Es habitual hoy en día escuchar la expresión “discurso de odio”. Si nos atenemos a la definición de la RAE encontraremos que odio es “antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea”[1].
Nadie quiere ser odiado ni sufrir las consecuencias de este mal, es por ello, que todos rechazamos cuando alguien habla utilizando este discurso de odio. Hasta aquí todos estamos de acuerdo. Veamos a continuación si, como dicen los que emplean esta expresión, están aumentando los discursos de odio o si hay algo más que no se cuenta.
Considero que nos topamos con un principal problema: el vaciamiento del verdadero significado de los conceptos originarios. Llevamos décadas sufriendo la “metamorfosis” de ciertas palabras y, de esta manera, la gran mayoría seguimos percibiendo esas palabras con su original significado, sin notar, a priori, que ha sido cambiado, hasta que asumimos inconscientemente en nuestro pensamiento esa nueva concepción semántica.
Y esto, querido lector, es lo que ocurre con la palabra “odio”. De ser esa antipatía o aversión hacia alguien a la que se le desea un mal, se amplía su campo, siendo empleado principalmente para denunciar un lenguaje que dicen es discriminatorio y ofensivo hacia una persona o grupo. Aquí hallamos otros dos problemas principales: se priorizan esos ataques sobre unos grupos determinados, excluyendo al resto, y se concibe como discurso de odio la opinión discrepante y crítica, no por ello ofensiva y muchos menos con deseo de un mal, con respecto a hechos relacionados con dichos grupos.
Este empleo cada vez más asiduo del “discurso de odio”, se concretiza con mayor frecuencia, y especialmente, por los partidarios del progresismo doctrinal, dirigido hacia ciertas minorías. Minorías protegidas sobre manera por encima de otras. De hecho, son las personas pertenecientes a ciertas religiones, (que no a todas), a ciertas razas, procedentes de otros países (que no de todos), de colectivos lgtbi o las mujeres, a las que se les incluye como las receptoras de estos “discursos de odio”. Y como he adelantado anteriormente, a todo aquel que se le ocurra afirmar que está aumentando el número de delincuentes y actos violentos por personas inmigrantes, que se debe controlar la islamización que arrasa con nuestra cultura, que el aborto no debería ser nunca un derecho de las mujeres, o que a los niños no se les debe incitar a la transexualidad o al homosexualismo… es discurso de odio, lo cual lo podemos confirmar en la última iniciativa de la oficina de España del Parlamento Europeo presentada para acabar con esos “discursos de odio”[2]. Sin embargo, no se puede decir que, el ataque continuo a la religión católica en las aulas o a las creencias cristianas con respecto al matrimonio y la familia sean discurso de odio, tampoco lo es que se critique a las familias que tienen más hijos de la media, o que desean educar a sus hijos sin ideologías manipuladoras y mucho menos, los insultos que tienen que soportar los que defienden la nación española y su lengua por encima de independentismos o nacionalismos. Hacia ellos son simples comentarios y opiniones, sin ninguna intención malévola, según parece.
Lo que estamos percibiendo, querido lector, es una verdadera manipulación de la realidad que la distorsionan. Son unos hipócritas, unos lobos disfrazados de corderitos que dicen querer luchar contra el odio censurando a todo el que no comparta las ideologías y reglas que dictan sus agendas.
Si no estás de acuerdo con la entrada masiva de inmigrantes de forma descontrolada y denuncias las ONG que están traficando con personas, es discurso de odio. Si afirmas que hay guetos de inmigrantes donde ya ni la policía puede entrar, es discurso de odio. Si te posicionas en contra de los matrimonios homosexuales o a las diversas familias porque consideras que el matrimonio y la familia tiene otro sentido más profundo, estás fomentando el odio hacia ellos.
A este etiquetado que supone censura hacia el que piensa distinto, y, por tanto, provoca en su mayoría de las ocasiones el cerrar la boca, (la autocensura), se ha de sumar, la propaganda que los políticos realizan a diario. Y no me refiero sólo desde el púlpito en el Congreso de los Diputados, donde sueltan discursos con palabras rimbombantes, atacando, en lugar de argumentando, a todo disidente que no se una a sus dogmas. Ni tampoco me centro en las efemérides en los centros educativos, como el día contra la violencia de género, en el que se induce descaradamente a los alumnos a percibir al hombre como el maltratador, causante del odio hacia las mujeres.
