Rompe con el intervencionismo y el orden unipolar de EEU y se adapta al nuevo orden multipolar.
Trump está poniendo fin al orden unipolar que durante décadas definió la política exterior estadounidense. Con su nueva doctrina, rompe con el viejo orden y adapta a Estados Unidos a la realidad del mundo multipolar, centrado en la cooperación económica y la soberanía nacional.
Trump entierra la era de los “constructores de naciones”
La directora de inteligencia nacional de Estados Unidos, Tulsi Gabbard, anunció el 31 de octubre el fin definitivo de la política de “cambio de régimen o construcción de nación” bajo el mandato del presidente Donald Trump. Gabbard calificó esa vieja estrategia como un error colosal y un “derroche de recursos” que destruyó más naciones de las que ayudó a construir. “Era un enfoque único para todos, derrocar regímenes, intentar imponer nuestro sistema de gobierno a otros, intervenir en conflictos que apenas se entendían y salir con más enemigos que aliados”.
Estas palabras marcan un cambio histórico. Trump rechaza imponer modelos políticos ajenos a la identidad de cada nación. Trump entiende que la soberanía de cada Estado constituye la base de un orden mundial justo y equilibrado. Lo que debe imperar es la influencia y no la intervención directa.
El precio del intervencionismo: vidas perdidas y caos
Gabbard recordó que la etapa intervencionista de las últimas décadas dejó un rastro de destrucción: billones gastados, vidas perdidas y nuevos enemigos. Afganistán, Irak, Libia o Siria son testigos del desastre.
La estrategia neoconservadora pretendía exportar democracia con bombas, pero solo generó odio y desestabilización.
Trump entendió desde el principio que Estados Unidos no puede seguir financiando guerras eternas ni sosteniendo regímenes artificiales. Por pragmatismo económico y adaptabilidad al nuevo orden. Por eso, su visión se centra en la influencia, la cooperación comercial y la defensa de los intereses nacionales, no en el intervencionismo.
Durante su discurso en Riad (Arabia Saudí), Trump declaró el fin de la era de los “constructores de naciones”. “Los autodenominados constructores de naciones destruyeron muchas más de las que construyeron”, sentenció. “La paz, la prosperidad y el progreso surgen del respeto a las tradiciones nacionales, no del rechazo a la herencia propia”.
Estas declaraciones confirman una ruptura total con el establishment globalista de Washington.
De la guerra perpetua al orden multipolar
La política exterior de Trump rompe con la lógica de guerra perpetua del orden unipolar de EEUU. Su objetivo consiste en construir un nuevo orden multipolar, donde cada nación ejerza su soberanía sin imposiciones externas. Cada polo con sus áreas de influencia, incluido EEUU.
Así, Trump abre paso a una diplomacia realista que privilegia los intereses nacionales por encima de las utopías ideológicas.
Este enfoque consolida a Trump como el primer presidente que prioriza la diplomacia sobre la imposición, y la soberanía sobre la hegemonía. Mientras los viejos halcones de Washington soñaban con imperios, Trump apuesta por un equilibrio mundial basado en la fuerza y la independencia.
Resultados concretos: paz regional y control estratégico
La aplicación de esta nueva doctrina ya produce resultados. Trump ha logrado un alto el fuego en Gaza, deteniendo la guerra entre Israel y Hamás, y ha neutralizado la amenaza nuclear de Irán con ataques selectivos a instalaciones militares sin invasiones prolongadas.
Trump demuestra que la fortaleza no exige dominación, sino visión estratégica. Su política exterior combina dureza militar puntual con negociación económica. Estados Unidos se reposiciona como potencia respetada, no como gendarme global.
Lejos del caos sembrado por las guerras de Obama y Bush, el orden regional avanza hacia la estabilidad.
El fin del globalismo y el retorno a la soberanía
Con su doctrina, Trump entierra definitivamente la era globalista que convirtió a Washington en un imperio de papel. Los tiempos del intervencionismo han terminado. La prioridad vuelve a ser Estados Unidos Primero, pero con respeto por la soberanía ajena.
El mundo ya no gira alrededor de un solo poder. La emergencia de China, Rusia, India y las potencias regionales obliga a reconfigurar el equilibrio global. Ya no se construye con dominio de los ejércitos sino con influencia, sobre todo, económica. Trump lo entiende y se adapta. Su realismo rompe con la ceguera ideológica del “orden liberal internacional” y abraza la multipolaridad pragmática.
Frente a la arrogancia de los burócratas del Pentágono, Trump promueve una política de alianzas flexibles y de comercio, sin guerras ni reconstrucciones impuestas.
Una nueva era de soberanía nacional
Trump, con ello, inaugura una etapa histórica: la del respeto a la soberanía nacional y el rechazo a la ingeniería globalista. Su política exterior redefine a Estados Unidos como potencia soberana y no imperial, capaz de liderar mediante la fuerza del ejemplo, no la imposición.
En un mundo cada vez más multipolar, esta doctrina representa una revolución silenciosa: el fin del intervencionismo y el renacimiento del realismo político.




