El horóscopo. ¿Ciencia o charlatanería? | Albert Mesa Rey

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En pleno siglo XXI, la creencia popular en los horóscopos y en aquellos pronósticos llenos de misticismo que anticipan el devenir de nuestro destino, siguen figurando entre lo más consultado en algunos medios de comunicación, canales dedicados de TV y en internet.

Entiendo que quizás mucha gente tiene interiorizado pertenecer a un determinado signo y que este determina unas características comunes entre todos los nacidos en este determinado período de tiempo, pero, ¿qué dice la ciencia sobre los horóscopos y, por tanto, sobre la astrología? ¿Hay algún sustento científico para creer, por ejemplo, que Mercurio retrógrado hará de nuestros días una crisis insufrible? ¿O son, ni más ni menos, pura charlatanería?

Antes de seguir adelante, es necesario diferenciar Astronomía y Astrología. ¡Vayamos con las definiciones!:

La Astronomía es la ciencia que estudia el universo y lo define como el conjunto de toda la materia y toda la energía que existe en la totalidad del espacio y del tiempo. Se encarga del estudio de la formación y origen del universo, así como del estudio de todos los cuerpos celestes que lo forman, comprendiendo desde planetas y sus satélites (como por ejemplo la Tierra y la luna), estrellas y la materia interestelar, galaxias, materia oscura, etc.

La Astrología es el estudio de la posición y los movimientos de los astros y su influencia en las personas y los acontecimientos del mundo. La palabra, como tal, proviene del griego ἀστρολογία (astrología), que significa estudio o ciencia que trata de los astros. Astrología y horóscopo son dos conceptos que se utilizan indistintamente, pero no significan lo mismo. La astrología es un mundo más amplio que el horóscopo y, sin embargo, es el horóscopo el que ha logrado abrirse un hueco en el mundo mediático.

Como Horóscopo se denomina un sistema de predicción del futuro basado en la posición de los astros y los signos del Zodiaco en un momento dado, y en la creencia de cómo esto influye en la vida de las personas. La palabra, como tal, proviene del latín horoscŏpus, y esta a su vez del griego ὡροσκόπος (horoskópos), que significa ‘que observa la hora’.

En la Astrología occidental el Zodíaco es un círculo de 360 grados que rodea el Sol, la Luna y los planetas. Está segmentado en doce puntos llamados signos, los cuales son llamados así gracias a las constelaciones. El zodíaco fue fundado por los astrólogos para elucidar los presagios y observar la actividad de los astros.

La Astrología actual, por lo tanto, se deriva del zodiaco griego, palabra que significa «rueda de los animales». Los doce signos del zodíaco son como todo el mundo sabe: Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpio, Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis.

El Horóscopo divide el cielo en doce partes casi iguales, que son los doce signos que todos conocemos y en los que, al menos alguna vez en nuestra vida, nos hemos basado para imaginarnos nuestro futuro. Es más, mucha gente cree que las estrellas marcan nuestro porvenir.

Sin embargo, no todas las constelaciones son igual de grandes. Es más, incluso se ha hablado de que en el círculo zodiacal hay una o dos más: la famosa Ofiuco e incluso otra llamada Cetus. Lo cierto es que da lo mismo, las clásicas van a permanecer porque además cada una tiene ya unas características definidas, hacen un número redondo y muy utilizado a lo largo de la historia. No solo hay 12 signos del zodiaco, sino que también hay doce meses, doce apóstoles y había civilizaciones en las que el 12 era el número clave, en lugar de la decena.

El significado de cada signo. Nadie realmente sabe a ciencia cierta a qué se debe el nombre de cada signo del Zodiaco, ya que por mucha imaginación que le echemos, cinco, seis o siete estrellas no forman la figura de un cangrejo o de un león. Pues bien, Isaac Newton apuntó que posiblemente rendían homenaje al Mito de Jasón y los Argonautas. Así las cosas, serían:

  • Aries: el carnero con el que viajaron Frixio y Hele para llegar a la Colquide.
  • Tauro: puede ser o el Toro de Creta o la forma que adoptó Zeus cuando raptó a Europa.
  • Géminis: los gemelos Cástor y Pólux.
  • Cáncer: cangrejo que envió Hera a ayudar a la Hidra de Lerna cuando luchaba contra Hércules.
  • Leo: el León de Nemea que mató Hércules.
  • Virgo: sería Astrea, titánide hija de Ceo y Febe.
  • Libra: se atribuye a Dice, la diosa de la Justicia.
  • Escorpio: sería el escorpión enviado por la diosa Artemisa contra Orión.
  • Sagitario: es el centauro Quirón.
  • Capricornio: representa a la Cabra Amaltea, la que amamantó a Zeus.
  • Acuario: sería Ganímedes, el escanciador de los dioses en el Olimpo.
  • Piscis: sería la forma que tomaron Ares y Afrodita al huir del titán Tifón.

