La crisis económica ya es más grave que la sanitaria, y de seguir con esta gestión, todavía lo será mucho más. Vaya por delante que cada persona que lamentablemente ha fallecido -y las que, desgraciadamente, fallecerán- por coronavirus es un drama personal, una pérdida irreparable, pues cada vida es un tesoro insustituible, como lo son todas las vidas acabadas por cualquier tipo de causa o enfermedad. Merecen nuestro dolor, nuestro respeto y nuestro homenaje.
Ahora bien, sin olvidarnos de ese dolor, respeto y homenaje, sin dejar de luchar con todos los medios sanitarios para evitar que mueran personas, no se puede seguir de la manera en la que se ha gestionado, desde el principio, esta crisis. Dicha gestión ha supuesto, está suponiendo y supondrá la ruina de la economía española. No se trata de meros números, donde el PIB cae un 21,5% interanual y la tasa de paro se acerca al 16%. Se trata de personas y de la obligación de todo gestor y responsable político, que es gobernar pensando en el bienestar global y generalizado de toda la sociedad.
No es fácil, obviamente, gestionar ni tener la última palabra en las decisiones a tomar, pero quienes aceptan los cargos de servicio público saben que eso va en el sueldo y en el puesto. No pueden, por tanto, quedar atenazados por el qué dirán mediático, ni tratar de gobernar desde la propaganda, sino que tienen que decidir en función de lo que sea mejor, o, en este caso, menos malo, para toda la sociedad.
Antes de que alguna persona se lleve las manos a la cabeza o señale que esa afirmación es egoísta, pensemos en lo que encierra el disparate de gestión de la doble crisis que tenemos, la sanitaria y la económica.
En primer lugar, las medidas que se tomaron de cierre productivo se adoptaron por la tardanza en reaccionar para mitigar la propagación de los contagios cuando ya era demasiado tarde. Entonces, se recurrió a dicha solución propia de tiempos medievales, pese a encontrarnos en el siglo XXI. Sólo habría tenido sentido encerrarnos una semana a todos si se hubiesen realizado test rápidos, para poner en cuarentena a los infectados y dejar, después, que el resto trabajase, además de proteger a los grupos de riesgo. No se hizo y con casi cien días de estado de alarma no dejaron de crecer durante muchas semanas los contagios y, lo que es peor, los fallecimientos.
La población, lógicamente, se atemorizó, pánico en el que se mantiene, alimentado por muchos políticos y muchos medios de comunicación, porque no se ha contado la realidad, como que el crecimiento exponencial de fallecidos se debió al colapso sanitario por no adoptar medidas suaves, pero efectivas, de manera temprana y por enfrentarse, en esas circunstancias, a un virus nuevo donde imperó mucho el prueba y error. No quiero ni pensar en la posibilidad de que, adicionalmente, se cribase por esperanza de vida, porque eso habría sido monstruoso. Prefiero creer que esto último no fue así. Y no se cuenta ahora, por tanto, que esa situación no es la misma que la actual, ni por la agresividad del virus con carácter general, ni por el aprendizaje logrado en el tratamiento sanitario, ni por los medios con los que se cuenta y que escaseaban entonces. Y si de todos ellos hay riesgo de que llegase a repetirse el de saturación de la ocupación hospitalaria, levántense en cada punto de España hospitales provisionales, como fue el de Ifema. Ábranse uno, media docena o cincuenta Ifemas, búsquense médicos en el extranjero si aquí no hay suficientes y, si fuere necesario, reclútese a estudiantes de quinto y sexto de medicina, que mejor será eso que no tener nada. No se está escatimando dinero para sanidad, con lo que inviértase en esta coyuntura, temporalmente, el dinero preciso para ello.
Hágase eso, protéjase a los vulnerables -no con el mero encierro, pues pueden desarrollar otras enfermedades, como depresión por soledad, o incluso desorientación o anquilosamiento y enfermedades circulatorias-, que los infectados guarden la cuarentena establecida y ábrase la economía del todo, porque la ruina está creciendo.
Además, salvo para hundir la economía, de nada ha servido tomar las medidas más restrictivas del mundo, pues el avance de la enfermedad en España es uno de los lugares donde es más rápido e intenso de todo el contexto internacional. Si hemos sido los más restrictivos y somos los peores en evolución sanitaria, es obvio que lo que se está haciendo no sirve para nada bueno.
Por otra parte, ¿cuál es la propuesta que dicha estrategia marca? ¿Ir cerrando y abriendo la economía según aumenten y disminuyan los contagios? Esa montaña rusa genera una completa inseguridad, pues familias y empresas no sabrán a qué atenerse, de manera que al pánico generado se añadirá la incertidumbre y nadie ni consumirá ni invertirá.
Sin inversión y consumo no habrá actividad económica, y sin ésta no habrá empleo. Sin empleo no habrá ingresos, y sin ingresos habrá pobreza y ruina para familias y empresas -más de la que ya se ha generado- e insuficiencia para poder financiar todos los servicios públicos esenciales -cuyo límite de capacidad de financiación se está ya bordeando-, con lo que habrá menos recursos para sanidad y, por tanto, peor atención y más muertes por todo tipo de enfermedades.
