Margarita Cantera es Doctora en Historia, especialidad de Historia Medieval, por la Universidad Complutense de Madrid. Su labor de investigación está centrada de modo particular en el estudio de la religiosidad y la historia de las Órdenes religiosas durante la Edad Media hispánica.
Ha publicado el libro Fernando III el Santo. El rey que forjó la España cristiana. El periodista Javier Navascués le entrevista para Infocatólica. Por su interés reproducimos dicha entrevista
¿Qué le llevó a escribir este libro sobre la figura de Fernando III el Santo?
La verdad es que no fue iniciativa mía, sino una apuesta de la editorial Sekotia, sello de calidad e interés por temas de candente actualidad. Y creo que es una iniciativa muy acertada por tratarse de uno de los personajes más importantes de la Historia de España. También quiero señalar que la idea surgió tras el documental sobre el rey santo elaborado por las religiosas del Hogar de la Madre.
Estamos hablando de uno de los grandes reyes medievales de la historia de España, cuyo papel como unificador de los reinos de Castilla y León y como caudillo reconquistador contra los moros. ¿En qué medida fue trascendental en nuestra historia?
El reinado de Fernando III, que llena casi la primera mitad del siglo XIII, fue decisivo en muchos aspectos; ha señalado dos de los más destacados, la unión definitiva de los reinos de Castilla y León en 1230, formando la Corona de Castilla, y las empresas de reconquista contra los musulmanes que supusieron la incorporación de un extenso territorio, cerca de 100.000 km2. Pero, por si esto no fuera suficiente, continuó el proceso de reforzamiento del poder real y una reforma de la administración del reino que daría sus grandes frutos en el reinado de su hijo y sucesor Alfonso X el Sabio.
Asimismo, su gobierno corresponde a una etapa de impulso económico y de promoción de la cultura, siendo un ejemplo notable de ello la construcción gótica de las catedrales de Toledo y Burgos. Y, además, algo que comprendieron muy bien los hombres de su tiempo, es un modelo de rey cristiano, que supo llevar a la esfera pública los anhelos de vivir el Evangelio en su vida privada y pública; y no olvidemos el valor de modelo que el rey tiene en la vida de su pueblo: es como un espejo en quien mirarse, un modelo que imitar, para bien, como en este caso, o para mal, en otros.
Su vida parece de película, y hasta recuerda a la del mítico rey Arturo. Su madre la reina Berenguela le consiguió proclamar rey a los 16 años, contra la voluntad de su padre Alfonso IX de León y siendo adolescente asumió grandes responsabilidades. ¿Qué nos puede decir al respecto?
Desde luego es cierto que la Historia es más interesante que la ficción; o, más bien, que ésta se inspira en la primera, pero deformándola…
Si vemos las circunstancias de su infancia y adolescencia, nos encontramos con un infante de Castilla y de León, que no tiene muchas probabilidades de llegar al trono. Pero la muerte de dos de sus tíos en Castilla (Fernando y Enrique I) y de su medio hermano en León (también llamado Fernando), junto con la generosidad de su madre y la petición de las ciudades a favor del joven Fernando III, hicieron posible su reconocimiento como rey de Castilla en 1217 y de León en 1230.
Hay que hacer una aclaración sobre su familia para entender la situación: Fernando era hijo del rey de León Alfonso IX y de Berenguela, hija del rey castellano Alfonso VIII, primo carnal del leonés; por consanguineidad, el matrimonio no fue reconocido por el Papa y los cónyuges tuvieron que separarse, de modo que Berenguela regresó a la corte de Castilla con los cinco hijos nacidos de esta unión, aunque Fernando pasó temporadas largas en la corte paterna preparándose para desempeñar ciertas labores de gobierno como infante y, desde 1214, como heredero del trono, por carecer Alfonso IX de más hijos varones tras la muerte de su primogénito, también llamado Fernando (hijo del primer matrimonio del rey leonés con Teresa de Portugal, asimismo declarado nulo por consanguineidad).
