Popó-gate (CSI Cornellá de Ll.) | Javier Toledano

Agentes de la plasta abandonada

Lo peor de lo que sigue es que es real como la vida misma. No es una humorada, un gag de película cómica, de una de esas gansadas del tipo “Loca academia de Policía III”.

El escenario de la acción: Cornellá de Llobregat, localidad de la conurbación metropolitana de Barcelona donde el PSC obtiene siempre mayoría absoluta. Allí echó los dientes en política ese estadista de talla mundial llamado Pepe Montilla, natural de Iznájar (Córdoba), y que al decir de sus hagiógrafos llegó a ser incluso presidente de su finca de vecinos. Un bulo. Para mí tengo que en su cursus honorum no pasó de delegado suplente de la clase.

Cornellá es un municipio feo como no hay dos, donde los hinchas del RCD Español (el club de mis amores) son atropellados en masa sin que la culpa sea ni del deficiente dispositivo de seguridad en partido de alto riesgo, ni de la conductora, si no de los mismos aficionados que tuvieron la osadía de situarse motu proprio bajo las ruedas del vehículo en marcha.

El material lo proporciona un amigo de mi señora que reside en dicha localidad. Este buen hombre tiene por mascota un chihuahua de dos años y cuatro quilos en báscula. Mi señora se aviene a cuidar del canelo cuando su dueño se ausenta, cosa que sucede a menudo porque es persona muy viajera (que no turista, que aún hay clases). Y, claro es, por cuestión de horarios, cuando está bajo nuestra custodia, me toca a mí pasearlo a media mañana para que la bestezuela se airee, ejercite y haga sus cositas. Es un perrito compartido, como un apartamento “multipropiedad”. No facilitaré sus nombres (ni el del humano, ni el del can) por no dar pistas a los guardianes de la ley en caso de producirse un ilícito “fecal”. Me explico.

Este señor recibió por vía epistolar seriecísimas instrucciones del consistorio. Bajo pena de multa administrativa en caso de desobediencia debe dirigirse a un veterinario que tomará al canelo una muestra de saliva. Sus valencias genéticas quedarán indisolublemente asociadas al donante, y serán finalmente registradas en un archivo informático. Como así pasa con las huellas dactilares de los maleantes fichados por la Poli. Por derivación analítica, las “caquitas” serán reconocibles siempre y su autor identificable… aunque éste y su amo huyan apresuradamente del escenario del crimen sin recoger la incriminatoria defecación. Pero, la pregunta es: ¿Quién va a tener el menor interés en localizar, examinar, incluso acarrear el corpus delicti y cotejarlo con el censo de muestras que se ha ido creando al efecto? Muy sencillo: los agentes de la Policía Local.

El protocolo a seguir en caso de localizar una plasta abandonada es fácilmente deducible. Un coche patrulla transita por las calles de Cornellá, los agentes divisan un mojón en medio de la acera, detienen la marcha y activan la sirena y las luces destellantes. Desde el vehículo, uno de los agentes contacta con la centralita: “Aquí Unidad Móvil UM-5, tenemos un PCTC (“Popó Canina Tirada en la Calle”) en avenida Salvador Allende con bulevar Federica Montseny (no es broma, en Cornellá les ponen esos nombres a las calles (*))… cortamos la acera al tránsito peatonal. Cambio y corto”.

A continuación se apean del vehículo desenfundando sus armas reglamentarias y ejecutando giros corporales para barrer todo el perímetro y de ese modo avistar a posibles francotiradores, ya saben, “enemigo a las dos”, en plan “Los hombres de Harrelson”. Circundan el zurullín valiéndose de una de esas cintas amarillas de las pelis, “do not cross”. Ellos mismos tomarán in situ una muestra con un bastoncito de los que se usan en los programas de detección precoz del cáncer de colon. La acomodarán en una bolsita de plástico o cargarán la deposición completa en una fresquera portátil para mantenerla en perfecto estado de conservación. Otra posibilidad pasaría por destacar al lugar de los hechos a unos agentes de la científica provistos de esos trajes especiales, como de apicultor, indicados para manipular sin riesgo elementos con un potencial contaminante, tóxico o bacteriológico importante.

Si la muestra recogida por los agentes coincide con una de las plastas censadas en su archivo, se encenderá un pilotito rojo y sonará una alarma, pip-pip, y aparecerá en el monitor, es un purparlé, la foto de frente y de perfil de “Pincho”, un perrito salchicha de negruzco pelaje. Comoquiera que en su boletín veterinario consta el nombre de su amito y el domicilio de éste, el infractor será interceptado y sancionado: la fruslería de 300 euros. Que está muy feo no recoger la caquita del chucho, es sabido. A mayor abundamiento, ahí están los perros llamados “molosos”, tipo san Bernardo, boyero de Berna y otros que, a proporción de su tamaño y voracidad, dejan en la calle residuos de dimensiones elefantiásicas. Se acabó la impunidad, el anonimato.

Ahora bien, no sabe uno si los agentes del orden más vocacionales, esos que sueñan con proteger la vida y las haciendas de sus conciudadanos, y con hacer cumplir las leyes, pensaron en misión semejante cuando estudiaron en la academia. Se da la circunstancia de que los índices de criminalidad en Cataluña se han desbocado: estafas, violaciones, robos con violencia, apuñalamientos, bandas organizadas, las “palancas” del Barça, prostitución de menores tutelados, “okupaciones” e “inquiokupaciones”, una variada casuística criminal. Y van y ponen a los polis, átame esa mosca por el rabo, a patrullar las calles en pos del pipí y popó de “Pincho”. No es una coña marinera. Esto pasa, cuando menos en Cornellá de Llobregat. Próximamente en su municipio. Ya puede usted gritar hasta desgañitarse que le han dado un tirón en plena calle o que le han birlado la billetera. Hay otras prioridades. Perra vida. Guau.

Javier Toledano | Escritor

(*) Jordi Ébola (sic), el humorista (sic) también llamado “Follonero”, hijo de Cornellá de Llobregat, ha propuesto dedicarle una calle en vida, ahí es nada, a Santos Cerdán. La realidad supera a la ficción.

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