La izquierda borda la propaganda. Sabe polemizar, enredar a la gente, difundir consignas, enseñorearse de terminologías y debates. La ingeniería de almas es su especialidad. Coloniza mentes como nadie. Capta para su causa a gente supuestamente bien intencionada y mueve sus hilos como si fueran marionetas, sin que los propios se den cuenta. Sea el caso de la intelectualidad de la Europa de entreguerras con la cantinela del “pacifismo”, teledirigidos por el sumo pontífice del agit-prop, el comunista alemán Willi Münzerberg (“El final de la inocencia”, Stephen Koch).
Lo hemos oído en todo tipo de tertulias. Y en bares, en la cola del mercado, en el trabajo y en reuniones familiares. Lo repetimos como un mantra gente del común, personas que en la vida distinguiremos un cigoto de una gónada, que no tenemos el menor conocimiento de los arcanos de la Biología: la vida humana se inicia al cumplirse la semana 14 de la gestación. Es incontestable. Ni 13, ni 15: 14. Indiscutible. Inapelable. Un argumento de autoridad equiparable a un dogma de fe. Y de una eficacia insuperable. Cualquiera va por la calle diciendo para sus adentros: “Soy un auténtico botarate más tonto que Abundio, pero sé que la vida humana comienza en la semana 14 de gestación, nunca antes”. Y se queda más ancho que largo. Cierto que ese argumento fue utilizado para apuntalar leyes de permisividad abortista basadas en plazos. Se dirá que el debate ha sido superado pues ahora se prima la conversión del aborto en un derecho inalienable, sin más consideraciones y sin apelar siquiera al permiso paterno en el caso de menores gestantes. Pero que nadie se confunda… tras una buena campaña de intoxicación queda para los restos el sedimento de la ignominia. Las famosas 14 semanas.
El hallazgo de la “semana” como unidad de tiempo, para el presente caso, es óptimo, todo hay que decirlo. Pues, aunque breve en comparación con un mahâyuga brahmánico, en la unidad “semana” suceden muchas cosas. Pasamos de pobres a ricos, si nos toca la lotería, o nos arruinamos de un par de traspiés. Sanamos de una enfermedad o la contraemos. Mudamos de estado civil. ¿Por qué no, pues, iba a manifestarse la vida humana de manera nítida y presentánea en ese espacio de tiempo?… En una semana, si encaja una nueva derrota, el club de mis amores pasa de estar en la zona templada de la clasificación a coquetear con el descenso. Pueden, entonces, registrarse cambios muy significativos entre las semanas 13 y 14 de un proceso tan prolongado como es la gestación.
Sucede, ahí reside la perversidad de la elección, que la semana, siendo unidad de tiempo, es divisible por otras de menor duración. Catorce semanas completas suman 98 días, en tanto que trece, 91. En el día 92 se inicia la catorcena, pero hay un lapso de 7 para llegar a meta. De modo que la vida humana no cristaliza el día 97, pero sí el 98. Por lo tanto, decir que “la vida comienza en la semana 14 vale por decir que lo hace “en el día 98”. Se produce entonces la fulgurante eclosión de la existencia, el milagro de la vida: pífanos, tambores, placas tectónicas en movimiento, el restallido eléctrico de la tormenta, dendritas y axones danzando como giróvagos derviches, rigodón celular, naves en llamas más allá de la Puerta de Tannhäuser.
Claro que, no hace falta ser el lince de Beocia para ver que los días se componen de horas. Para ser exactos, 24. A algunos (días) les faltan (horas) y a otros les sobran. 98 días contienen 2.352. Cálculo que nos permite afirmar campanudamente que en la hora 2.351 la vida humana no ha comparecido aún en el vientre materno, pero en la siguiente ya es un hecho consumado. Vamos, pues, acotando la horquilla. Ítem más. Se nos hagan o no eternas, lo primero si acudimos al dentista, las horas constan de minutos, tantos como 60. Basta con hacer una sencilla multiplicación. No hay vida humana en el minuto 141.119 de la gestación, pero sí en el siguiente… toma castaña… en el ¡¡¡141.120!!! Y lo que es, es, lo diga Agamenón o su porquero.
Antes de aportar un nuevo y definitivo cálculo he de confesar que me siento persona especialísima e irrepetible, ungida del divinal aflato de las musas, sabiendo en mi fuero interno, en mi propia e intransferible “mismidad”, el minuto exacto en el que un nasciturus ingresa por derecho propio en la fraternal grey de la humanal estirpe. Custodio de semejante secreto, camino por la calle como flotando, me siento único, miro a mis congéneres con gesto altivo y considero que no pocos de ellos habrían de rendirme pleitesía besando ancilarmente mi trasero.
Pero por debajo del minuto hay unidades de tiempo con relevancia en nuestra vida cotidiana: los segundos… esos que contamos ávidamente en el reloj cuando se trata de pasar la tarjeta personalizada por el torno a poco de finalizar la jornada laboral. Incluso fugaces secciones de segundo, décimas y centésimas, tienen su importancia si pretendemos batir un récord olímpico. Por una décima de más se malogra una medalla de oro. Y si las cuentas no fallan, en 141.120 minutos (14 semanas) contamos la nadería de 8.467.200 segundos. Y ese segundo, el ocho millones cuatrocientos sesenta y siete mil y pico, es el segundo de la vida humana plena, pues uno antes, el 8.467.199, no alcanza para coronar la cima… de las 14 semanas. De tal guisa que, si tuviéramos oportunidad de captar el proceso gestatorio en los concatenados fotogramas de una ecografía, veríamos que el feto en el segundo 8.467.199 no sería, evidentemente, una vida humana, pero un solo segundo más tarde, en el 8.467.200… ¡¡¡Sí!!!… categóricamente. Bastaría confrontar ambos fotogramas, obtenidos en los segundos citados, y aparecerían de inmediato, qué duda cabe, las 7 diferencias igual que en el pasatiempo del diario.
Tras este minucioso desglose horario cabe preguntarse, siempre que uno lo desee: ¿Qué interés hay en vulnerar el derecho fundamental a la vida de un ser indefenso no nacido? Blanco y en botella… pues vulnerar el derecho a la vida del ya nacido, si se tercia. No de manera ciega e indiscriminada, claro, pero sí precisando los requisitos que deben reunir los “beneficiarios” de la aniquilación. Para ello es necesario devaluar el concepto “vida” (el “omni-abortismo” de Irene Montero es un ensayo insuperable) y acometer la sistemática deshumanización de las futuras víctimas (burlas, caricaturas, insecto-analogías). Y, por supuesto, una mentira mil veces repetida… como la de esas 14 semanas arbitrarias y funestas, enquistadas ya por intensivo adoctrinamiento en el imaginario colectivo. Con tal fuerza y persistencia que, desengáñense, jamás veremos una rectificación total de regulaciones abortivas. Nadie va a remover ese avispero. Para muestra un botón: ahí están los magistrados del TC esperando a jubilarse, o al apocalipsis climático, para no emitir una sentencia. Se podrá impedir, acaso y partiéndose la cara, que sea considerado un derecho de libre ejercicio y sin restricciones, pero ya no su práctica sujeta a determinados supuestos y plazos legales.
Javier Toledano