Sus derechos al trono castellano eran más lejanos, por tener Alfonso VIII dos hijos varones, Fernando, muerto en 1211, y Enrique I. La muerte de éste siendo muy joven, en 1217, hizo recaer en Berenguela el trono de Castilla; pero la renuncia a favor de su primogénito, en medio de las intrigas del noble Álvar Pérez de Castro, que apoyaba unos posibles derechos de Alfonso IX apoyándose en una interpretación un tanto rebuscada de una cláusula establecida en un antiguo tratado.
Berenguela, sin embargo, era la heredera legítima por ser la mayor de las hijas de Alfonso VIII y estar reconocido el acceso de la mujer al trono, en ausencia de varones. Posiblemente Berenguela pensaba desde el principio en renunciar a favor de su hijo y, por ese motivo, le hizo venir desde León (donde estaba formándose con su padre), pero ocultando el verdadero motivo (promover su coronación como rey de Castilla).
La coronación de Fernando disgustó a su padre, que inició una campaña militar contra Castilla, llegando incluso hasta Burgos; pero el no encontrar apoyos importantes para su empresa y la resistencia de buena parte del reino, por lo que acabó retirándose a León. Por su parte, Fernando, en muestra de su amor uy reverencia filial, había rehusado luchar contra él.
Así pues, en efecto, Fernando asumió importantes responsabilidades muy joven; pero tenemos que decir que había recibido una formación muy sólida y orientada a su colaboración en las tareas de gobierno como infante heredero en León. De todas formas, y aunque sus derechos al trono en principio eran muy remotos, todos los infantes recibían una educación muy completa y no muy distinta de la del heredero, pues era habitual su colaboración de diversas formas de los parientes cercanos del rey en la guerra, en la administración del reino, como encargados de ciertas misiones diplomáticas…
Es decir, Fernando III tenía una formación muy completa para asumir el trono, además de una inteligencia muy despierta y, quizás aún más notable, un afán de servicio al bien del reino. A ello hay que añadir la colaboración estrecha y constante de Berenguela en numerosas tareas del gobierno, entre ellas el consejo cercano y permanente hasta que falleció en 1245.
¿Cómo fue la obra de Fernando III como gobernante?
Su vida como rey estuvo marcada siempre por el principio de llevar los consejos evangélicos a la vida pública del reino, de gobernar de acuerdo con la moral del Evangelio, pues, como indica la fórmula “rey por la gracia de Dios” que asumieron de forma consciente los monarcas, el poder regio procede de Dios y a Él rendirán cuentas de su forma de actuación. De esta concepción del poder real se derivan sus obligaciones: defender a la Iglesia, devolver al Cristianismo las tierras arrebatadas por los musulmanes o, en el orden plenamente político, guardar el orden interno del reino, procurar la paz y la prosperidad económica; es decir, el bien común desde una visión política pero inspirada por la fe, una búsqueda consciente de la justicia.
En el plano más concreto de sus actuaciones como rey habría que hablar de una organización más completa de la administración y una mejor coordinación de los órganos de gobierno, de lo que se derivó la eficacia de su labor como gobernante y el fortalecimiento de la estructura del Estado.
¿Por qué unificar los reinos de Castilla y León definitivamente fue un gran paso hacia la futura unificación de España en tiempos de los Reyes Católicos?
Porque supone un paso significativo en la recuperación de la unidad hispánica perdida tras la invasión islámica, respondiendo a un proceso largo, y a veces tortuoso, de restauración, que es la base política de la Reconquista. La otra base de este proceso histórico es la religiosa, la restauración de la Fe cristiana.
¿Cómo fue el liderazgo de Fernando III como caudillo militar en la lucha contra los moros?
Podría responder con las palabras del Coronel de Transmisiones Fernando Luis Morón Ruiz, al calificarle de “ejemplo de liderazgo moderno”[“Fernando III El Santo, ejemplo de liderazgo moderno en el octavo centenario de su ordenamiento como caballero”, en Ejército: revista del Ejército de Tierra español, 943 (2019)] por representar “los valores fundamentales que se buscan en el mejor combatiente, cuya autoridad se basa en el ejemplo y en su capacidad para transmitir confianza y fe ante la adversidad, magnanimidad en el proceder y la virtud constitucional al líder para generar cambios y ser generador y mentor de nuevos líderes”.
