Nací en Barcelona a mediados del siglo pasado, en plena “dictadura franquista”. Mi señor padre era un lector de periódicos en papel. En aquella época los más leídos en mi entorno eran: La Vanguardia Española, El Diario de Barcelona, el Noticiero Universal y la Solidaridad Nacional.
Los domingos me mandaba a comprar el periódico al quiosco. Sus preferencias eran para La Vanguardia Española, pero si estaba agotado cuando iba, decía: “Compra el que tengan, que en el fondo todo es mentira menos las necrológicas y el movimiento portuario de buques en el puerto”.
Quizás en la época que estoy hablando, la censura hacía que la verdad periodística estuviera al servicio del gobierno, pero con el advenimiento de la democracia, ¿No debería haber cambiado algo? ¿Hay alguien en que se le escapa que los medios, en general, no son objetivos y los periodistas hace tiempo que ha dejado ser “notarios de la actualidad«?
Hoy lo que rige generalmente, salvo en muy honrosas excepciones es el amarillismo y la posverdad. En ambos casos se trata de una manipulación obscena y descarada de la noticia con objetivos bien definidos y nada casuales en cada uno de los casos.
La prensa amarillista
El amarillismo es la tendencia de algunos medios informativos a presentar las noticias destacando sus aspectos más llamativos, aunque sean secundarios, con el fin comercial de provocar asombro o escándalo.
Por lo general estas noticias no cuenten con ninguna evidencia (o escasas) y sin una investigación bien definida. Este tipo de prensa sensacionalista incluye titulares de catástrofes y gran número de fotografías con información detallada acerca de accidentes, crímenes, adulterios y enredos políticos.
Sus características son los titulares llamativos, escandalosos o exagerados. Todo lo que sea necesario para el objetivo, aumentar las ventas. Detrás está generalmente la política de ventas de las corporaciones que soportan los medios “amarillistas”.
La posverdad
No es la prensa amarillista lo que en principio preocupa más a este autor ya que tiene generalmente un público bien definido. Desde el punto de vista de la manipulación de la opinión pública al servicio la ideología o incluso de las opiniones geoestratégicas favorables a tal o cual política es donde quisiera centrar el presente artículo, en la posverdad.
La RAE define la posverdad como: “La distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y sobre todo en actitudes sociales”.
A la vista de las definiciones, quizás el lector piense que no existen diferencias significativas entre el amarillismo de la prensa y la posverdad y no le faltaría razón en principio. La posverdad puede emplear algunas de las técnicas del amarillismo para atraer la atención del público lector pero el objetivo es distinto. Es la creación o justificación de un estado de opinión que favorece las acciones que planea el “establishment”. Es decir, tiene una marcada intencionalidad política.
Sería ingenuo pensar que el engaño, la propaganda o la desinformación son fenómenos recientes. Dominar el relato, avivar pasiones y prejuicios o denostar a rivales ha formado parte de los objetivos de la comunicación política desde tiempos inmemoriales. Ya en el siglo V a.C. el estratega chino Sun Tzu en su libro “El Arte de la Guerra”, concluyó que “toda guerra está basada en el engaño”, y en el fondo ese y no otro es el fin de la posverdad. Manipular la opinión pública para un fin político o social concreto.
Tradicionalmente, los medios de información manifestaban sus tendencias en el “editorial”. En el resto de las páginas o contenidos, la información se trataba de forma más o menos aséptica.
En las últimas décadas del siglo XX, la proliferación de cadenas de televisión privadas posibilitó la creación de medios partidistas nacidos con el propósito de adaptar su contenido a las preferencias ideológicas de un determinado público. Todos los que vemos habitualmente TV tenemos ejemplos claros en uno y otro sentido, a pesar de que pretendan aparentar cierta imparcialidad.
Esta lógica, que podría ser acertada en ciertos contextos de discusión pública, también se aplicó a realidades que deberían tener un amplio consenso científico, sacando a debate hechos presuntamente contrastados. Algunos de los ejemplos han sido: las vacunas, la energía nuclear o el cambio climático, que han pasado de ser fenómenos que debería ser estudiados con rigor por la ciencia, a que sus principios básicos se cuestionen en un debate ideológico por los tertulianos de turno en cada medio afín a una u otra postura. Como decía un amigo un tanto cínico: “Hemos pasado de un país en que todos éramos entrenadores de futbol a un país donde todos opinamos de todo sin tener ni idea de lo que hablamos”.
También la “verdad” se ha visto afectada por la posverdad en las noticias que nos llegan cada día sobre la “Guerra de Ucrania”, por ejemplo. Es sabido que, en un conflicto bélico, lo primero que muere es la “Verdad”. Los estados a través de sus Servicios de Inteligencia son grandes usuarios de la posverdad. Son ellos los que usando esos medios masivos de información propagan esas noticias “manipuladas” que sirvan al fin táctico establecido.
