Atilio Faoro es un investigador y periodista católico, Es autor del libro Mosquées: les casernes de l’islamisation, una obra impactante sobre el auge de las mezquitas en Francia que constituye una advertencia lúcida con alcance muy superior a las fronteras francesas. Advierte que lo que hoy vemos en España ya ocurrió en Francia… y que las consecuencias son profundas.
El periodista Javier Navascués le entrevista para Infocatólica. Por su interés reproducimos dicha entrevista
Señor Faoro, lo que ha ocurrido en Jumilla ha sorprendido por la reacción inmediata de parte del episcopado español, que incluso se mostró dispuesto a ceder edificios eclesiásticos para celebrar la Fiesta del Cordero. ¿Cómo interpreta usted este gesto?
Lo interpreto como un ejemplo de lo que llamo ceguera voluntaria. Lo hemos visto en Francia: autoridades civiles y eclesiásticas que, movidas por un mal entendido “diálogo interreligioso”, facilitan la instalación del islam sin medir las consecuencias culturales, espirituales y políticas. La cesión de espacios, públicos o eclesiales, para celebraciones islámicas no es un gesto inocuo: es un reconocimiento simbólico de la presencia y autoridad de otra religión en el espacio público. En el caso de Jumilla, el debate se reduce a “libertad religiosa sí o no”, cuando en realidad estamos hablando de algo más grave: el avance territorial y social del islam.
Usted sostiene que el caso de Jumilla no es aislado, sino parte de un proceso mayor…
Exactamente. España está recorriendo, con unas décadas de retraso, el mismo camino que Francia. Desde la construcción en 1980 de la primera mezquita moderna —la Mezquita Basharat, en Pedro Abad (Córdoba)— hemos pasado a contar con entre 1.500 y 1.800 lugares de culto musulmán, incluyendo mezquitas formales y oratorios improvisados. En 2003 se inauguró la Mezquita Mayor de Granada, la primera en la ciudad desde 1492. Hoy, incluso pequeñas localidades cuentan con mezquitas mientras muchas iglesias cierran o se venden. Esto es un cambio estructural, no anecdótico.
En su libro usted llama a las mezquitas “casernas de la islamización”. ¿Por qué?
No es una frase mía, sino del poeta turco Ziya Gökalp: “Las mezquitas serán nuestras casernas, los minaretes nuestras bayonetas…”. Esta visión fue asumida por el presidente Erdogan. La mezquita no es solo un templo: es un centro comunitario que incluye biblioteca, escuela coránica, salas de deporte, espacios sociales. Cumple una función de cohesión comunitaria y de marcación territorial. Cuando un barrio tiene una mezquita, no solo cambia el paisaje: cambia la vida diaria, la percepción de quién es “el dueño cultural” del lugar.
¿Existen corrientes radicales operando también en España como en Francia?
Sin duda. En Francia, tres corrientes destacan: los Hermanos Musulmanes, el movimiento turco Millî Görüş y los salafistas. Todas tienen ramificaciones en otros países europeos, incluida España. No todas recurren a la violencia, pero comparten un objetivo: implantar un islam fuerte, visible y socialmente dominante. Y, repito, no actúan al margen de la legalidad, sino dentro de los márgenes que la misma sociedad occidental les ofrece, aprovechando vacíos culturales y espirituales.
En España, el salafismo es una corriente en expansión, particularmente influyente en Cataluña, donde se concentran 50 de las aproximadamente 98 mezquitas o centros islámicos salafistas del país. Se estima que una de cada tres mezquitas catalanas está controlada por predicadores salafistas.
También está presente el sufismo, en particular la tariqa Shadhiliyya, con arraigo en zonas como el valle de Ricote (Murcia), donde reside el Gran Sheikh Sidi Said Abdú Rabihi.
Por otro lado, existe la Yama’a Islámica de Al-Andalus, una organización cultural andalusí-islámica fundada en 1980, con sedes en Almería, Málaga, Jerez, Algeciras, Córdoba, Sevilla y Murcia. Promueve una identidad andaluza vinculada al islam histórico y dirige proyectos como la Universidad Islámica Averroes en la mezquita de los Andaluces de Córdoba.
Algunos dirán que esto es simple pluralismo religioso…
No. El pluralismo presupone equilibrio y reciprocidad. Aquí lo que tenemos es una religión, el catolicismo, en retroceso, y otra, el islam, en expansión demográfica, social y territorial. La historia de España nos enseña que el islam no es solo una religión: es una civilización con aspiraciones políticas. La “Fiesta del Cordero” no es solo un rito privado; es una celebración pública que afirma la presencia y la identidad islámica en un territorio.
Usted cita a menudo la frase: “El vacío que deja el cristianismo lo ocupa el islam”
Es una advertencia que viene de lejos. Chateaubriand lo dijo hace dos siglos. Plinio Corrêa de Oliveira, en 1943, ya avisaba de que el “problema musulmán” sería uno de los más graves para la Iglesia tras la guerra. Hoy lo vemos con claridad: allí donde el cristianismo se retira —ya sea por secularización, cobardía o concesiones mal entendidas— el islam ocupa el lugar. El paisaje religioso de España lo confirma: campanarios en silencio y minaretes en expansión.
¿Cuál es su mensaje final para los católicos españoles?
Que abran los ojos. Que abran los ojos antes de que sea tarde. Que no se dejen adormecer por discursos edulcorados que confunden caridad con ingenuidad y misericordia con claudicación. Defender la libertad religiosa no significa entregar el espacio público —ni mucho menos el alma de la nación— a quienes portan un proyecto de civilización contrario, y hostil, al nuestro.
España posee una herencia católica única en el mundo, forjada con sangre y fe desde Covadonga hasta Lepanto, y preservada contra invasiones que parecían invencibles. En Poitiers, en Lepanto, en Viena, nuestros antepasados resistieron no porque fueran más fuertes en número, sino porque tenían una fe más ardiente y un amor más profundo por Cristo y por Su Iglesia.
Insiste en este punto. Hoy, el islam no avanza con ejércitos, sino que prospera sobre el vacío dejado por el retroceso del catolicismo. Y este vacío, si no se llena con un retorno sincero a la fe de nuestros padres, será ocupado inevitablemente por la umma.
En nombre de una tolerancia mal entendida, podríamos estar asistiendo pasivamente a una nueva forma de conquista: más lenta, más disimulada que la de 711, pero igual de real. La historia nos enseña que la victoria sólo se alcanza con firmeza y con fe. El momento de reaccionar es ahora. Mañana podría ser irremediablemente tarde… y costarnos sangre y dolor.
Por Javier Navascués