Esto se ve muy bien en la implicación personal de Fernando III en casi todas las campañas militares, lo que le ganó la admiración de los suyos por “su ejemplaridad, valor, compañerismo y espíritu de sacrificio”. El ejemplo más claro fue su decisión de apoyar a los caballeros que emprendieron el asalto al barrio de la Ajarquía de Córdoba: contra el consejo de sus allegados y contra lo que dictaba la prudencia, su liderazgo y la obligación moral de no abandonar a sus hombres le hizo salir hacia Córdoba clamando “¡síganme, mis amigos!”; así transmitió una energía contagiosa que demuestra, propio del líder militar, el compromiso con su causa y la plena convicción en sus valores, junto a su espíritu de sacrificio y compañerismo.
¿Cuáles fueron las etapas de sus campañas reconquistadoras?
Podríamos señalar dos grandes etapas: la primera corresponde a los años anteriores a la unión de Castilla y León, con una serie de empresas que buscaban ante todo saquear las tierras dominadas por los musulmanes para provocarles daños económicos, privarles de recursos y alimentos y minar su moral, lo que debilitaría su resistencia.
Tras 1230, uniendo las fuerzas militares de los reinos de Castilla y León, y tras la incorporación de las tierras agregadas en tiempos de su padre Alfonso IX en la actual Extremadura, pudo llevar a cabo sus grandes campañas, que supusieron la incorporación del Valle del Guadalquivir, con las importantes ciudades de Córdoba, Jaén y Sevilla, con sus respectivas campiñas y serranías, además de la incorporación mediante vasallaje del reino de Murcia.
Su primera esposa fue la princesa alemana Beatriz de Suabia. ¿Cómo era esta reina alemana de Castilla y León?
Las crónicas la describen como una mujer muy hermosa. Pero, sobre todo, destacan sus virtudes humanas, especialmente la prudencia y discreción tan importantes en el papel de reina consorte que tenía. También insisten estas fuentes en la buena avenencia que existió siempre entre los esposos, así como con la madre del rey, Berenguela.
La elección de Blanca como esposa de Fernando III parece corresponder de forma principal a la mencionada Berenguela, pesando a su favor especialmente dos factores: no había ningún vínculo de parentesco que pudiera desembocar en una sentencia de nulidad del matrimonio como sufrió ella; y, de manera muy especial, sus virtudes humanas y personales. Por si esto fuera poco, su pertenencia a dos linajes imperiales (prima del emperador alemán por parte de padre, y nieta del emperador bizantino por línea materna) ayudó a reforzar la elección.
¿Y su segunda esposa, la francesa Juana de Ponthieu?
Las crónicas del reinado de Fernando III dan menos relevancia a Juana respecto a Blanca, posiblemente porque su repercusión en la vida del reino iba a ser mucho menor, puesto que del primer matrimonio había ya un número elevado de hijos que aseguraban la sucesión. En todo caso también nos la describen como una mujer hermosa y agradable, perteneciente a la nobleza francesa y bisnieta del rey de Francia Luis VII.
La sintonía entre Juana y Berenguela parece que no fue tan buena como en el caso anterior; tampoco fueron fáciles sus relaciones con el príncipe heredero, el futuro Alfonso X. En todo caso sabemos que, aunque su intervención en la vida política del reino fue prácticamente nula, acompañó continuamente a su esposo incluso en las campañas militares.
¿Cómo fueron las relaciones de Fernando con los Papas de la época?
Podemos hablar de ausencia de conflictos importantes y buena colaboración desde los primeros momentos del reinado; y la estrecha relación de la Santa Sede con la corona castellana se puede comprobar por el alto número de bulas pontificias otorgadas.
Pero un motivo frecuente de conflicto fue la provisión de las sedes episcopales, atribución pontificia sometida a un frecuente intervencionismo por parte del poder político, por la repercusión que los obispos tenían en la vida del reino; pero al tiempo también crecía, en sentido contrario, la intervención pontificia en el nombramiento de otras dignidades eclesiásticas.