Es bien conocido, por ejemplo, como un ejército de boots o trolls al servicio de Rusia han intervenido en muchas decisiones políticas de Occidente como, por ejemplo: las elecciones a la presidencia de EE. UU en 2016, las políticas verdes auspiciadas por grupos ecologistas en Europa, etc.
Por supuesto, los gobiernos occidentales no van a la zaga. Uno de los muchos escenarios de la “guerra asimétrica” se libra en el ciberespacio. China, Irán, Corea del Norte… son otros de los actores principales de estas actuaciones.
Las redes sociales y los medios gratuitos se han convertido en objetivos prioritarios para la difusión de la posverdad. Hasta hace unos años, la difusión de estos discursos era mucho más difícil. Sin embargo, las redes sociales han resuelto ese problema. Más de la mitad de la población española se informa a través de las redes sociales, y un 80% por internet en general. Desgraciadamente en muchos casos esa población no pasa de leer un titular o un pie de foto.
Bajo esta óptica, ciertos canales alternativos han pasado a ser percibidos como fidedignos simplemente por proveer información que no circula en los medios tradicionales, supuestamente controlados por la élite. Así, la coletilla “no lo verás en los grandes medios” se ha empezado a usar como una prueba fehaciente de veracidad para estos medios alternativos. A mí personalmente, esta coletilla hace que se me levanten todas las alarmas y se incremente en muchos grados mi escepticismo y precaución a confiar ciegamente en la noticia.
La transformación de la política debe mucho a su reconversión narrativa: difundir la información en forma de relato. Eso es el storytelling. Una vez que la información se concibe como relato, con su carga emocional y moral en el reparto de papeles de buenos y malos, el valor de la información ya es irrelevante.
Hay una clientela para esas narrativas vertebradas con algunos datos, pero descoyuntadas con adjetivos hiperbólicos y las dosis oportunas de emoción. En Storytelling, «La máquina de fabricar historias y formatear las mentes», Christian Salmon definía esto como un «arma de distracción masiva» para movilizar opiniones, o sea, para ejercer un control sobre las opiniones.
Conclusión
Quizás pienses amable lector que te he pintado un panorama preocupante o directamente desolador. Desgraciadamente la confianza en las noticias que nos llegan a través de los medios de comunicación, incluidos hasta quizás muchas veces los oficiales, sea necesario ponerlos en una escéptica cuarentena antes de darles toda la credibilidad y sobre todo la difusión en las redes sociales.
La combinación entre la creatividad humana y la sofisticación tecnológica está haciendo que cada vez sea más difícil distinguir la realidad de la ficción. En los últimos años han proliferado los memes y montajes fotográficos, muy baratos y efectivos como herramienta de desinformación; a ellos se van a unir pronto también técnicas más complejas y costosas como los deepfake, vídeos manipulados extremadamente realistas.
La difusión de información no contrastada o directamente de bulos favorece a quien está interesado en crear un estado de ánimo que no siempre tiene porque coincidir con nuestros intereses personales. No deberíamos caer en el error de pensar que la información, sea la que sea, contrastada o no hay que difundirla ya que no todos tenemos la capacidad y/o herramientas de discernir la posverdad. Por regla general diría que: cuanto más llamativo, escandaloso, alarmante o impactante sea un titular, más debería hacernos sospechar y buscar otras fuentes de información que contrasten o refuten la información si queremos acercarnos a la realidad, orillando en lo posible los sesgos cognitivos que tenemos todos en mayor o menos medida en beneficio de la «verdad informativa»
No pretendo que todos seamos expertos en OSINT (Open Source Intelligence – Inteligencia de Fuentes Abiertas), pero una mínima búsqueda en fuentes alternativas puede evitar que involuntariamente seamos cómplices de los generadores-difusores de bulos y «relatos» que actúan por intereses ocultos y/o inconfesables. Las técnicas de ingeniería social están a la orden del día y se usan tanto para los delitos informáticos como para modelar y dirigir la opinión pública.
Una reflexión final
Quien me iba a decir a mi, que nací en una dictadura, que luché en mi juventud por una vida en una democracia liberal y que en el ocaso de mi vida veo como marchamos con paso firme a otra dictadura, de signo contario pero dictadura al fin y al cabo.
Parafraseando a Ortega y Gasset y al Conde de Romanones, vuelven a tener actualidad dos frases pronunciadas respectivamente por estos dos personajes históricos: «¡No es esto, no es esto!» y «¡Qué tropa, joder, qué tropa!«. ¡Descorazonador!
Una vez más, gracias por leerme.
Albert Mesa Rey | Escritor