No existe diferencia alguna de fondo entre votar al PP o al PSOE. Su antifranquismo, sus leyes totalitarias y su concepción de la democracia y de España son las mismas.
Las amenazas a la democracia y al a la unidad de España tienen la misma raíz: el antifranquismo. Pues no solo el franquismo salvaguardó la continuidad histórica de España, sino que la democracia solo pudo venir de él. El antifranquismo siempre fue y es antidemocrático.
Es hora sobrada de emprender una ofensiva por la verdad histórica como fundamento de una política que permita corregir las derivas a que ha llevado el antifranquismo a la sociedad española. A ese efecto escribí dos libros que han intentado ocultar y en gran medida ocultado, los partidos y los medios: Los mitos de la guerra civil y Los mitos del franquismo. Los dos, junto con otros, deberían divulgarse masivamente.
Así como Europa, en conjunto, no ha asimilado la II Guerra Mundial, España no ha asimilado la guerra civil y el franquismo.
El 18 de julio y la actualidad. Resumen Histórico
El 17, oficialmente el 18, de julio de 1936 comenzó, según se dice a diestra y siniestra, la guerra civil española. No es así: se reanudó. La guerra la comenzaron el PSOE y los separatistas catalanes el 6 de octubre de 1934, después de un año de preparación clandestina y maniobras desestabilizadoras. Lo he demostrado de modo inapelable. Entonces solo duró dos semanas, pero los partidos guerracivilistas se unieron más estrechamente, de derecho o de hecho, en el frente popular, y en las elecciones de febrero-abril de 1936 dieron un nuevo golpe, falsificando las votaciones e instalando un régimen de terror que destruyó la república.
No es casual que el levantamiento del 18 de julio comenzara invocando la república y con la bandera republicana, algo que sorprende a muchos. Pues la causa inmediata fue precisamente la destrucción de la legalidad republicana por el frente popular. Sin embargo, aquello no iba a durar, porque la república misma había resultado un experimento caótico que nadie quería continuar, ni en la derecha ni en la izquierda. Pero el frente popular, que mayormente se declaraba rojo, supo aprovechar el cuento legitimador de “la república”, y la derecha no supo ponerle obstáculo.
La esencia de todo el conflicto está en la consigna de Franco: no rebelarse por la república ni por la monarquía, sino por España. Pues lo que estaba en cuestión era la continuidad histórica, política y cultural de España, entonces decisivamente amenazada por la mezcla de sovietizantes y disgregadores del frente popular. Este se componía de partidos cuya única concepción común era la demolición de la España histórica, y de la Iglesia como su elemento peor. En ello coincidían todos –y era en lo único que coincidían– desde los llamados republicanos de izquierda a los anarquistas. Como se quejaba Azaña, casi nadie entre ellos tenía una idea nacional, y él mismo la tenía negativa. Sobre tal negatividad era difícil sostener una unidad de acción, y esa fue una causa principal de su derrota. Solo el Partido Comunista vio el problema, se declaró hasta patriota a ultranza y reivindicó con más fuerza que nunca la legalidad republicana que había contribuido a destruir. Pero no logró resolver del todo el problema planteado por sus ineptos e intrigantes aliados.
En el bando nacional, Franco supo maniobrar mucho mejor para asegurar la unidad de acción entre sus distintos partidos o “familias”, naturalmente díscolas entre sí y que ya al principio estuvieron cerca de impedir el golpe de Mola; mantuvo una eficaz economía, consiguió ayudas externas en condiciones mucho mejores que sus enemigos y dirigió con brillantez las operaciones bélicas. De ahí su victoria.
Por supuesto, no podía volver una república que nadie deseaba, ni tampoco una democracia imposibilitada por la experiencia republicana y por el carácter antinacional y la fuerza de los partidos del frente popular. El régimen resultante, aunque poco definido ideológicamente, fue lo bastante fuerte para evitar la entrada en la guerra mundial y luego derrotar al maquis y al aislamiento internacional. Finalmente creó una sociedad nueva, libre de los viejos extremismos y odios, próspera como nunca antes, con excelente salud social y la unidad nacional afianzada. Paradójicamente, estos inmensos servicios agotaron al régimen, debido , como señalé, a su poca definición ideológica y dependencia política de la personalidad de Franco.
Así, ya antes de la muerte de Franco el “franquismo” se iba descomponiendo, mayormente por efecto del Vaticano II, hostil al régimen que había salvado a la Iglesia del exterminio. Y asimismo por la doble disgregación de sus “familias”: entre ellas mismos, pues cada una tiraba ya por su lado; y dentro de cada una, pues había varias Falanges, varios grupos carlistas, católicos y monárquicos. La única solución era una transición democrática que evitase una repetición del caos republicano, cosa posible porque la oposición al régimen era muy débil, y se suponía que los partidos emergentes (que salvo los comunistas y muy a última hora la ETA, no habían hecho oposición al régimen), algo habrían aprendido de la historia. La solución democrática, en todo caso, solo podía provenir del franquismo y de ningún modo de sus enemigos, enemigos también de ella.
La transición funcionó bastante bien, aunque con varias confusiones peligrosas. La más de fondo, la misma que había otorgado al frente popular una legitimidad republicana y democrática absolutamente fraudulenta: con lo que el antifranquismo fue convirtiéndose en santo y seña de los nuevos partidos y la nueva democracia, hasta aceptarlo implícitamente los propios descendientes más directos del franquismo. Aceptación implícita que hizo explícita Aznar al condenar en 2002 el alzamiento del 18 de julio, demostrando una miseria intelectual y moral asombrosa. Aquella condena abrió de par en par las puertas a las derivas posteriores del PSOE y separatistas, nuevo frente popular de facto, al que se unió como auxiliar el PP. Y por eso nuevamente España está sufriendo la presión brutal de la disgregación separatista y de una sovietización modificada, con leyes totalitarias, etc. Todo ello “legitimado” en el antifranquismo y, como antaño, en la denigración sistemática de la historia de España. La democracia se ha degradado a un conchabamiento de los enemigos de España y la libertad, empezando por el PP y el PSOE.
¿Fue entonces inútil la guerra y la reconstrucción franquista? En la historia todo evoluciona, y el hecho de que los logros del franquismo (unidad nacional, paz, independencia, libertades, monarquía y la propia democracia finalmente) persistan, aunque muy amenazados, revela las fuertes raíces de aquella experiencia histórica. Pero hoy se plantea a la actual generación de los españoles un desafío fundamental, que es de esperar que se resuelva por medios democráticos. Hace solo cinco años no parecía haber ninguna salida al contubernio PP-PSOE, y hoy, afortunadamente, ha surgido VOX, que representa una alternativa, real, sean cuales sean sus defectos.
Pío Moa | Escritor | https://www.piomoa.es/