El hartazgo social contra los «comegambas»: la corrupción sindical al descubierto

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La tomadura de pelo de los sindicatos subvencionados tiene los días contados

En una España que clama por justicia social real, donde las familias hacen malabares para llegar a fin de mes, el espectáculo obsceno de los sindicatos subvencionados disfrutando de mariscadas a costa del contribuyente ha dejado de ser una anécdota para convertirse en el símbolo de una corrupción estructural. No hablamos solo de excesos: hablamos de una casta sindical, parasitaria y desconectada de los trabajadores que dice representar, convertida en brazo propagandístico del Estado que los mantiene.

Lo ocurrido hace unos días en el Pleno del Ayuntamiento de Alcalá de Henares, donde el Comité Marisco se coló disfrazado de gambas y langostinos para denunciar a los liberados sindicales, ha sido más que una performance: ha sido la voz del pueblo hastiado. Esa protesta ha evidenciado lo que tantos ciudadanos piensan y que pocos se atreven a decir: los comegambas ya no engañan a nadie.

 La gamba no está en la lonja, está en la mesa del pleno. Y la pagas tú”, gritó uno de los miembros del Comité Marisco. Una frase que resume a la perfección el sentimiento generalizado de traición. Porque mientras miles de ciudadanos viven con sueldos precarios, estos liberados sindicales disfrutan de más de 552.000 euros anuales en salarios para no trabajar en sus puestos habituales.

Más aún: con un salario bruto medio de 3.000 euros al mes, los liberados de Alcalá de Henares disfrutan de 28.000 horas laborales pagadas por los vecinos, sin ofrecer ningún servicio público a cambio. ¿Puede haber un mayor insulto a la justicia social?

Lejos quedó la imagen del sindicato como herramienta de lucha obrera. Hoy, UGT, CCOO y compañía son poco más que chiringuitos ideológicos subvencionados, que responden a los intereses del poder político —especialmente de la izquierda— y no de los trabajadores.

En palabras de miembros del propio Ayuntamiento: “Es un dinero que se podría destinar a mejoras en centros de mayores, colegios públicos y barrios donde la izquierda no ha hecho nada en ocho años. Y mientras, destinamos más de medio millón de euros a pagar horas sindicales”. Imposible decirlo más claro.

Alcalá de Henares —como tantos otros municipios— no puede seguir financiando un modelo obsoleto, caduco y parasitario a costa del sudor de sus vecinos. La sociedad ha hablado, y cada vez lo hace más alto: basta de comegambas.

Esta protesta marca un punto de inflexión. Porque ya no se trata de una denuncia aislada, sino de un clamor social que crece. Las redes sociales lo amplifican, los medios lo recogen, y los ciudadanos lo comentan en la calle: la tomadura de pelo sindical ha llegado demasiado lejos.

La libertad no es solo educativa o religiosa. También lo es la libertad de los trabajadores de no ser utilizados como excusa para mantener castas privilegiadas. Ya no cuela. Ya no intimida. Ya no convence.

Y si la izquierda no lo quiere ver, la realidad terminará por arrollarla.

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