También desde otros rincones, desde los Ayuntamientos, podemos encontrar todo un despilfarro económico dirigido a potenciar los delirios ideológicos de los que presumen de tolerantes, con tal de adoctrinar a las masas con sus ideas. Y lo hacen mediante un abrumador despliegue de eventos: cursos, talleres, cuenta cuentos, concursos, charlas… para no aburrirse. Todos con un aspecto, entre otros, en común: saben tocar la “fibra sensible” de los participantes. Mediante las emociones y los sentimientos, mostrando el sufrimiento de esas minorías ya mencionadas, sacan sus armas de guerra para atacar a los culpables: los que no aceptan, aplauden y defienden sus ideas. Pero ellos son los que no tienen discursos de odio.
Y no niego, ni mucho menos, que los transexuales sufran por no sentirse aceptados por otros. Lo que digo es que más sufren por no sentirse identificados con su sexo biológico y en lugar de recibir ayuda, lo que hacen es aumentar su dolor de por vida. Ni se me ocurre pensar que una mujer embarazada no sufra si no era un hijo buscando, lo que sostengo es que mayor sufrimiento tendrá cuando se acuerde de ese hijo no nacido, asesinado por ella, y tenga además que sufrir las consecuencias físicas del aborto. Y no digo que los “menas” no tengan que ser atendidos, a lo que me refiero es a que se regule su entrada porque esos niños que vienen empujados tras promesas falsas y mafias, quedan desamparados y víctimas como carne de cañón para los grupos de delincuentes y drogadictos.
Pero claro, todo esto, querido lector, es discurso de odio para personas como las que han tenido la idea de organizar el I congreso en Alcorcón titulado “El discurso de odio” celebrado el pasado sábado 14 de junio, donde, una de las ponentes y organizadoras es, como no podía ser de otra manera, un policía trans[3]. Un acto donde se conciencia sobre el odio hacia ellos con charlas manipuladas atacando a personas que, como servidora, se atreven a cuestionar las “maravillas” de la vida transexual.
Les propongo, para contrarrestar todas estas chorradas ideológicas el I Congreso del amor, donde sí que se muestra la belleza del respeto a todas las personas, independientemente de su opinión, creencias, raza o sexo. Un Congreso donde el amor se antepone a esos discursos que están generando una sociedad cada vez más enfrentada, intolerante y violenta. Los cuales son los que verdaderamente ponen en peligro la paz y el bienestar social con su odio visceral a todo el que no se arrodilla ante sus proclamas.
Porque el amor, querido lector, no está contrarrestado con decir y defender la Verdad. De hecho, animo a hacer una gran obra de misericordia “corrigiendo al que yerra” hacia todos esos a los que les han lavado los sesos o simplemente, disfrutan de las mentiras amasando dinero y fomentando el odio.
Un saludo y hasta la próxima cita:
Alicia Beatriz Montes Ferrer | educadora, escritora, casada, madre de 6 hijos y española. Es autora de libros sobre educación y género.
[2] https://prnoticias.com/2025/06/16/asi-es-la-iniciativa-del-parlamento-europeo-contra-los-discursos-de-odio-en-redes/
[3] https://noticiasparamunicipios.com/contenido-premium/una-agente-trans-al-frente-de-la-nueva-unidad-de-la-diversidad-de-la-policia-de-alcorcon/
1 comentario en «¿Discurso de odio? Esta es la verdad | Alicia Beatriz Montes Ferrer»
Siempre me he hecho una pregunta acerca de esa expresión. ¿Desde cuándo el odio -sentimiento interno, algo que brota de muy dentro del ser- puede ser delito? Sí es, para los cristianos, pecado. Digo yo que, en todo caso, la puesta en práctica del odio -la violencia que éste puede llegar a generar- sí que debe ser considerada como delito y, sí, en eso, todos estamos de acuerdo. Vamos a ir llamando a las cosas por su nombre, sin retorcer el diccionario, ni nuestra maravillosa y universalmente reconocida lengua española y dejémonos de memeces.