Del comunismo al globalismo: mismo perro con distinto collar | Eusebio Alonso

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Los cambios sociales siempre han existido desde el origen de los tiempos. Muchos de ellos han permitido la mejora del bienestar de la humanidad y otros, por desgracia, no. Los cambios más positivos han llegado sistemáticamente de la mano de la democracia, del respeto a los derechos humanos, del crecimiento económico derivado de la revolución industrial y de la aceptación de las reglas de la economía de mercado. Estos cambios han sido mucho más significativos en sociedades libres, dueñas de elegir su propio destino.

En el siglo XX tuvo su aparición el comunismo y su variante “blanda”: el socialismo. Ambos modelos políticos se basan en la doctrina marxista e imponen serias limitaciones en los derechos y libertades individuales. Limitaciones que pretenden justificarse en la búsqueda de un bien mayor que asegure una sociedad perfecta, igualitaria y justa en donde la libertad individual queda sometida a los intereses de la sociedad. Intereses elegidos, sin consenso ni refrendo social, por la clase dirigente.

El comunismo, cuando puede permitírselo, no escatima en medios coercitivos, sin atisbo de trabas morales, para lograr sus objetivos. De ahí que esta ideología haya sido prohibida y considerada como una ideología perversa en muchos países democráticos, como es el caso de Alemania. Las cifras hablan por sí solas: más de 100 millones de muertos solo en el siglo XX como resultado de purgas a la disidencia y de transformaciones productivas que produjeron grandes hambrunas en la población.

A diferencia del comunismo, el socialismo, al menos sobre el papel, renuncia a la violencia y explota el adoctrinamiento social para alcanzar los mismos objetivos. Bien es verdad que existen numerosos ejemplos de partidos socialistas, partidos que no hay que buscar demasiado lejos, con un pasado criminal del que, al día de hoy, siguen estando orgullosos y por el que no han pedido, ni piensan pedir, perdón a la sociedad que victimizaron.

Para adaptarse a las sociedades democráticas occidentales, surgió, tras la segunda guerra mundial, la socialdemocracia, que es la versión más amable del socialismo en la que éste renuncia, por exigencias del juego democrático, aunque sea con cierta desgana y resignación, a la doctrina marxista, aceptando la economía de mercado y las reglas de la democracia.

Para completar el tablero de juego de los movimientos políticos que no sienten excesiva pasión por la libertad del ser humano, desde hace algunos años ha aparecido lo que se ha dado en llamar globalismo, representado por grandes fortunas y potentes grupos de inversión que pretenden imponer una transformación social a nivel mundial. El globalismo es un sistema ideológico, que promueve, sin refrendo democrático, la concentración del poder a escala mundial y la transferencia de la soberanía de las naciones a entidades supranacionales para conformar una estructura de poder global totalitaria. Existen muchas entidades supranacionales como la ONU, el WEF (fondo económico mundial) y el foro de Davos; así como otras organizaciones de corte masónico  como el club Bilderberg que apoyan abiertamente la propuesta globalista.

El globalismo amplía progresivamente su ámbito de influencia en todos los países del mundo por medio de herramientas poderosas como son:

  • El dinero con el que se controlan las bolsas de valores de todo el mundo, se compra a plazos la soberanía de las naciones, a través de la adquisición de la deuda que éstas contraen, haciendo a las naciones esclavas; y se pagan las lealtades de los políticos de uno u otro signo que las gobiernan. Prueba evidente de la compra de voluntades es el pin que obscenamente lucen en público, sin el mínimo empacho, la mayoría de los líderes políticos y representantes de las más altas instituciones del Estado en defensa de la agenda 2030.
  • La religión del cambio climático que es una herramienta ideológica que, a través del miedo, establece una hipotética justificación, de discutible base científica, para allanar las voluntades ciudadanas en su proceso de transformación de la sociedad. La aparición casual, o tal vez no tanto, del Covid19, ha traído consigo unas medidas sanitarias que han restringido gravemente las libertades de la población de muchos países, agilizando, de una parte, el proceso de cambio social y, de otra, permitiendo verificar el grado de sumisión de la sociedad a los cambios que nos tienen reservados.
  • La ideología de género que se presenta como un avance social cuando, en realidad, fractura a la sociedad, dando privilegios por razones ideológicas a un colectivo minoritario en base a una argumentación carente de todo fundamento científico.

