En la cumbre del Estado | Francisco Gilet

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No cabe duda de que nos gozamos de un presidente de gobierno que supera todas las expectativas en cuanto a su capacidad de colocación y exposición en los elevados altares. Nos ha brindado múltiples espectáculos o eventos, desde sus andares a su ubicación protocolaria improcedente. Sin embargo, en este fin de semana, se ha superado. Como diría un eterno político andaluz, «Ha estado cumbre».

Concretando; el presidente Sánchez ha logrado que el caso Begoña Gómez pase de ser un problema o cuestión doméstica a una noticia de alcance internacional. Hoy, todo el mundo sabe quién es Begoña, y todo el mundo sabe que hace Begoña. Es decir, el marido de la señora Gómez es un crack difundiendo noticias a todo el orbe de un tema o cuestión, según alega, mínima e impoluta. Ni el marido ni los setecientos asesores, ni los veintitantos ocupantes de ministerios, han sido capaces de calibrar el alcance de remover lo que ellos llaman fango, para que llegue a salpicar a todo el gobierno. Ya erró con su retiro anímico y ha vuelto a errar dando pábulo con suma ofensa de unas palabras que debiera haber respondido con sorna, con cachaza, pachorra, devolviéndole la pelota envuelta en la misma esencia; pero, no, el marido de doña Begoña está tan engreído de sí mismo que, no solamente exulta sentimiento de ofensa, sino que, pretende que sea todo el Estado el que responda a un infantil y jocoso agravio. Estamos llegando al culmen del nepotismo: yo, Pedro, soy el Estado, el Napoleón, y ella, mi esposa, la Josefina imperial, por lo tanto, debe ser todo el Estado el que deba responder y salir en defensa de un personaje sobre el cual, ni el marido, ni todo el séquito ministerial, ni la cohorte asesora ha expresado ni una sola frase de justificación, defensa o de no imputación, ante las noticias surgidas en los medios no afines.

Y mientras tanto, se habla de levantar el delito de injurias o calumnias al rey, entre tanto se consienten, sin réplica penal, insultos impresionantes a su real persona, pitidos estridentes al himno, quema incólume de la bandera, puro trapo, según consideran, se insulta y acosa a políticos, a mandos policiales, en la misma tribuna soberana…, respuesta alguna surge por parte de ningún miembro del numeroso equipo gubernamental. Es más, para el caso de que, algún atrevido francotirador se atreva a salir en defensa del monarca o de la institución monárquica, inmediatamente, sea en la propia troupe ministerial, sea en la camarilla mediática progubernamental, la réplica es inmediata; fascista, franquista o ultraderechista. Así como no se admite la opinión contraria, tampoco se acepta el contra argumento. Solo una opinión, solo un discurso, solo un argumento, solamente una verdad, la socialista, la comunista, la progresista. Incluso solo un derecho, el surgido de las entrañas ideológicas de la progresía. Obviamente, ellos, los progresistas, poseedores de la absoluta autenticidad, sí pueden insultar, sí pueden descalificar, sí pueden enfangar, sí pueden calumniar, sí pueden injuriar, sin pueden, en fin, despreciar todo cuanto le es ajeno, adverso, inaceptable.

Desde tal posición, unas perlas; «Inaceptables palabras de Milei. Frente al odio y los insultos de la derecha populista, el Gobierno se mantendrá firme en sus convicciones y no tolerará estas injurias», afirmó la número dos del Gobierno, María Jesús Montero. Félix Bolaños, depone «La Internacional Ultra en Madrid demuestra que la ultraderecha es igual en todo el mundo: bulos, odio y recortes. Un peligro para la democracia. Sus terminales en España son Vox y el PP más extremista». Yolanda Díaz aseveró que España es un país «hastiado» por lo que llamó «la política del odio». Y expresó: «Milei y otros Gobiernos del odio vuelven con los recortes y con el autoritarismo. La política del odio no quiere acabar con la pobreza, (…) lo que quiere es acabar con los pobres». Teresa Ribera, que, en un mitin en Barcelona, hablaba de que había vuelto «al imaginario de las calles el imaginario del fascismo» y de que se estaba «atacando frontalmente los pilares de la construcción europea». Ya es historia antigua que el ministro de Transportes, Óscar Puente, acusaba a Milei de «ingerir sustancias». Así mismo, el supremo dirigente socialista calificó a la convención de Vox como una «internacional ultraderechista» y señaló que Milei era uno de sus «principales líderes».

«En España se está reuniendo la internacional ultraderechista, porque esta corriente de fondo que estamos viendo, de negación de la ciencia, de negación de los derechos de las mujeres, de equiparar la justicia social con una aberración, según ha dicho el presidente de Argentina aquí en Madrid como uno de los líderes principales de la internacional ultraderechista, es algo que está ocurriendo no lejos de aquí, en nuestras sociedades».

Si, finalmente, el ministro, al cual le roban el cobre en Renfe terminó disculpándose a su manera, señalando que se había «sobreactuado muchísimo» con el asunto de la «ingesta», no existen indicios de que vaya a suceder lo mismo ni con el ocupante de la Moncloa ni con ningún adlátere vocifero.

Dicho lo cual, el presidente Milei podría haberse ahorrado el rugido leonino, que no ha hecho sino dar pienso mediático al líder supremo de la progresía y a sus compadres. Es muy cierto, que, con estos amigos, no necesitamos enemigos. Se dejó en el tintero que dos son las palabras más usadas por dicho engreído presidente; yo y ultraderecha. Yo, para auto elevarse, y ultraderecha, para descalificar a todo ser viviente que se atreva a toserle.

En fin, así vamos conviviendo, asentados a horcajadas sobre un cohete que nos conduce no hacia la excelencia, sino hacia la pobreza económica, moral, laboral y social. Pero…, lo guía el líder superior y sumo vigilante de su esposa. Un crack a los mandos.

Francisco Gilet | Colaborador de Enraizados

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