Contemplando la dificultad (inexplicable para cualquier ciudadano normal) por que atraviesan nuestros dirigentes ante el nombramiento de los componentes del CSPJ, no es extraño que la confianza en las instituciones por parte de estos ciudadanos, vaya descendiendo a niveles mínimos.
Tendré que empezar por reconocer que mis conocimientos en torno a ese organismo son escasos; no estoy al tanto, con detalle, de las atribuciones o competencias que tiene y maneja, así como los mecanismos por los que se llega a su formación pero aunque solo sea de oído, me suena a que se sitúa bajo la responsabilidad del Congreso, Senado y del Rey, y que sus funciones entran dentro de los más altos poderes judiciales, independientes de los legislativos y de los ejecutivos como se nos ha repetido tantas veces por activa, pasiva y perifrástica. De ahí que todo lo que escribo, insisto, debe ser considerado como la opinión de uno de esos ciudadanos a que me refiero desde el principio.
También he de reconocer que en este mundo de tantas siglas, estas del CSPJ parece que infunden un respeto especial al hacernos suponer que son las iniciales de un organismo de una importancia prioritaria y fundamental para la marcha tan sinuosa de nuestro acontecer pues no en vano contienen la palabra poder, algo hoy tan discutido y deseado en todas sus manifestaciones y además, si se entiende que su finalidad es garantizar la independencia de los jueces en el ejercicio de la función judicial frente a todos, ya no cabe duda de su gran y singular importancia.
Pues resulta que nada menos que se cumplen ya tres años en los que este citado órgano, actúa en funciones, lo que nos hace preguntarnos llenos de extrañeza el porqué de esa provisionalidad o funcionalidad tan dilatada que nos lleva a concluir que aquello de la independencia de poderes pasa a la categoría de cuento chino y que si no hay un acuerdo entre los partidos para pactar la composición de dicho consejo, es que cada uno quiere arrimar el ascua a su sardina, componiendo no un consejo general sino un consejo particular, a su gusto y medida, lo que también nos lleva tal vez con demasiada osadía y falta de respeto a la sospecha de que algunos letrados se dejan manejar por personajes anodinos, ignorantes e interesados. Desde luego es lógico que el caso pueda parecer increíble pues suponemos que para el desarrollo del proceso referente a la composición del citado organismo estará todo escrito y previsto en los decretos o leyes correspondientes pero ¿no podrá haber un “manual” sobre ello o no será posible una forma de simplificar los mecanismos, modificar las normas y hacer este trámite más simple, más lógico y, por consecuencia, menos intrincado y más comprensible para el alcance de nuestros brillantes responsables? Seguramente que habrá, pero como estamos contemplando que dichos actuales dirigentes tienen una gran capacidad para complicarlo todo y poca para simplificarlo, ahí tienen un caso más en el que pueden buscar estas complicaciones. Tal vez acortaría sin duda el camino el apartar a los políticos de esta responsabilidad pero sería difícil encontrar quién pudiese poner ese necesario cascabel a ese gato.
Y seremos exageradamente reiterativos pero seguimos preguntándonos ¿Cómo es posible que a causa de estas diferencias, manejos y componendas no podamos contar con un organismo de tal categoría e importancia funcionando oficialmente a su debido tiempo y manera? Y si se encuentran tantas dificultades y debe haber tantos y complicados acuerdos ¿no entra dentro de lo normal el que nuestra confianza y seguridad en una real separación de poderes, esté rozando la incredulidad y la decepción? Y si dudamos, comprensiblemente, en una separación de poderes, caeremos forzosamente en duda también sobre la realidad de una verdadera, necesaria y fundamental independencia de los mismos y llegando a esa duda y en consecuencia falta de confianza, nos encontramos con algo muy grave en sí, y muy grave también en cuanto a la responsabilidad de nuestros políticos empeñados en tirarse de los pelos en cuestiones ridículas, para finalizar haciéndonos ver que el estado democrático de cuyo logro tanto nos vanagloriamos, sirve primordialmente para ese juego de broncas a diestro y siniestro que por desgracia no llega nunca a acuerdos que satisfagan a todos como teóricamente debía ser.
Y es que nuestra clase política de hoy, nos hace contemplar un día sí y al otro también su incapacidad para mostrarnos la existencia de una rigurosa y positiva confrontación que desemboque en acuerdos debatidos con estricta severidad. No, de eso están muy lejos nuestros dirigentes que pierden el tiempo discutiendo las tan abundantes “ocurrencias” de personajes a los que les queda enormemente grande el cargo que les han regalado y que como ya dijimos en más de una ocasión, a veces tienen la osadía de proponer “cosas”, entusiasmados con lo propuesto y llevando a los demás a una muy penosa pérdida de tiempo que termina en la nada, afortunadamente con frecuencia. Menos mal.
En resumidas cuentas, se inventan problemas donde no existían y se da prioridad a la discusión sobre ellos, postergando vergonzosamente lo que es verdaderamente importante y primordial. Así, insistimos, han transcurrido nada menos que tres años con un elemento de capital importancia actuando… en funciones. Y en funciones, los organismos no funcionan como deberían porque las posibles decisiones y compromisos adquiridos parece que pierden ese punto de responsabilidad que de este modo y en estos casos, podemos imaginar que se diluye y volatiliza.
Toda esta situación o situaciones de provisionalidad propiciadas y prodigadas por la ignorancia e inseguridad de nuestros actuales dirigentes produce un efecto decepcionante y desalentador especialmente si pensamos que tal vez por desgracia es lo que se pretende o pretenden dada la escasa categoría que es común entre ellos, y así nos obligan a ser víctimas de decisiones innecesarias, ridículas y absurdas mediante el manejo de decretos-ley, aprovechamiento de estados de excepción, etc. siempre amparándose en esa mayoría que solo existe por pura matemática acompañada por un tramposo y detestable intercambio de favores que en realidad no representa la voluntad o el sentir de una mayoría real.
Contra todo esto es difícil luchar pues el contagio es alarmante y ya no podemos confiar ni en unos ni en otros pues ante los problemas que se plantean, adoptan esa postura tan en boga como es “ponerse de perfil” o dicho de otra manera más simple, se limitan a “verlas pasar”.
Lamento haberles sometido a tantas repeticiones, espero dispensen esta reiterativa y pesimista utilización de lo que podemos llamar silogismos y permítanme terminar con una frase muy utilizada, reflejo de una triste resignación: “Que el Señor, en su infinita misericordia, nos coja confesados”.
Francisco Alonso-Graña | Escritor