El Valle de los Caídos vuelve a ser el balón con el que el gobierno socialista patea el avispero español. No es casualidad: saben que este monumento, cargado de historia y fe, es un filón para polarizar, movilizar a sus huestes y tapar sus vergüenzas. Pero esta vez podrían estar jugando con fuego. Lo que empieza como una estrategia maquiavélica para mantenerse en el poder puede acabar siendo su tumba política. Y nosotros, los de a pie, tenemos la llave para devolvérsela en la cara.
No nos engañemos: al gobierno no le importa el Valle ni lo que significa. Para ellos, es un arma. Sacarlo a relucir —con exhumaciones, leyes de memoria o planes para desacralizarlo— divide a España como un cuchillo caliente atraviesa la mantequilla. De un lado, los suyos: los progres que ven en cada cruz un fantasma de Franco y aplauden cualquier gesto que huela a revancha histórica. Del otro, nosotros: los que defendemos la tradición, la reconciliación y el sentido común, hartos de que nos pisoteen la memoria y la fe.
Esa polarización no es un accidente, es un negocio. Moviliza a sus votantes mientras la derecha queda atrapada defendiendo un símbolo que el gobierno ya ha convertido en caricatura. Y mientras tanto, ¿qué pasa con los escándalos de corrupción? ¿Con las comisiones en mascarillas defectuosas, con los fondos europeos malgastados o los negocios familiares de Moncloa? Nada. El Valle es la cortina de humo perfecta: un tema emocional que satura los titulares y nos tiene a todos discutiendo símbolos en vez de exigiendo responsabilidades.
Pero hay más. El gobierno sabe que el Valle, con su basílica, es también un ariete contra la Iglesia. Si lo secularizan o lo convierten en un museo de su narrativa, enfrentan a los católicos de a pie —los que rezan, no los que negocian— con unos obispos que, por no meterse en líos, podrían callar o contemporizar. Es dividir y vencer: fracturan un bloque que siempre ha sido un dique contra el progresismo. Y de paso, nos distraen de lo importante: que el Estado de derecho se cae a pedazos mientras ellos gastan millones en desenterrar rencores.
Sin embargo, este juego les puede salir mal. Muy mal. El Valle no tiene por qué ser su victoria; puede ser su derrota. Pero para eso hay que mover ficha con cabeza. Aquí describimos algunas claves para que esta campaña se les vuelva un boomerang.
Primero, cansémosles. Si el gobierno quiere guerra eterna con el Valle, démosles tanto debate que la gente se harte. Protestas, recursos legales, concentraciones pacíficas: que no puedan dar un paso sin tropezar con nosotros. Que el español medio, sea de izquierdas o de derechas, acabe diciendo: “¿Otra vez con esto? ¡Que se ocupen del paro!”. Si la obsesión por el Valle se les nota demasiado, quedarán como un gobierno sin ideas, atrapado en el pasado mientras el país se hunde.
Segundo, unámonos en lo esencial. No caigamos en su trampa de dividirnos entre “franquistas” y “rojos”. El mensaje tiene que ser claro y transversal: “Usan el Valle para tapar su corrupción”. Si la oposición —políticos, medios, curas, ciudadanos— machaca esa idea, hasta los progres desencantados empezarán a dudar. No se trata de defender el monumento, sino de desenmascarar al gobierno. Que se vea que el Valle es su excusa, no nuestro problema.
Tercero, saquemos los trapos sucios. Mientras ellos agitan el espantajo del pasado, nosotros hablemos del presente. ¿Cuánto han gastado en sus campañas de memoria mientras se gastan el dinero en chiringuitos y colocar “Jessicas”, “Begoñas” y hermanísimos? Que cada mención al Valle venga con un recordatorio de sus escándalos. Si los medios conservadores y las redes lo amplifican, su cortina de humo se les cae. Y el votante, que no es tonto, lo verá.
Cuarto, la iglesia tiene que despertar. Si el gobierno cruza la línea profanando un lugar sagrado, los católicos tenemos que movilizarnos. Protestas masivas de fieles, no solo pondría al gobierno contra las cuerdas, sino que obligarán a los obispos a dejar la tibieza. Y ojo: no hace falta ser Católico de misa diaria para sumarse. Hasta los agnósticos respetan el sentido común y la libertad. Si el Valle se convierte en símbolo de resistencia, el gobierno quedará como el totalitario que patea lo sagrado.
El Valle de los Caídos no es solo piedra y memoria; es un espejo de lo que somos. El gobierno cree que puede usarlo para manipularnos, pero se equivoca. Seremos más listos que eso. Si nos unimos y les devolvemos el golpe, esta campaña no será su salvavidas, sino su lápida. Que polaricen, que distraigan, que jueguen. Pero que sepan que España, cuando se cansa, no perdona.
Ahora toca pasar de la defensa al ataque. Que el Valle deje de ser su juguete y se convierta en su pesadilla.
Alfonso P. Sanz | Jurista
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1 comentario en «El Valle de los Caídos: el juguete roto del gobierno corrupto | Alfonso P. Sanz»
No es el juguete roto del Psoe, en todo caso del PPSOE.
Y tampoco de ninguno de los partidos del arco parlamentario, cómplices por acción u omisión.
Es el objetivo de la Curia Vaticana, con ese enemigo de la religión y la Hispanidad que tiene al frente el primero