El violador eres tú | Javier Toledano

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Mensaje basuriento, es lo suyo, en el contenedor de basuras. Cada cosa en su sitio.

Sale uno a la calle y se topa con un montón de pintadas de inspiración ultrafeminista en paredes y mobiliario urbano… perpetradas con el beneplácito de las autoridades (que ni las borran, ni multarían a sus autores aun sorprendiéndoles con las manos en la masa). Esto sucede en Barcelona, pero también en otras ciudades de España. El mensaje se repite machaconamente: “El violador ets tú (“El violador eres tú”).

El mensaje es nítido, directo, efectivo. Completamente cerrado y no admite ni matices, ni discusiones. Es perfecto desde la perspectiva de la criminalización ideológica. Todo un hallazgo. Es violador todo hombre que lee el texto, dada la apelación directa contenida en el mensaje: “tú”. Muy probablemente el 99% de los hombres que leen esa gravísima imputación no han violado a nadie, ni entra en sus planes hacerlo, ni tienen un hueco en su agenda para semejante ocupación, pero no importa, pues el verbo ser de “eres tú” (que no es la famosa canción de Mocedades) denota esencia, en este caso, “esencia violadora”. Puedes no haber violado aún, pero eres cuando menos violador “en potencia”. No has violado, pero podrías hacerlo en cualquier momento (código Vichinsky). En otras palabras, llevas un “violador” dentro, siempre, claro es, que sepas leer. Cultivarás con más o menos mimo a tu violador “interior”, pero lo eres ya de nacimiento, y no puedes evitarlo. Eres de naturaleza violadora. Mejor dicho, “tu naturaleza es ontológicamente violadora”, pues al decir “de naturaleza violadora” damos por sentado que hay “otras naturalezas”. Y no es así. Sólo hay una: la “violadora”.

Abundando en esa materia, hay que advertir desde un punto de vista legal (y lógico) que nadie que no haya violado primero, es decir, que no haya cometido una violación, es un violador, como nadie que no haya asesinado es un asesino. Luego el lector de este mensaje es un sujeto totalizado porque es violador quien lo lee, tanto si ha violado como si no lo ha hecho. Otrosí, el lector se ve privado de sus características personales, específicas, y deviene un prototipo, en este caso una caricatura, como la de ese capitalista panzón, con frac y chistera, portado en andas por famélicos proletarios, o la del hebreo usurero de nariz ganchuda. Es drásticamente deshumanizado.

Aquí por “sujeto totalizado” se entiende que el lector concernido por el mensaje, confrontado al mensaje mismo, es un sujeto sin características propias, individuales, que le distingan de otros. Nada más nos importa u ocupa de él que su vector o valencia violadora y criminal. Si tiene hijos o no. Si es hincha de este equipo de fútbol o de aquel otro. Si le gusta la música clásica o prefiere el rock duro. El receptor del mensaje, ese sujeto totalizado, en verdad reducido al único elemento que le define y describe, transita de la particularidad a la manifestación de un pretendido estado universal de las cosas. Y subyace, va de suyo, la culpa al horrendo delito atribuido. Es culpable, no sólo de sus propias violaciones, ésas que no ha cometido jamás, pero que al parecer anota a muescas concienzudamente en las cachas de su peniano revólver, si no de todas las que ha habido a lo largo de la Historia y de uno a otro confín del planeta, y también de las que sucederán en el lapso comprendido entre la lectura del mensaje y otra nueva lectura del mismo al cabo de los días. Es una culpa distributiva, pues todos, y siempre, son culpables atendiendo la autovalidación de la divisa. Incluso aquellos varones de corta edad, seis o siete años, introducidos en los rudimentos de la lectoescritura. Cuando sean mayores, y biológicamente capaces, también serán culpables de pleno derecho e ingresarán en la cofradía del “Homo Stuprator (*)”, que es la actualización en clave genital y violenta de la teoría del “hombre unidimensional” de Herbert Marcuse.

