El odio a la cruz: cuando el mensaje de Cristo sigue siendo motivo de rechazo y persecución

Jesus Christ crucified on the cross at Calvary hill with burning sky in background

Han pasado más de dos mil años desde que Jesucristo fue crucificado en el Gólgota. Y, sin embargo, su cruz sigue siendo motivo de odio, rechazo y persecución. Tal como Él mismo anunció: «Todos os odiarán por mi nombre» (Mateo 10, 17-22). Hoy, en España, asistimos al resurgir de una nueva ofensiva contra la cruz y el catolicismo, impulsada por una extrema izquierda que no solo ha resucitado sus antiguos odios anticristianos, sino que los ha institucionalizado mediante leyes de «memoria histórica» que en realidad son leyes de venganza y resentimiento.

La cruz de Cristo no es un ornamento ni un mero recuerdo. Es el símbolo por excelencia del cristianismo. Representa la victoria de Cristo sobre la muerte y el pecado, el amor sin límites de Dios que entrega a su Hijo para redimirnos, y la esperanza de vida eterna. En la cruz, Jesús cargó con nuestros pecados por amor. La destruyen porque la odian. Y la odian porque su mensaje incomoda: paz verdadera, redención, amor real, responsabilidad moral.

El caso español es sangrante. No se trata solo del Valle de los Caídos, presidido por la cruz más alta de la cristiandad, constantemente en el punto de mira del rencor ideológico y la cristofobia. El objetivo no es Franco, es la cruz. La denominada «resignificación política» del Valle no es más que una excusa para desacralizar, para profanar. La izquierda no soporta un símbolo que habla de verdad y de trascendencia. Y lo peor: la connivencia de la derecha cobarde, ya sea política o eclesial, que calla, otorga o, directamente, claudica y colabora.

Las cifras son claras y aterradoras: 35 cruces retiradas por orden municipal, demolidas sin contemplaciones; 12 destruidas por vándalos escudados en la «lucha antifascista»; 129 cruces más en peligro por iniciativas en marcha. Todo ello protegido por leyes injustas, que dan cobertura a una cruzada de destrucción ideológica. Una ofensiva total contra la cruz.

Un juzgado de Palencia lo ha dejado claro en una reciente sentencia: la cruz es un símbolo religioso que no pertenece a ningún bando político. El magistrado afirma con valentía que «el sentimiento religioso que la cruz invoca no puede considerarse patrimonio único de los denominados caídos». Y concluye: «Asimilar política a religión hoy no tiene cabida alguna».

Una cristianofobia profunda, agresiva, disfrazada de progreso. Lo denuncia con claridad la presidente de la asociación Abogados Cristianos, Polonia Castellanos: «Contra la Iglesia Católica todo vale». Ya no se ocultan. Se criminaliza al católico, se le arrincona en el «armario de las creencias privadas». Se eliminan delitos contra los sentimientos religiosos mientras se sobreactúa con otros.

Y prosigue con acierto: «Los ataques contra las cruces y los cristianos se hacen por odio, por desviar la atención y por dinero, porque la destrucción de las cruces se encarga a amiguetes y afiliados». Y añade: «Quieren cambiar la Historia». No es una exageración. Es una estrategia.

La persecución no se limita a espacios públicos. También se actúa contra cruces en propiedades privadas, en cementerios, incluso dentro de iglesias. La autoridad no conoce límites cuando se trata de imponer su agenda laicista y de odio.

Lo peor es el desprecio social creciente. Hoy muchos contemplan una cruz derribada sin escándalo. Lo que hace décadas hubiera causado dolor e indignación en la conciencia colectiva, hoy se tolera con indiferencia, incluso en la eclesial. Esta frialdad ante la destrucción del símbolo sagrado habla de una sociedad que ha perdido el alma.

En definitiva, la cruz molesta porque interpela. Es una verdad viva que denuncia el relativismo, el egoísmo y el nihilismo de nuestra época. Por eso la quieren destruir. Pero no lo conseguirán. Porque la cruz es victoria, es redención, es esperanza. Y mientras haya cristianos dispuestos a defenderla, la cruz se alzará en el corazón de España como estandarte de lo eterno.

Este diario, fiel a sus principios, no callará ante la persecución religiosa disfrazada de progreso y tolerancia. Defenderemos siempre la cruz, como defendemos la vida, la familia, la verdad y la libertad. Porque sabemos que en la cruz está el camino, la verdad y la vida. Y no hay ley injusta que pueda borrarla del corazón de los españoles.

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