Me dirán ustedes que ¿qué tienen en común toda la fauna política, y en particular el partido comunista, con los globalistas? Pues a mí se ocurren varias cosas, aunque posiblemente mis argumentos no vayan mucho más allá de mostrar la punta del iceberg de esas comunalidades, siendo la razón fundamental la de perpetuarse en el poder al margen de la democracia. Estas semejanzas son, entre otras:

  • Los globalistas, como ya lo hicieron los comunistas, buscan el monopolio de la producción de los bienes básicos de consumo. La estrategia a seguir es la creación de numerosas dificultades para los pequeños y medianos agricultores y ganaderos, que harán sus explotaciones inviables a corto o medio plazo. Para que no quede ningún cabo suelto, también pretenden controlar el precio de la energía en aras de un supuesto interés medioambiental.  Somos testigos de las graves dificultades por las que está pasando el sector primario en la mayor parte de los países del mundo civilizado como consecuencia de las inflexibles restricciones a la producción que le impone la agenda 2030 y de la imparable subida del precio de la energía. Estas circunstancias ya está produciendo una reducción del abastecimiento y un encarecimiento significativo de los productos de primera necesidad, lo que desencadena una subida sin precedentes de la inflación y de los tipos de interés para contenerla: el coctel perfecto para empobrecer a la población. Los monopolios eliminan la competencia y hacen que la sociedad sea mucho más vulnerable y dependiente de aquellos que los detentan. Los comunistas han sido siempre enemigos de la propiedad privada y de la autorregulación libre de la economía. El comunismo busca la colectivización de la propiedad, mientras que el globalismo busca dejar toda la propiedad en manos de unos pocos: los elegidos. No es necesario tener dotes de vidente para predecir un decrecimiento en la calidad de vida y un futuro cercano de cartillas de racionamiento en aras a una supuesta sostenibilidad del planeta en donde se nos dirá lo que tenemos que comer y lo que no. La clase dirigente, como también ocurre con el comunismo, seguirá comiendo lo que le apetezca y viviendo a todo lujo sin restricciones medioambientales, porque para ellos no aplican las mismas reglas. Experiencias similares ya se han vivido en muchos paises con un pasado comunista con otras excusas no menos artificiosas.
  • Igualar a la población en la pobreza, desincentivando el esfuerzo personal y erosionando gravemente la dignidad humana. Es una evidencia contrastable  que la clase media está desapareciendo en buena parte de los países occidentales y especialmente en el nuestro; y que cada día hay más hogares por debajo del umbral de pobreza. Esto es consecuencia de intervenir la libertad económica mediante trabas y de la aplicación de políticas energéticas equivocadas con lastre ideológico. En el comunismo estas trabas surgían de eliminar la propiedad privada de los medios de producción, mientras que con el globalismo surgen del mantra de la sostenibilidad del planeta. La pobreza hace a la población más vulnerable. El subsidio la hace más sumisa y menos libre, eliminando la dignidad que le confiere al ser humano el poder ganarse el pan con su propio esfuerzo. En definitiva, estaremos más atrapados en las redes del que gobierna. Dice Bill Gates que a pesar de todo esto, seremos felices. La verdad es que no se me ocurre cómo.
  • Control social mediante la imposición de la dictadura climática, adoctrinamiento ideológico en las aulas, la eliminación del dinero en efectivo y la aplicación de un sistema de crédito social, como el que actualmente ya está funcionando en China, en donde se persigue al disidente como si fuera el más peligroso de los criminales. No es una casualidad que estén apareciendo las llamadas leyes anti-bulo en la mayoría de los paises de la órbita globalista, supuestamente para proteger a la población de la desinformación. En realidad son tan solo una forma avanzada de censura destinada a favorecer el pensamiento único y perseguir, y acallar, al discrepante.
  • Debilitar al individuo aniquilando su identidad mediante la destrucción de la familia, de las creencias religiosas y de la soberanía nacional. El fomento financiado del independentismo, el vaciado de contenido y de derechos de la familia natural en la nueva legislación y la persecución religiosa disfrazada de laicismo están a la orden del día, llegándose al extremo de considerar delito el rezar en la calle en determinados lugares públicos. El WEF quiere eliminar la Navidad y se empeña en defender que Dios ha muerto. Quieren silenciar nuestra alma, apagar nuestra fe y eliminar nuestras creencias para conseguir que las sustituyamos por las que ellos nos implanten, haciéndonos creer que un mundo sin Dios es un mundo más libre.
  • Enfermiza obsesión maltusiana por reducir la población del planeta a un tamaño que, según su apreciación, garantice la sostenibilidad de recursos de éste. Para ello se nos presenta el aborto, la eutanasia y la eugenesia como derechos y se potencian leyes que hacen posible el enfrentamiento entre sexos. No me atrevería a descartar que, una vez impulsada la muy discutible necesidad de vacunación periódica de toda la población contra el Covid19, con vacunas cuyo contenido no es auditable y cuyos fabricantes están exentos contractualmente de cualquier responsabilidad penal, que las citadas vacunas pudieran ayudar en un futuro, subrepticiamente, a la consecución del objetivo de reducción poblacional mediante algo parecido a la obsolescencia programada de la tercera edad y la esterilización selectiva de parte de la población adulta. No se trata de una sospecha sin fundamento. El significativo exceso de mortalidad detectado por las estadísticas oficiales MoMo y EuroMomo desde mediados de 2021, coincidiendo con la fecha de comienzo de aplicación de las vacunas contra el Covid19, no ha suscitado el menor interés en las autoridades sanitarias ni en los medios de comunicación. Será necesario vigilar la evolución de la esperanza de vida a corto, medio y largo plazo para salir de dudas. Por otra parte, alguno de los más famosos impulsores de la agenda 2030 ya defendía en los años 70 del siglo pasado, como secretario de Estado de EEUU, las campañas de esterilización en países del tercer mundo a cambio de la concesión de ayudas al desarrollo (ver NSSM 200: el informe Kissinger), justificando esta medida para no poner en riesgo los intereses de explotación de EEUU en otros países. En fin, cualquier barbaridad sería posible si las restricciones éticas de los gobernantes no establecen un límite, y si los poderes de los Estados democráticos, garantes de la seguridad de sus ciudadanos y responsables de vigilar los excesos, no funcionan de una forma correcta e independiente.
  • El globalismo y el comunismo corrompen a la clase política. Unos con dinero y otros con poder. Los políticos, en su inmensa mayoría, siempre han sido especialmente sensibles a la corrupción y al dinero fácil, haciéndolo primar por encima de cualquier valor moral o compromiso social que pudieran tener. Los globalistas controlan ya los resortes de poder y disponen de mucho dinero. Dinero que no escatiman en usar para comprar voluntades. Como consecuencia de ello, desde hace unos años, estamos viendo como las leyes nacionales se adaptan paulatinamente, con un consenso sospechoso de la mayoría de los partidos, a los intereses globalistas.