Pero, ¿cuál es el origen del Zodíaco? Los documentos más antiguos sobre el Zodíaco provienen de los antiguos babilonios, hace más de 3.000 años. Y es que los orígenes del Zodíaco están ahí, en los territorios de la antigua Sumeria.

Cuando los seres humanos no entendían muchas de las cosas que ahora nos parecen normales miraban al cielo, a esos dioses que poblaban la bóveda celeste, en búsqueda de respuesta y las encontraban en los movimientos de las estrellas y los planetas.

De hecho, los sacerdotes, oráculos, adivinos y magos que interpretaban el movimiento de los astros, pensaban por ejemplo que si Venus se movía hacia un lugar concreto o si Marte aparecía más rojo de lo habitual eso quería decir que el rey sufriría o que el reino tendría un buena y próspera época. Por supuesto, todo era invención de los sacerdotes de turno.

Eso sí, no fue hasta el 700 a.C. más o menos cuando apareció el Zodiaco, aunque entonces hablaba de 18 constelaciones y no 12 como ahora. De hecho, hasta el 400 a.C. no se empezó a hablar de los símbolos más habituales. Por supuesto, las ideas de los babilonios se esparcieron por otras civilizaciones, especialmente entre los egipcios. Y de allí a los griegos, que dieron al Zodiaco el empujón definitivo. También otras culturas lejanas, los celtas y los chinos tenían sus propios zodíacos, pero con otras denominaciones.

Lo cierto es que, si bien no existe ningún sustento científico para señalar que el carácter y la fortuna (o mala fortuna) de una persona estará regida por las constelaciones, los horóscopos sí influyen en quienes creen en ellos y su efecto sí está sustentado en una ciencia que definitivamente no es la Astronomía, sino una más terrestre: la Psicología.

Entonces, ¿Por qué acierta en describir mi personalidad? Me dirás que, en muchos casos, el Horóscopo acierta entre las características personales y del carácter en las personas que hemos nacido bajo un determinado signo del Zodíaco. ¿Hay algo de cierto? Desgraciadamente amable lector tengo que desilusionarte en aras de la verdad.

Leer el horóscopo y sentirse identificado no es obra de un misticismo astral, sino de un efecto psicológico de “Concordancia de la Personalidad” conocido como Efecto Forer, llamado así en honor al psicólogo estadounidense Bertram R. Forer, que en 1948, realizó un experimento que consistió en aplicar una prueba de personalidad basado en generalidades tomadas de horóscopos de periódicos a un grupo de estudiantes, para todos el mismo y con los que, ¡sorpresa!, un número altamente significativo de ellos mostraron afinidad.

El Efecto Forer (también llamado Falacia de Validación Personal o Efecto Barnum, por P. T. Barnum) en psicología se refiere al fenómeno o evento que ocurre cuando los individuos dan altos índices de acierto a descripciones de su personalidad que supuestamente se adaptan específicamente para ellos, pero en realidad son vagas y lo suficientemente genéricas como para aplicarse a una amplia gama de personas.​ Este efecto puede proporcionar una explicación parcial de la aceptación generalizada de algunas creencias y prácticas, tales como la Astrología, la adivinación, la lectura del aura y algunos tipos de test de personalidad.

La psicóloga Carmen Almendros de la Universidad Autónoma de Madrid lo resume sin muchos rodeos: “A la gente le gusta recibir información sobre sí misma, especialmente si contiene descripciones favorables” (sic).

Otra ciencia que abona sobre la utilidad de los horóscopos es la Sociología y su concepto de Profecía Autocumplida. Fue descrita por el sociólogo estadounidense Robert K. Merton y la profecía autocumplida es a grandes rasgos, el hecho de que las creencias respecto de algo, aunque no sean reales, determinan nuestro comportamiento y lo guían.