Pero, insisto, no hubo verdaderos conflictos por mutuo interés: el monarca necesitaba el respaldo eclesiástico para sus campañas militares, incluido el aporte financiero a través de recaudaciones extraordinarias, destacando las tercias reales., siempre motivo de posibles roces; mientras que el Papa buscaba contrarrestar la hostilidad del emperador alemán con el amparo de los otros reinos europeos, además de manifestar su reconocimiento a Fernando III por su dedicación a la reconquista territorial y la consiguiente restauración diocesana. Hubo, por tanto, un equilibrio de fuerzas, que rara vez se quebró.
¿Cuál fue la relación con el poderoso arzobispo de Toledo, el navarro D. Rodrigo Jiménez de Rada?
Las relaciones entre el monarca y el arzobispo de Toledo fueron generalmente de colaboración, como se refleja en la permanencia de D. Rodrigo como canciller del reino, uno de los cargos político-administrativos más importantes en la época. Asimismo, el arzobispo fue un buen colaborador en las campañas militares, encargándose de la dirección de algunas empresas en los primeros años del reinado de Fernando en Castilla, antes de su plena implicación en la empresa reconquistadora; como consecuencia de esa participación, por ejemplo, se produjo la incorporación del adelantamiento de Cazorla al señorío del arzobispado toledano. También cabría destacar su colaboración en la organización de la diócesis de Córdoba tras la reconquista de la ciudad.
Finalmente, hay que destacar que la obra historiográfica de D. Rodrigo, Historia de los hechos de España, en latín Historia de rebus Hispaniae o Historia Gothica, es una de las principales fuentes de información sobre el reinado de Fernando III, aunque por fallecer el autor antes que el monarca no abarca todo su reinado.
¿Tuvo Fernando un gran sentido de hispanismo y sentía vivamente la fraternidad con el resto de reinos cristianos de la Península?
En este sentido la vida de San Fernando no es una excepción en la historia medieval de España, pues desde los primeros momentos de la Reconquista late un intenso sentimiento de restauración hispánica, que precisamente inspira ese proceso que se ha denominado Reconquista. Una aspiración a la unidad que sigue un camino a veces tortuoso y difícil, alternando los momentos de paz y acercamiento entre los reinos y otros de rivalidad y enfrentamientos, provocados a veces por intereses personales que hacían olvidar el interés supremo de la ansiada unidad.
Durante el reinado de Fernando, el buen entendimiento con los otros reinos hispánicos fue uno de sus objetivos, buscando la paz entre los cristianos para concentrarse en la guerra contra los musulmanes. En general, podemos hablar de una situación de armonía con los otros reinos hispánicos, lo que no quiere decir que no se vivieran momentos de cierta tensión, que en buena parte surgieron por los recelos que despertó en los otros reinos la unión castellanoleonesa.
¿Cómo fue su conquista final de Sevilla?
Una obra maestra de la estrategia militar y de la colaboración de diversas fuerzas militares, bien coordinadas y armonizadas por el monarca, demostrando su capacidad para movilizar recursos extraordinarios.
A las cabalgadas realizadas desde la primavera de 1247 sobre algunas localidades del entorno de la ciudad y al control de otras, se unió la llegada de una flota procedente del Cantábrico, bien abastecida de hombres y armas, al mando de Ramón Bonifaz, que remontó el río hasta consolidar el cerco de la ciudad con objeto de evitar la entrada de refuerzos y provisiones, y forzar de esa manera la rendición.
La intervención de esta flota fue decisiva en la campaña de Sevilla, apoyando la guerra de desgaste llevada a cabo por ambas partes, de rápidas cabalgadas y emboscadas para dificultar el avituallamiento de uno y otro ejércitos; muy eficaz fue, por ejemplo, el clavar dos gruesos maderos en medio del río dificultando el paso a los barcos musulmanes; y, de manera especial, la rotura del puente de barcas, fuertemente unidos por vigas de madera y por cadenas entre la Torre del Oro y las murallas y fuerte de Triana, lo que finalmente arrastraría a la rendición de la ciudad.
Tras largas negociaciones para la rendición, finalmente ésta se produjo el 23 de noviembre de 1248, cuando se hizo ondear la enseña real en el alminar de la mezquita. Un mes después se produjo la salida de la población y, tres días después, el rey recibió las llaves e hizo su entrada triunfal en Sevilla.
