El aborto ha pasado en nuestra sociedad de ser un crimen perseguido, con más o menos intensidad, a ser actualmente un “derecho” creado por un Tribunal Constitucional incalificable. Y el proceso no para ahí, continúa.
Al menos en la sociedad occidental, desde hace más de 1.600 años, el aborto siempre se ha rechazado, aunque hubiera más o menos tolerancia hacia ciertas practicas clandestinas que, en cualquier caso, eran la excepción.
Desde que las ideologías revolucionarias lo empezaron a considerar una bandera ideológica y fue asumido por la izquierda y el feminismo extremo, empezó a introducirse en el debate político. Al principio como una posición maximalista y escandalosa que se debatía, pero que no se consideraba realista. Luego empezó a consolidarse como una reclamación importante de esos partidos, hasta que en ciertos países fueron obteniendo el poder para implantarlo, aunque fuera “sólo para casos extremos”. Mientras tanto, el resto de la sociedad iba concienciándose y oponiéndose cada vez con más determinación…aparentemente. La realidad es que, en muchos países la oposición de los partidos centristas, democristianos o conservadores fue pasando de la oposición clara a una oposición relativa que se transformó luego en una oposición teórica pero que “respetaba” los derechos de las mujeres y el status quo, finalmente no derogando las respectivas leyes de aborto, al recuperar al poder. Un caso clarísimo fue el PP de Mariano Rajoy en 2011, con mayoría absoluta, que incumplió su promesa electoral de derogar la ley de plazos de Zapatero “porque cuando volviera al poder el PSOE la volvería a poner”.
En paralelo a este proceso, el debate público y social fue derivando hacia una imposición pública de las posiciones proabortistas en la cultura pública (gestionada por los poderes públicos y los medios de comunicación, todos muy influidos por las ideologías globalistas), de forma que los partidarios del aborto no sólo avanzaban sin parar, imponiendo cada vez más un aborto más “libre”, pasando de la inicial despenalización de lo que seguía siendo un delito (aunque realizado por la Seguridad Social y financiado con fondos públicos) a su legalización, liberalizando leyes de plazos y llegando ya hasta su imposición como derecho.
En paralelo, los opositores y también los simplemente no partidarios se han ido convirtiendo a los ojos de la ortodoxia dominante cada vez más en personas marginales, casi antisistema. De esta forma, se van imponiendo prohibiciones increíbles para “proteger” los abortorios, suspendiendo todos los derechos en sus alrededores (ni libertad de expresión, ni libertad religiosa ni libertad de manifestación).
Y esto es algo que debemos tener claro, cada paso atrás que se da en este tema no es un paso hacia una teórica concordia, sino un paso más hacia la imposición más brutal y tiránica de una medida tan injusta como el asesinato intrauterino de los fetos.
Otro paso más en esta imposición apisonadora del aborto es la que está impulsando la ministra de Sanidad, Mónica García. Ha propuesto en el Consejo Interterritorial la creación de un registro de sanitarios objetores, lo que implicaría la eliminación efectiva de la objeción de conciencia.
No le importa que existan los derechos de libertad religiosa y a la libertad de conciencia, reconocidos en las declaraciones internacionales y en nuestra constitución, lo que impide cualquier obligación de declarar (y menos de registrar estas declaraciones en un registro global). No le importa el ataque brutal a la privacidad que esto supondría, y todas las leyes que lo prohíben. Y ya no es que no le importe, sino que parece que son los objetivos de este registro sería la discriminación ideológica y la postergación en el sistema público de los médicos y de los demás sanitarios no dispuestos a colaborar. Y de paso, sería una herramienta magnífica para promocionar a todo el personal más cercano a sus ideologías.
El aborto está lejos de ser sólo una medida brutal que permite el asesinato de hijos no nacidos. Más allá de esta monstruosidad (supone bastantes millones de niños abortados todos los años), se ha convertido para los grupos ideológicos dominantes en una especie de bandera “moral”. En efecto, no sólo les permite actuar en este campo de forma injusta y dictatorial (es evidente la “patente de corso” del mundo abortista donde las inspecciones y controles públicos no osan molestar), sino que se convierte cada vez más en un signo de distinción: o lo aceptas o eres desterrado fuera del sistema.
Pretenden imponerlo como piedra de toque del sistema: si no eres proabortista, serás “excomulgado” de la sociedad “democrática y tolerante, defensora de los derechos”, recibirás todos los exabruptos: extrema derecha, fanático religioso, totalitario (como si el aborto no fuese compartido por todas las ideologías totalitarias). En definitiva, convierten al aborto en piedra de toque de su nueva ortodoxia. Y por lo tanto, en este tema, no están dispuestos a ningún tipo de acuerdo con los opositores ni a renunciar a ninguna imposición que puedan realizar.
Vemos como en Francia lo han consagrado como un derecho en su constitución, con el apoyo de la gran mayoría del arco parlamentario. Vemos como en EEUU ante la derogación de la sentencia Roe contra Wade, los demócratas, donde gobiernan han reaccionado promoviendo leyes proaborto extremas.
El aborto es una bandera a la que no están dispuestos a renunciar, por lo que seguirán imponiéndolo en la medida de sus posibilidades hasta extremos cada vez más brutales. Sólo oponiéndose frontalmente, sin miedo ni complejos, sin buscar un “punto medio de acuerdo”, irreal como hemos visto, se podrá avanzar para defender el derecho a la vida, y todos los demás derechos afectados por los abortistas. Con medias tintas fracasaremos y tendremos que asistir a una profundización siniestra en este aborterismo cada vez más radical. Ante la gran imposición, sólo cabe la rebeldía clara y directa: o abortistas o defensores de la vida y la libertad.
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1 comentario en «El aborto como imposición: abortista o antisistema | Mariano Martínez-Aedo»
Claro, conciso y realista.