El 90% de las sustracciones parentales son cometidas por mujeres. Los padres gastan hasta su último euro para luchar por el retorno de los menores.
Son secuestros en toda regla, desafiando las leyes y a los tribunales de este país, con el único objetivo de convertir las vidas de sus exparejas en una pesadilla. Anualmente se registran alrededor de 300 casos de sustracción parental en España, aunque el Gobierno se empeñe en ocultarlo. Posiblemente porque el 90% de ellos son cometidos por mujeres, según datos de la Asociación Niños Sin Derecho (Nisde).
Estos padres no sólo se tienen que enfrentar al dolor de no ver a sus pequeños, de no poder abrazarlos o de tener que perderse celebraciones importantes, si no que además se ven obligados a vivir un auténtico calvario judicial. Un viacrucis con múltiples paradas, y —en cada una de ellas— hay que pagar un peaje. Muchos de los afectados tienen que vender todo lo que tienen para hacer frente a los gastos.
Más de 100.000 euros, en 7 años
«Aun cuando los abogados lo ganan todo, no hay bolsillo que lo aguante«, relata Antonio Martínez. . Su caso es un tanto singular, sus hijas están en Rumanía con su madre, de la que no estaba separado en el momento del secuestro. Lleva 7 años sin ver a Rocío y María.
Antonio no ha tenido más remedio que hacer frente a una situación que no vio venir, no buscó y nunca imaginó. «Llevo 7 años luchando entregado en cuerpo, mente y alma para defender mis derechos y, sobre todo, los derechos de dos súbditas españolas pagándolo de mi bolsillo», señala.
Calcula que se ha gastado entre 100.000 y 140.000 euros para intentar recuperar a sus hijas. Nadie me ha dado un céntimo, he tenido que pedir dinero a mis padres, a mi hermano y a todo dios
Eso por no hablar de sus siete viajes a Rumanía, que para poco le han servido. Aunque hasta ahora todos los tribunales le han dado la razón, sigue sin poder ver a sus hijas. Como él dice: «Tengo a mis hijas en papeles, pero no conmigo». Uno de los problemas que se encuentran los padres que se ven en esta situación es que hay países que no cumplen con las resoluciones de los tribunales españoles, y no obligan a las madres a retornar a los menores.
Todo por un hijo, eso piensan. Pero a veces el daño es irreparable. No es posible cifrar, calcular o pesar el daño moral, emocional o físico que conlleva un proceso de este tipo. Los efectos secundarios del desgaste se ven con el paso del tiempo. Muchos de ellos experimentan un importante deterioro de su salud, en el transcurso de la interminable batalla judicial.
La guerra nunca acaba. Tras una demanda viene otra, y detrás otra, y otra, y otras más… Así debilitan al contrario. Es muy habitual que estos hombres incluso tengan que enfrentarse a denuncias falsas por malos tratos, y —en consecuencia— al estigma. A esa sombra que, a partir de entonces, les persigue y que no pueden borrar de sus vidas aunque un tribunal sentencie que están limpios.
(Con información de Libertad Digital)
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