Durante más de una década, el movimiento conocido como woke ha capturado la imaginación de amplios sectores culturales y políticos, promoviendo ideales de justicia social, igualdad y una revisión crítica de las estructuras tradicionales. Nacido en los márgenes de movimientos de izquierda y popularizado a través de las redes sociales, este fenómeno amplió su influencia hasta convertirse en un paradigma cultural dominante en instituciones académicas, empresas y gobiernos. Sin embargo, lo que comenzó como un llamado a la conciencia sobre problemas históricos como el racismo, el patriarcado y la desigualdad, rápidamente evolucionó hacia una doctrina rígida, polarizante y, para muchos, autoritaria.
Hoy, los excesos del movimiento woke han desencadenado una reacción en su contra. La fatiga cultural frente a la censura, la imposición de normas ideológicas y la erosión del debate abierto ha dado lugar a un contramovimiento que busca reequilibrar las prioridades sociales. Este momento histórico no solo representa el declive de una corriente ideológica, sino también una oportunidad para reflexionar sobre los valores que definen nuestras sociedades. ¿Es el fin de la era woke el comienzo de una nueva etapa de reconciliación y sensatez?
El auge y caída de la hegemonía woke
El término woke —derivado del verbo inglés «wake» (despertar)— simbolizó originalmente un estado de conciencia crítica frente a las injusticias sociales, especialmente en el contexto de las comunidades afroamericanas en Estados Unidos. No obstante, su transformación de un grito de resistencia a una ideología cultural global fue meteórica. Con el respaldo de las redes sociales, figuras públicas y corporaciones, el movimiento logró imponer su narrativa en torno a temas como la identidad de género, la justicia racial y el cambio climático.
Este ascenso, sin embargo, tuvo un alto costo. En su búsqueda por corregir injusticias, el movimiento adoptó un enfoque dogmático que rechazaba cualquier disidencia como una amenaza moral. El auge de la «cultura de la cancelación» (cancel culture), caracterizado por la persecución de figuras públicas y privadas por opiniones políticamente incorrectas, marcó un punto de inflexión. Lo que muchos percibieron como un esfuerzo legítimo para promover la inclusión se tornó en un arma para silenciar a quienes no se alineaban con la ortodoxia del momento.
Con el tiempo, las contradicciones internas del movimiento comenzaron a fracturarlo. La obsesión por la identidad fragmentó a sus propias filas, mientras que la desconexión entre sus valores y las preocupaciones de la mayoría de la población generó un rechazo creciente. Las elecciones recientes en varios países, el aumento de voces críticas en los medios y el giro de empresas hacia discursos más moderados son indicios claros de que el wokeism está perdiendo su hegemonía.
Factores que explican el declive
- El agotamiento cultural: El movimiento woke exigía una constante vigilancia moral que muchos encontraron insostenible. La necesidad de medir cada palabra, gesto o pensamiento bajo un prisma ideológico generó una fatiga emocional y psicológica en amplios sectores de la sociedad.
- El rechazo a la censura: La «cultura de la cancelación» alienó incluso a personas que inicialmente simpatizaban con los ideales del movimiento. Intelectuales, artistas y ciudadanos comunes se rebelaron contra la idea de que disentir era motivo de ostracismo social.
- La crisis de la verdad: El wokeism promovió una desconexión con la realidad al priorizar narrativas subjetivas sobre hechos objetivos. Por ejemplo, debates sobre biología, historia y economía fueron sacrificados en nombre de agendas ideológicas, lo que debilitó su credibilidad.
- El ascenso de voces alternativas: En respuesta al monopolio cultural del wokeism, surgieron plataformas y líderes que desafiaron abiertamente su dogmatismo. Figuras como Jordan Peterson, Bari Weiss y Douglas Murray, entre otros, lideraron un contramovimiento que ha ganado fuerza a nivel global.
El renacimiento del sentido común
Con el retroceso de la influencia woke, emerge una oportunidad histórica para redefinir el equilibrio entre justicia social y libertad individual. Los valores tradicionales, basados en principios como la prudencia, la responsabilidad personal y el respeto por las instituciones, tienen ahora la posibilidad de resurgir como pilares centrales de nuestras democracias.
Para los conservadores, este momento representa más que una victoria cultural; es una llamada a la acción. Es vital no caer en la tentación de reemplazar un dogma por otro. En lugar de ello, el reto es construir una narrativa que celebre las virtudes de la civilización occidental: la libertad de expresión, el estado de derecho y la importancia de la familia como núcleo de la sociedad.
Además, es imperativo tender puentes con aquellos que, aunque críticos del wokeism, comparten el anhelo de una sociedad más justa. Rechazar los excesos del movimiento no debe implicar ignorar los problemas reales que lo alimentaron, como la desigualdad y la discriminación. La solución no radica en negar estos desafíos, sino en abordarlos de manera sensata y efectiva, sin sacrificar los principios fundamentales de la libertad y la verdad.
Conclusión
El declive del movimiento woke simboliza más que el fin de una era cultural; marca el comienzo de un reequilibrio necesario. Este momento histórico debe ser aprovechado para reconstruir el tejido social sobre una base sólida de valores atemporales. Para ello, es crucial resistir el tribalismo y abrazar una visión que una a las personas en torno a ideales comunes.
La historia está llena de lecciones sobre el peligro de los excesos ideológicos, y la era woke no es la excepción. Sin embargo, su ocaso no garantiza automáticamente un futuro mejor. Este debe ser construido con paciencia, visión y un compromiso inquebrantable con la verdad y la libertad. Si el conservadurismo puede liderar esta renovación cultural, estaremos frente a una oportunidad única de fortalecer nuestras democracias y avanzar hacia una sociedad más libre, justa y cohesionada. El sentido común ha despertado, y con él, la esperanza de un renacimiento civilizatorio. Una vez más, gracias por leerme.
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1 comentario en «El ocaso de la era woke: ¿Fin de una utopía progresista o renacimiento del sentido común? | Albert Mesa Rey»
En lo que se refiere al ecologismo la Era woke ha dejado su impronta en la Agenda 2030 que la UE quiere liderar, y cuyos efectos negativos se están viendo ya en Alemanía, motor económico de la misma. La esperanza política actual se está situando en el giro a la ultraderecha que se está produciendo en muchos paises europeos. Es un poco la ley del péndulo, porque cuando algo pendula demasiado hacia un lado, no es de extrañar que se produzca un «pendulazo» hacia el otro. La UE como no frene su política climática se va a arruinar a si misma, si alguien no lo remedia. En España tenemos un efecto deletereo de lo woke, el sanchismo.