La situación económica ya es dramática: más de un millón de personas ha perdido su empleo, casi otro millón sigue en un ERTE sin saber si no acabará en el paro, y por lo menos otro millón ve peligrar su puesto de trabajo porque la inseguridad y nuevas y cambiantes restricciones lleva a que la quiebra de muchas pequeñas empresas que reabrieron sea cada vez más probable.
No hay más que pasearse por las distintas ciudades españolas y ver la lista interminable de comercios cerrados o en proceso de cierre. En Madrid es terrible ese espectáculo, además, no sólo en zonas con menos empuje comercial, sino en las de mayor tránsito también. Si eso sucede en esos lugares, qué no pasará en otros puntos de Madrid o del resto de España cuya localización sea menos comercial o con menos capacidad económica.
Las colas del hambre, que, desgraciadamente, han vuelto a España, son cada vez más numerosas en los comedores religiosos o comedores sociales que hay. Adicionalmente, por cualquier lugar se percibe que la mendicidad ha aumentado, con la desesperación pintada en el rostro de las personas que se han visto obligadas a solicitar la ayuda del resto de ciudadanos.
Esta situación económica de ruina inducida en este extremo tan intenso, llena de angustia a cientos de miles de personas, afectando también directamente a la salud, de manera que puede que el número de muertes por enfermedades circulatorias, como infartos o derrames cerebrales -de los que, por cierto, fallecen, según datos del INE, alrededor de 120.000 personas cada año-, suicidios o enfermedades derivadas de depresiones, aumente. Ojalá no sea así, pero es una posibilidad que cada vez, desgraciadamente, cobra una mayor probabilidad.
La solución no es confiarlo todo al gasto público, no ya por una mera cuestión ideológica, sino, simplemente, porque no es sostenible: con una deuda pública situada ya en julio en el 115,34% del PIB, con los ingresos cayendo a plomo y el gasto subiendo vertiginosamente, no hay espacio para poder incrementar las ayudas. No se puede confiar en ello, porque no será posible.
No podemos ni encerrarnos de nuevo ni permitir que funcionen sólo colegios, universidades y oficinas o similares, porque en los restaurantes, bares, cafeterías, hoteles, gimnasios, locales de ocio o comercios trabajan muchos cientos de miles de personas, que se quedarán en el paro si se restringe más la actividad de dichos sectores o se les cierra directamente. Esos lugares son también centros de trabajo para muchas personas que viven de ello.
Si se sigue por el camino de la gestión realizada hasta ahora, donde sólo se ha primado el aspecto sanitario con medidas, además, que se han demostrado que son un fracaso, y no se atiende a la situación económica, el hundimiento será todavía mucho mayor, donde nos veremos obligados -o nos obligarán- a recortar pensiones, dejando al descubierto a nuestros mayores, que ya no pueden tener otra alternativa de ingresos, y a cercenar una gran parte de los servicios esenciales.
Con una población así de empobrecida, con seis millones o más de parados que puede llegar a haber, y con un estancamiento muy largo tras una caída brutal de nuestra riqueza, el drama humano será de una dimensión mayor que el ya doloroso generado por el virus, con el agravante de que, además, seguirá existiendo la enfermedad, por no hablar de la posible ola de robos y pillaje que podría llegar a darse en una situación tan extrema.
Llega el momento de elegir: o seguir como hasta ahora y hundirnos, o tener la valentía de tratar de salir adelante con toda nuestra energía, con todas las medidas de prudencia necesarias hasta que exista una vacuna, velando de manera decidida por el cumplimiento de las normas de prevención, pero reabriendo de manera completa, sin restricciones, porque la gente tiene que poder trabajar para poder comer, vestir, pagar su hipoteca o su alquiler, para poder, en definitiva, vivir. Desgraciadamente, hemos perdido a muchas personas por el virus y perderemos a más, pero quedarnos encerrados no es garantía de evitar estas muertes y sí que lo es de generar una hecatombe económica como nunca antes ha habido en España, que, además, traería más muertes por todo tipo de enfermedad. Quienes tienen que tomar estas decisiones deberían recordar que su obligación es buscar lo mejor para el conjunto de la sociedad, que, en este caso, son cuarenta y siete millones de españoles. Y lo mejor no es arruinarlos y hacerlos morir en vida, sin garantía de que el aspecto sanitario mejore por ello. Y si dichos gestores no son capaces de verlo así, al menos que piensen egoístamente que no sería positivo para ellos pasar a la historia como quienes dejaron en la más absoluta miseria a España.
Soy consciente de que lo que expreso, al apartarse de la línea establecida en la sociedad por el Gobierno y por muchos medios de comunicación, puede ser calificado negativamente, como soy consciente de que con toda probabilidad no rectificarán y seguirán con el modelo de gestión mantenido hasta ahora, pero es la realidad, y de seguir con esta gestión, el perjuicio todavía lo será mucho más.
(José María Rotellar. Libre Mercado)