Acabar entre barrotes durante varias decenas de años sería el fin lógico de Pedro Sánchez y de todos sus cuates más significados, que se cuentan por miles, como presuntos o convictos delincuentes que son. Pero algunos dudan de si es acabar en la cárcel lo que más le preocupa al demócrata doctor. Porque cree que sus amos no permitirán que se le aherroje; no por cariño, sino por ese prestigio que aureola a los Grandes Señores del Poder y que se cuidan de mantener siempre vivo con sus indiscutidas decisiones.
Sería humillante para ellos, y mal ejemplo para su cohorte de mandarines el que a uno de sus licenciadillos le cortaran las alas, ya que no el cuello metafórico. Por eso, tal vez no sea acabar en la cárcel, como digo, lo que más desvela a Sánchez. Lo que le desasosiega, sobre todo, aparte de la posibilidad de perder la poltrona que le autoafirma, es la evidencia de acabar como un ídolo escarnecido y ridiculizado, una mísera ceniza de la historia opuesta a aquella estatuilla admirable que quiso ser para toda la humanidad.
Y no sólo eso, sino que, además, se le cuestione y se le desenmascare sin poder silenciar a los iconoclastas o renovarse la careta. Y para eludir o compensar esa frustración de su peculiar naturaleza, cualquier riesgo, cualquier venganza y cualquier aberración pueden resultarle válidas. Y, según la psiquiatría al uso, parece estar dispuesto a llevarlas a efecto más pronto que tarde. Por eso es imperativo apartarle del poder, de cualquier poder. Pues todo cuanto puede destruir una mente insana, lo destruirá.
Si el entorno al completo de Sánchez está siendo investigado por un puñado de jueces y de guardias civiles leales a su código deontológico es porque los sospechosos llegaron a los aledaños del poder y al poder mismo con la estrategia adecuada y la monolítica certeza de que se mantendrían en él toda la vida. Y esa arrogante convicción, una vez tomadas y corrompidas, del rey abajo, todas las instituciones, no precisaba especiales secretos ni inteligencias sutiles.
Podía colocarse al mando de las operaciones delictivas a un mastín de puticlub, a un drogata nadilla, a un cofrade con símbolos vidriosos, a un putero-panceta, a un bardaje con abanico de colorines, a un sindicalista comegambas, a una nasona sandia, a una hiena jorobada o a una choni verdulera con entresijos de miliciana. Sin mayores riesgos, sin que llegara a saltar la banca o el gazapo.
El caso es que, en esta Cueva de Alí Babá o Corte de los Milagros, o Patio de Monipodio que dicen que es el socialcomunismo, y con Narciso Sánchez como presunto cherinol, se cruzan —según las imputaciones judiciales en curso— los caminos de las corrupciones políticas, sociales y financieras más sórdidas. Y brotando de todo ello los negocios más aborrecibles y los enriquecimientos más inconfesables.
Y en esta encrucijada se halla la piedra angular de la gobernanza, esto es, de la poltrona. Porque el que don Narciso no llegue a visitar Soto del Real no le libra del doble sobresalto de ver arrastrado su prestigio y de verse obligado a abandonar el sillón. Dependiendo todo ello de los muñidores del euro, los fulleros de pluma o marrajos de la economía, cuando decidan que el licenciadillo ya no tiene recorrido y que es perjudicial para la estabilidad de sus cambalaches globalistas y monetarios.
Hasta ahora el nominado doctor ha procurado no incordiar a la mafia financiera. Pues lo contrario es siempre una operación sin sentido, por no decir suicida, para todo político endeble y servil. Algo que siempre han tenido bien presente los socialcomunistas, siempre protectores, pese a sus propagandas, del capital o del empresariado más extractivo.
Lo cual no obsta para que, al sentirse befado y acorralado, este icono de purpurina, siguiendo con sus desatinos victimarios, acabe poniendo en marcha cualquier metafórico artefacto explosivo y se lleve a todos por delante, incluidos los integrantes del Consistorio de Bienes y Caudales que lo saben todo del abyecto marxismo blanqueado, porque no han dejado de colaborar con él cuando lo han precisado sus túrbidos negocios.
La canción del malvado, esa oración que las personas mal inclinadas profieren todos los amaneceres al saltar de la cama, ya nos la dejó escrita Ramón Pérez de Ayala en El ombligo del mundo, y yo la parafraseo: «Satanás, te conjuro. Acude. Desde el fondo más tenebroso de mi alma, te requiero. Un día más, preséntate ante mí. Y volveré a firmar contigo el contrato que tú redactes».
Y ya recitada, o desembuchada, el perverso X se pone en movimiento, dispuesto a pasar un día más ejercitando las condiciones de su psicopatía. Porque el rostro agusanado de quienes se presentan con un hatillo de abominaciones ante el juicio de la historia lo dice todo de sus almas, y, con ellas, de sus intenciones más trapaceras: «Si el templo se derrumba sobre mí, todos quedaréis sepultados conmigo bajo sus escombros».
Ergo, ya es urgentísimo —sobre todo para los propios instalados— apear del borrico a los perturbados con poder, para impedir que también arramplen con las columnas del partido, de las redes clientelares y del Sistema en su totalidad.
Jesús Aguilar Marina | Poeta, crítico, articulista y narrador
