Qué agente literario se perdió Vizcaíno Casas con Pedro Sánchez. “Y al tercer año resucitó” fue un auténtico best-seller de la época. La reedición por Ediciones Moncloa promete auparse a los primeros puestos de ventas gracias a una campaña agresiva, la nadería de 100 actos en un año: performances, eco mediático, audiovisuales y grandes eventos. Éxito garantizado.
¿Cuándo se sacó el artefacto de la chistera el presidente Profundamente Enamorado? ¿Quizá en esos cinco días de retiro y ejercicios espirituales, tras conocer la imputación de su amantísima esposa por un quítame allá esos másteres y otras bagatelas? ¿O fue después de que gallardamente afrontara, maletín anti-balas incluido y recia lluvia de proyectiles de barro, el vil hostigamiento al que fue sometido por las tramas ultras concentradas en Paiporta… asombrando nuestro gran estadista a medio mundo por su coraje y valentía?
Lo cierto es que Pedro Sánchez ha hecho más que nadie, siguiendo la estela de su mentor Zapatero, por recuperar la memoria de Franco. Hay quien sostiene que habría de presidir él, méritos no le faltan, la fundación que lleva el nombre del militar. Acaso ésta atravesaba una racha de escaso predicamento entre el paisanaje y pareciera que Pedro Sánchez andaría de hoz y coz interesado en impulsarla. No falla, siempre que le pisan un callo al PSOE, más de 140 años de honestidad (sic) nos contemplan, salen sus voceros en tromba blandiendo con entusiasmo la momia del dictador, que no fue, que sepamos, embalsamado como Lenin, o parcialmente el chifletas de Maciá: sólo el corazón.
Sucede que Pedro Sánchez pretende darnos una turra colosal con la friolera de cien actos dedicados por igual a escarnecer a Franco, a moro muerto gran lanzada, con motivo del quincuagésimo aniversario de su muerte, y a establecer una singular continuidad, para consumo exclusivo de la izquierda “charista”, entre los modos y maneras del régimen anterior y la actual ejecutoria política de los partidos de la derecha, convirtiendo a éstos en epígonos del franquismo. Que la desmañada y burda intención, burda pero aviesa, de propiciar la identificación entre la derecha actual y el franquismo obedezca a una premisa intelectualmente pobre, no quiere decir que no sea efectiva. Para que un mensaje cale en la población ha de ser de factura muy elemental y dirigida a la fracción más amplia, acrítica y mentalmente débil de la comunidad. En ese planteamiento coincidieron eximios propagandistas como Göebbels o Willi Münzenberg.
La tentación de contraprogramar a Pedro Sánchez es muy golosa, pero nadie dispone de sus medios para resistirle el paso. Cien actos son muchos. Uno cada tres días. Cabe abrigar la esperanza de que se le calentara la boca en el mitin y a la hora de la verdad se reduzcan a una docena, como ha sucedido anteriormente con la promesa de construir más de 150.000 viviendas de obra social en un periquete o con el auxilio inmediato, un chorro de miles de millones a fondo perdido, a los damnificados por la DANA.
Para enmendarle la plana, bastaría con una exposición itinerante, doy ideas, sobre el funcionamiento (a pleno rendimiento) de las checas de la retaguardia republicana. Semblanzas de chequistas y asesinos destacados por su sanguinario desempeño contra civiles desarmados. El siniestro Cojo de Málaga, que dejó profunda huella en la Cerdaña, enterrando gente viva en Puigcerdá. Agapito García Atadell (UGT y escolta armada de Indalecio Prieto). Todo un Juan del Águila en Almería o un Recasens Oliva, ahí es nada, “el Sec de la Matinada”, en la provincia de Tarragona, entre docenas de artífices de unos crímenes de un sadismo manicomial. A qué organizaciones pertenecían. Que si a PSOE, UGT, JSU, PCE, CNT-FAI o ERC, sin que ninguna de ellas se haya disculpado en democracia por las abyectas fechorías de sus militantes. No sólo eso, sino que además celebran sus atrocidades. Es sabido que en un homenaje público a cientos de represaliados por el franquismo, la alcaldesa Carmena coló en la nómina unas docenas de avezados matarifes que se hicieron un hueco en la “memoria democrática” despanzurrando gente con bestial ensañamiento.
En esa exposición itinerante habría de figurar un capítulo obligado, muy visual, con las maquetas a escala (1:10) de las escalofriantes celdas de castigo ideadas por ese monstruo de Alfonso Laurencic en Barcelona. Celdas con pinturas psicodélicas en las paredes para enloquecer a las víctimas. Otras con el camastro inclinado para caer al suelo e imposibilitar el descanso entre tortura y tortura. Celdas-armario para atrofiar la esqueletura del preso. Y la recreación física de alguna de ellas para superar el difícil reto de “pasar 24 horas en una genuina checa republicana”. Vamos, lo que se dice ahora una exposición “inmersiva”, de esas que gozan del favor del público. La versión de la silla eléctrica por abrasión, con el concurso de la estructura metálica de un asiento de camión, en un pabellón ferial de Montjuïch. Un cuadro escénico, dramatizado, para los amantes del género gore, del martirio de Apolonia Lizárraga, superiora de las carmelitas de Barcelona, serruchada (tal cual) por los anarquistas en la checa de la calle San Elías, y cuyos restos fueron arrojados a una piara de cerdos por aquello de no dejar rastro de la matanza. Método más artesanal para eliminar “besugos”, así llamaban a los fiambres, pero menos sofisticado que no el empleado en la cementera Asland, Montcada i Reixach, donde los milicianos integrados en el comité de la CNT de dicha empresa, incineraron en sus hornos más de un centenar de cadáveres de los 1.200 asesinados en el cementerio de esa localidad. Un sistema más acorde a la era industrial y que en cierto modo anticipa y prefigura el modus operandi empleado por los nazis en Auschwitz. Una exposición, pues, con mucha miga y que pide a gritos que alguien la organice.
Javier Toledano | escritor
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