El globalismo nos quiere nómadas para eliminar nuestras raíces, destruir la familia, borrar la patria y anular la religión. Su objetivo consiste en crear individuos dóciles y manipulables.
El globalismo nos quiere nómadas para romper nuestras raíces
El globalismo nos quiere nómadas porque sabe que la pertenencia familiar, patriótica y religiosa sostiene la libertad de cada persona. Cuando se elimina el arraigo, el sistema controla la vida entera del ciudadano. El individuo queda aislado, sin vínculos reales, sin memoria colectiva y sin defensa espiritual.
La estrategia globalista destruye los pilares esenciales de la civilización: la familia, la patria y la religión. Cuando esos pilares desaparecen, el Estado ocupa todo el espacio humano. Sin raíces, el ciudadano pierde autonomía. Deja de pensar por sí mismo. Acepta consignas que jamás habría aceptado si conservara identidad y hogar. Se convierte en esclavo.
El globalismo transforma a la persona en una pieza intercambiable. Utiliza la movilidad constante, la precariedad laboral y la ingeniería ideológica para vaciar de contenido el concepto de familia. Por eso el globalismo nos quiere nómadas: porque la falta de raíces facilita la creación de una sociedad obediente, consumista y dócil.
Sin familia: el primer paso del plan
La familia constituye el mayor obstáculo para cualquier poder total. Protege al individuo del control absoluto y transmite valores, educación y dignidad. Por eso el globalismo nos quiere nómadas y sin familia. Busca individuos aislados, sin solidaridad ni referentes morales.
La ausencia de familia destruye el pensamiento crítico. Promueve la dependencia emocional del Estado y de las corporaciones. El ciudadano sin familia se convierte en mercancía humana. Se adapta a cualquier orden. Consume sin límites. Pierde estabilidad y pierde identidad.
El modelo globalista impone leyes ideológicas que impiden formar un hogar estable – legislación del divorcio, las uniones de homosexuales, etc.-. Genera trabajo precario. Provoca movilidad permanente. Eleva el coste de la vivienda. Nada resulta casual. Todo responde a una intención clara: romper el núcleo que sostiene la civilización.
Por eso el globalismo nos quiere nómadas: porque sin familia, la persona ya no pertenece a ningún lugar. Solo pertenece al sistema.
Sin hogar: movilidad forzada como mecanismo de control
El globalismo nos quiere nómadas también en el terreno material. La cultura del “siempre disponible para viajar” convierte al ciudadano en un objeto móvil sin arraigo cultural. Cuando una persona no tiene un hogar que sienta como propio, pierde vínculos sociales y comunitarios.
La movilidad forzada impide construir patrimonio, pertenencia y comunidad. Cada traslado destruye la identidad local. Quita raíces. Y sin raíces no existe resistencia cultural. Ni existe memoria. Ni existe lealtad a una tierra.
Incluso el teletrabajo, que venden como progreso, fomenta aislamiento y deshumanización. El individuo se encierra ante una pantalla. Pierde contacto real y sociabilidad. Pierde vida comunitaria. Esto facilita el control ideológico y emocional.
Por eso el globalismo nos quiere nómadas: porque un ciudadano sin hogar acepta cualquier norma, cualquier cambio y cualquier discurso impuesto.
Sin Patria: desarraigo para controlar al individuo
La identidad nacional impide que un poder externo controle a un pueblo. Por eso el globalismo nos quiere nómadas, sin patria y sin memoria. Quiere borrar la historia y las tradiciones que sostienen la cohesión social. Sin patria, se pierde el sentido de continuidad. Se pierde el compromiso con los antepasados y con las generaciones futuras.
Nos quieren sin memoria histórica, sin tierra, sin raíces culturales y sin recuerdos. Un individuo sin patria no lucha por nada. No defiende nada. No siente deber hacia nadie. Cuando eso ocurre, el Estado-globalista se presenta como salvador y dueño de la vida pública y privada.
El desarraigo provoca aislamiento emocional. La persona experimenta soledad, nostalgia, desconexión y crisis de identidad. Esa fragilidad crea dependencia total del sistema.
Por eso el globalismo nos quiere nómadas: porque quien no tiene patria se somete sin luchar.
Sin religión: el globalismo impone sus propios dogmas
El ser humano necesita trascendencia. Busca sentido, propósito y conexión con lo eterno. La religión sostiene ese vínculo espiritual con el origen y la verdad. Por eso el globalismo nos quiere nómadas y sin religión, porque el hombre sin trascendencia acepta cualquier dogma ideológico.
Si desaparece la religión, el Estado-globalista ocupa ese lugar. Sus dogmas sustituyen a Dios. Sus relatos sustituyen la verdad. El discurso climático radical actúa como catecismo moderno. Las políticas de control social como las del Covid se presentan como mandamientos. La ingeniería ideológica funciona como moral obligatoria.
La persona sin fe queda entregada al materialismo. Pierde dignidad espiritual. Pierde libertad interior. Y se convierte en esclavo de las modas ideológicas.
Por eso el globalismo nos quiere nómadas: porque sin fe, no existe resistencia moral.
El peligro de caer en el desarraigo total
El proyecto globalista destruye patrias, familias y religiones para crear seres intercambiables. Cuando el ciudadano pierde su hogar físico y espiritual, desaparece la responsabilidad cívica. Queda expuesto a la manipulación mediática, política y económica.
Los pueblos que renuncian a sus raíces pierden soberanía. Pierden identidad, libertad, alma.
Por eso el globalismo nos quiere nómadas: porque un pueblo sin raíces no puede defenderse.
La resistencia comienza con la defensa de la familia, del hogar, de la fe y de la patria. Ese camino asegura ciudadanos libres y comprometidos con el bien común. Fortalecer las raíces garantiza estabilidad espiritual y cultural.
La identidad familiar, la identidad nacional y la identidad religiosa actúan como muralla contra la manipulación globalista. Por eso debemos recordar una verdad fundamental: el globalismo nos quiere nómadas, pero un pueblo con raíces firmes jamás se arrodilla.