Es autor y al mismo tiempo coautor de todas las violaciones en una suerte de manadismo colectivo, incesante y priápeo, de fraternal espíritu de la violación a escala histórica y planetaria, desde el neolítico hasta nuestros días… y los venideros. Anduvo en espíritu violando en masa (y después matando) a las mujeres chinas en Nanking, alistado en las tropas japonesas, o violando de manera sistemática a las mujeres alemanas cuando el Ejército soviético le devolvió la visita a Hitler, allá por 1945.

Las feministas radicales de Podemos y PSOE (en Cataluña se suman CUP, ERC y esa entidad extraída con fórceps de las aterradoras pesadillas de un dipsómano denominada Ada Colau) que avientan este mensaje anónimo en plan guerrilla humana (“chicas, sincronicemos los relojes”), como si no pertenecieran a organizaciones generosamente subvencionadas por las administraciones (incluso cuando son gestionadas por la derecha), jamás han promovido una campaña del tipo “el pirómano eres tú” o “el navajero eres tú”. Con ello nos dan una pista sobre el lugar honorífico que ocupa el varón (heterosexual) en su cosmovisión. La elección no es casual. Quieren con ello decir que los hombres pueden coleccionar tachas diversas, compatibles y, por ejemplo, elegir entre ser envenenadores de cursos fluviales, incendiarios o falsificadores de moneda, pero el denominador común a todos ellos es la violación, el elemento nuclear de su naturaleza. Es un ingrediente, como se dice ahora en las tertulias, “transversal”: “Yo soy trilero… y violador”. “Y yo pirómano… y violador”. “Y yo, nada de lo antedicho… y violador”

Y contra ello, desde el ámbito de la propaganda, los hombres nada pueden hacer. En ese registro del lenguaje están maniatados. Si alzan la voz, dirán las inquisidoras que “las verdades escuecen”. Que “quien se pica, ajos come”. Si uno responde que jamás ha violado a nadie, le aguarda el socorrido latinajo excusatio non petita… e, incluso le podrían replicar que no importa: “Tú no has violado, pero aquel otro, sí”. Todo queda en la solidaria bandería de género, reverso de la sororidad. No dejes que la realidad, aquí la cordura, te estropee un gran titular (por lema vocinglero).

Es evidente que esa mugre de mensaje (vale que impactante y contundente) sólo ha podido salir del cerebro atrofiado del ultrafeminismo izquierdista y que lo más razonable es hacer caso omiso, vamos, limpiarse el culo con esa producción basurienta de las enfermas odiadoras de hombres… pero esto no es una broma inocua y pueril como aquellas inscripciones que hacíamos cuando niños: “Tonto el que lo lea”. O que decoraban el sucio parabrisas de un automóvil: “Límpialo, so guarro”. Esa porquería insultante no es ninguna guasa: es un mensaje oficial del pensamiento social dominante. No es una humorada de gente desclasada. Lo dicen las que hoy mandan aunque se disfracen de anti-sistema.

Sólo las mujeres cabales que aún quedan entre nosotros, sean esposas, madres, hermanas, hijas o amigas de los hombres estigmatizados, pueden (y deben) oponerse eficazmente a esa horrorosa imputación. Sólo ellas pueden desactivar ese desafuero ignominioso, pararle los pies a esa gentuza y decirles a la cara, en el día a día, en el trabajo, en la calle o en la cafetería, que no se sienten representadas por esos mensajes odiosos que fracturan la convivencia, “no hables en mi nombre”, y que también a ellas ofende esa inmundicia. Aquellas otras mujeres que transigen, callan conformadas o le restan importancia a esas campañas, “no hay para tanto”, obedecerán acaso al paradigma de lo femenino promovido por la ideología woke (“+ mujer”), pero al precio de extrañarse de la comunidad cívica (“- ciudadana”). Y de alejarse mucho, a años luz, de esa otra mitad de la estirpe humana que hoy las necesita más que nunca.

(*) Homo Stuprator, si vale en latín por “Hombre Violador”, como decimos Homo Sapiens. Se aceptan corrección o sugerencias de personas versadas en lenguas clásicas.

(Javier Toledano | Escritor)    

 

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