano M-Aedo

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Parece que la ley de Eutanasia que probablemente se va a aprobar definitivamente este mes en el Senado ya no es noticia, al menos para nuestros medios de comunicación y partidos políticos.  Una ley antihumana que ahonda más en esta sociedad asfixiante para el hombre, aunque eso sí, presuma de todo lo contrario, y de que en los medios de comunicación y por todos los medios a su alcance se proclame como un paraíso del respeto y de los derechos humanos.

Y mientras unos ya dan por hecho su aprobación y se aprestan a celebrar su victoria, con el típico alarde de progresismo avasallador, aprovechando que, casualmente, todas las televisiones y casi todos los medios de comunicación son “suyos”, entre la oposición política, descontado Ciudadanos que, en este tema, lo apoya con todo convencimiento, se espera la típica oposición teórica, al menos entre el PP, que dudará entre no darle importancia (por ejemplo ante la ley Aído decían que era una cortina de humo ante los temas importantes, la economía, por supuesto) y oponerse ahora pero con ánimo de no tocarla si un día vuelven al poder, porque no será la “prioridad”.  Vox se opondrá, pero la incógnita es si realmente mantendrá su oposición de verdad (promoviendo recursos legales y tomándola como bandera innegociable para un pacto) o si la dejará en segunda línea, entre las banderas que se sacan pero que se está dispuesto a arriar en una hipotética negociación.  En cualquier caso, al menos de momento, no hay ninguna esperanza por el lado político.

Se plantea entonces, qué puede hacer la oposición social.  Podemos asistir, como en el caso del aborto, a nobles intentos muy aislados, o podríamos asistir al nacimiento de una auténtica oposición social, especialmente entre los grupos de mayores, principales víctimas potenciales de este nuevo “derecho”, unos por ser obligados a colaborar y otros a sufrirlo a dejar de molestar/ consumir recursos/ ser gravosos para los demás… y demás lindezas que jalonan la presión ambiental para que se puedan “beneficiar” de tan magno adelanto.  Igualmente los sanitarios, obligados a participar en tan horripilante práctica deberían ir más allá de una objeción de conciencia personal.

La oposición política real es importante, también la oposición en grupos que se manifiesten, hagan declaraciones, etc.  pero sin no aparece una auténtica concienciación y oposición práctica, lo más probable es una evolución parecida a la del aborto:  los que se oponen se contentan con algunas protestas teóricas, mientras que sigue habiendo unos 100.000 abortos al año, y se consolida y extiende la mentalidad abortista, apoyada por el rodillo mediático y el avasallamiento propagandístico en las escuelas.

El núcleo tanto del aborto como de la eutanasia es esa mentalidad socialista, y por tanto totalitaria, de que la persona humana no tiene realmente unos derechos individuales que no pueden ser avasallados por nadie, ni siquiera (especialmente) por la sociedad/el estado.  Esa mentalidad presente en los grandes regímenes totalitarios, tanto los comunistas como el nazi se reflejan especialmente en la eutanasia.  Es muy conocido cómo el régimen nacionalsocialista la usó para eliminar a todos aquellos elementos “no útiles”, tales como discapacitados o enfermos mentales, para librar al país de personas que no resultaban rentables para el país.  Pues bien, esto que cualquier persona normal condena sin paliativos (hasta Hitler tuvo que suspender temporalmente su aplicación por las protestas) se vende ahora como el summum de la modernidad y la libertad personal.  En definitiva, lo que se ha cambiado es el envoltorio publicitario para que se acepte como una conquista social humana.

Esa “nueva conquista” ya ha existido a lo largo de la historia, aunque no tan envuelta en celofán.  Así, en Esparta, los recién nacidos eran revisados por el concejo (Gerusia) y exterminados si tenían alguna deficiencia física o mental.  Como relata Plutarco:»…Dejar con vida a un ser que no fuese sano y fuerte desde el principio, no resulta beneficioso ni para el Estado ni para el individuo mismo”.  Otro ejemplo histórico es el de los esquimales que dejaban a sus miembros menos aptos decidir “voluntariamente” alejarse sólos hacia el frío para morir de frío

La eutanasia no es una nueva conquista sino caer de nuevo en una de las peores prácticas sociales que se habían superado hace muchos años, pero ahora disfrazándola de bien.  La experiencia de los pocos países que han implantado tan bárbara práctica demuestra como supone una rampa por la que se van deslizando, desde el caso extremo inicial hasta incluir personas con depresión, niños con problemas graves, desde la petición personal hasta la asunción de que un médico puede de hecho decidir por ellos y a la presión al pobre enfermo para que se pliegue a su fatal destino.  Sólo hace falta ver cómo personas mayores se plantean emigrar para no ser eutanasiados.

Si hasta el nombre es una falacia, eutanasia significa “buena muerte” y creo que hay pocas muertes tan trágicas como la de un suicida voluntario o forzado, o la de un enfermo eliminado en nombre de “su bien”.

Es necesaria, pues, una auténtica oposición a esta aberración.  Y no sólo política, social o sanitariamente sino incluso vitalmente.  Establezcamos todos nuestro testamento vital negándonos a ella si en un futuro estuviéramos en coma o con la razón perdida.  Busquemos crear grupos de apoyo para ancianos y enfermos graves, que específicamente acudan cuando haya peligro de eutanasia.  Colaboremos, según nuestras capacidades a desarrollar y generalizar los cuidados paliativos.  Si ante un enfermo con dolores han decidido eliminar al enfermo, trabajemos para que lo que se elimine sean los dolores.

Como en el poema de Bertolt Brecht, si callamos ahora porque no somos eutanasiables,… cuando vengan a buscarme, no habrá nadie que pudiera protestar.

Mariano Martínez-Aedo | Vicepresidente IPF

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