Como consecuencia de estas semejanzas, al globalismo ya se le comienza a llamar tecnocomunismo. El objetivo de los globalistas no se oculta: es la creación del NOM (Nuevo Orden Mundial) mediante la aplicación de la agenda 2030 hacia el llamado BIG RESET al que ésta nos conduce (gran reinicio, pinchar enlace a video). No me sorprende que pueda haber ciudadanos confiados que, por ingenuidad o por desconocimiento, no vean, o no quieran ver, el futuro globalista como una amenaza. Aún así, creo que todos, incluso los mas confiados, deberían comprender que en una sociedad libre es imprescindible reclamar el derecho a ser informados en detalle, y con antelación, de todos los cambios que van afectar a nuestras vidas, nuestras libertades y nuestro bienestar; así como exigir el derecho a ser consultados de forma vinculante sobre la aplicación, o no, de estos cambios. Nos jugamos nuestro futuro. Sólo así podremos decidir democráticamente, si es que nos lo permiten, qué es lo que la sociedad realmente desea. Cualquier cambio social, aunque éste pudiera entenderse por algunos como necesario, debe sugerirse mediante el ejemplo, la información veraz y el incentivo; nunca desde la imposición y la mentira. No olvidemos que una vez que las libertades se pierden, resulta muy difícil y costoso volver a recuperarlas.

Hay quien opina que esta deriva globalista que padecemos no tiene marcha atrás, salvo que alguno de los grandes responsables de este despropósito se dé cuenta a tiempo del desastre al que se está conduciendo a la humanidad y tome partido de forma activa y comprometida por el bando de la resistencia democrática.

No hay que ser un lince para ver que el globalismo, como el comunismo, son incompatibles con la auténtica democracia. Una sociedad despierta no debería permitir el menor avance totalitario, sea del signo que sea, aunque éste se disfrace con las mentiras más refinadas y persuasivas. En lo que a mí respecta, ya he visto suficiente para desconfiar sobradamente de las intenciones del globalismo y sus socios, por lo que renuncio a firmarles un cheque en blanco. En consecuencia, quiero manifestar mi rechazo, por todos los medios que están a mi alcance, hacia cualquier partido político o movimiento ciudadano, afín o tibio, que no deseche de forma contundente las expectativas globalistas. Desgraciadamente, este asunto no admite medias tintas. Lo que estamos viendo es solo un anticipo de lo que nos espera. Cuando uno osa acercarse demasiado a un agujero negro, ya no tendrá oportunidad de alejarse de él. Es muy posible que cuando queramos abrir los ojos y actuar contra el globalismo, ya sea demasiado tarde. El asalto silente a la soberanía popular, con la complicidad de nuestros gobernantes, ya ha empezado.

 

Eusebio Alonso | Licenciado en ciencias físicas. Subdirector del diario online  Adelante España.

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