¿Por qué planeaba continuar sus campañas de Cruzada en lo que hoy es Marruecos?
En primer lugar, existía el deseo de controlar unas tierras de donde los musulmanes podían recibir ayuda militar, como había ocurrido en períodos anteriores. Pero también había otros objetivos: continuar la expansión territorial, cuando los pactos con los poderes locales musulmanes limitaban las campañas en la Península; impedir que el rey de Aragón llevase a cabo empresas semejantes en la zona; y, fundamental, apoyar la empresa de la obra misional emprendida ya a fines del siglo XII.
¿Cómo fueron sus últimos años y su muerte?
La salud del rey, nunca muy fuerte, se vio muy afectada desde la campaña de Córdoba en 1236, pero empeoró notablemente tras la de Sevilla y falleció el 30 de mayo de 1252, a punto de cumplir cincuenta y un años. Los últimos tiempos de su reinado los vivió en Sevilla y, en términos más amplios, en Andalucía, volcado en la empresa reconquistadora y en la organización de la repoblación de tan extensas tierras.
La muerte de san Fernando refleja cómo vivió, siendo la propia de un buen rey, un buen esposo y un buen padre y, ante todo, un buen cristiano. Todo ello se condensa en los gestos y actos de ese momento supremo: como rey, se dirigió a su hijo y sucesor Alfonso (X el Sabio) para recordarle cómo debía gobernar con justicia y respetar los fueros, franquezas y libertades del reino; y, en el campo personal, que protegiese a la reina viuda (que no era la madre de Alfonso, sino su segunda esposa) y a sus hermanos.
Desde el punto de vista religioso, asumió los ritos propios del momento, con toda su carga de simbolismo: portar una vela encendida en señal de la fe, ponerse una soga al cuello como muestra de humildad, tomar la cruz en sus manos, solicitar oración a los clérigos presentes y pedirles el canto de alabanza a Dios condensada en el himno Te Deum. Pero podemos decir que su fe se exteriorizó de manera sublime al solicitar los sacramentos de la confesión y de la Eucaristía; y en cómo los recibió hay un detalle que muestra claramente su religiosidad y fe firme: cuando se dio cuenta de que entraba en su cámara el Viático, se levantó del lecho para arrodillarse ante el Rey de reyes y honrar y adorar la Presencia Real de Jesucristo en la Eucaristía; pensemos en el esfuerzo físico que hizo, pues murió a las pocas horas.
¿Cree que España recuerda suficientemente a este gran rey, uno de los monarcas más importantes de su historia?
Hubo un tiempo en que su figura destacaba como modelo para toda la sociedad, y fue precisamente la veneración de su ciudad de Sevilla y de los monarcas españoles lo que movió, y consiguió, el reconocimiento de sus virtudes y la canonización en 1671.
La ciudad de Sevilla no deja de honrar a este monarca, enterrado en su catedral. Es patrón del Arma de Ingenieros del Ejército de Tierra de España. También le honró el arte y diversas estatuas jalonan algunos puntos vinculados especialmente a su recuerdo.
Verdaderamente, la santidad de su vida y la ejemplaridad de las virtudes que ejerció son un modelo que nunca caduca y podríamos decir que debería ser el espejo en el que se mirasen los gobernantes de nuestro tiempo para procurar, como él, el bien común del reino, la prosperidad económica, la paz interior, la lealtad y ejemplaridad de la vida, en lo privado y en lo público. Y así se podría decir, cambiando el lamento del Poema de Mío Cid: “¡Dios, qué buen vasallo porque tiene buen señor!” Por desgracia, el panorama político y social de la España actual se distancia notablemente de la ejemplaridad de la vida y gobierno de este monarca…
Fue un claro precursor de Isabel y Fernando. ¿Por qué es importante recordar su figura actualmente?
En parte respondo con lo dicho en la pregunta anterior: en una época de ruptura de la unidad nacional, su ansia por restablecer la unidad hispánica debería ser un modelo para nosotros. Y, de forma muy particular, dejarnos guiar por su ejemplo en anteponer siempre los intereses del reino sobre los personales, la honestidad en la administración de los bienes de la corona, y su entrega total hasta el agotamiento físico al servicio del bien común y la restauración de España.