Sobra decir que la Astronomía, que es el estudio científico de los cuerpos celestes, no ha validado y muy seguramente jamás dé crédito a las tesis de la Astrología, que estudia la influencia de los astros sobre el destino de las personas. Hasta ahora, científicamente se ha comprobado que de las cuatro fuerzas fundamentales de la naturaleza (a saber: la gravedad, el electromagnetismo, la fuerza nuclear fuerte y la fuerza nuclear débil), la única fuerza que ejercen los astros sobre nosotros es la gravitatoria.

Por tanto, aplicando la célebre fórmula de la Gravitación Universal de Isaac Newton publicado el 5 de julio de 1684 en su libro Philosophiae Naturalis Principia Mathematica, que dedujo que la fuerza gravitatoria con que se atraen dos cuerpos tenía que “ser proporcional al producto de sus masas dividido por la distancia entre ellos elevada al cuadrado”, posiblemente la comadrona, el tocólogo y todos los que estaban presentes en el paritorio ejercieron mucha más fuerza gravitatoria sobre cualquiera de nosotros en el momento de nacer, que Aries, Leo, Marte o cualquier otro cuerpo celeste incluida la Luna que es el más cercano. Que la fuerza de la gravedad determine el carácter de una persona en el momento de nacer sería inverosímil y como poco motivo de una amplia discusión seria.

Algunos creen en horóscopos o en terapias las alternativas por ser un tema ancestral. El hecho que algo sea “antiguo” o se haya hecho así toda la vida no supone la validez de un argumento y posiblemente se trata de una “falacia ad antiquitatem”.

Otros porque hay una gran cantidad de gente que cree en ello. Eso tampoco eso supone ser un argumento de veracidad, parece más bien una “falacia ad populum”.

En otros casos se trata de autoafirmaciones de la personalidad basadas en una supuesta sofistificación o singularidad, en la creencia de estar en la posesión de un conocimiento “arcano” solo accesible a los iniciados y no al resto de los mortales. También los hay por un sentimiento antisistema o de rebeldía. La justificación a estas conductas quizás podría explicarse en la Psicología y/o por algunas interpretaciones de la Pirámide de Maslow o Jerarquía de las Necesidades Humanas.

También se emplea mucho el argumento “a mí me ha funcionado” o “conozco un caso o casos que…”. En ninguna disciplina de la Ciencia sería aceptable como muestra de validez de un argumento “la aportación a una teoría a propósito de un caso”. Posiblemente haya más razones, pero no creo que en ningún caso exhiban una validez contrastada. Casi se podría afirmar sin margen de error que, en ninguno de los casos, esas creencias estén soportadas en la experimentación y validación bajo las reglas del Método Científico y esta es la herramienta más fiable que se tiene para acercarse a la “verdad”.

Quizás como muchos, me diréis que hay que tener la “mente abierta”. Ante esta “recomendación” yo respondo que: “Solo hay que tener la mente abierta a la evidencia. Que esa “mente abierta” nunca debe obnubilar el sentido crítico, porque de lo contrario uno queda expuesto a las majaderías del primer gurú o farsante que se te cruce en la vida”, y ciertamente en los tiempos que corren, éstos han proliferado como las setas en un año de lluvia abundante. Habría que tener siempre presente que “si algo es demasiado bueno para ser vedad, posiblemente no lo sea” y que “Afirmaciones extraordinarias requieren siempre de evidencia extraordinaria” (Carl Sagan).

Discúlpame amable lector si he roto algo en tus convicciones y hasta entendería que no estuvieras de acuerdo conmigo en lo que he expuesto en este artículo de opinión. Nada de lo que aquí expongo ha sido inventado por mí y puede fácilmente comprobarse, así que permíteme apelar a la cita del clásico: “La verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero“, y parafraseando el Evangelio de San Juan (Juan 8:31-38) “La verdad os hará libres”.

Amable lector: Si tienes tiempo e interés en ampliar o contrastar alguno de los conceptos citados de este artículo, sugiero que “pinches” en los enlaces que he ido resaltando. Gracias por leerme.

Albert Mesa Rey | Escritor

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