Tres dormitorios, dos baños y un “okupa” | Javier Toledano

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“La “okupación” es un estilo de vida”. Esa fue la sentencia lapidaria de Inma Mayol, una progre “etiqueta negra”, dirigente que fue de ICV (Iniciativa per Catalunya, organización integrada hoy en el colorido “universo Colau”) y con responsabilidades en el gobierno municipal de Barcelona cuando la alcaldía estaba en manos del PSC, partido que hoy gobierna España a través del PSOE, que es su servicial franquicia madrileña. Esto decía la doña en los ratos libres que le dejaba su afición favorita: huronear en las boutiques más caras del Paseo de Gracia. Es sabido que, mientras ella arrasaba con los trapitos, su pareja entonces, Joan Saura, también de ICV, “recogía las caquitas del gato”. Saura, ahí es nada, fue “ministrín” de Interior en el gobierno regional tripartito liderado por José Montilla, voluntarioso doméstico del nacionalismo. Inma, por una vez, acertó: la “okupación” es un estilo de vida… que costean los demás, claro es.

 

Pasados unos años, la “okupación” ha sido normalizada hasta extremos inimaginables, de tal suerte que en la actualidad integra la mercadotecnia inmobiliaria. Y no es broma. Semanas atrás lo dijeron en un noticiero TV de gran difusión: “Se venden pisos con “okupa” dentro”. Tal cual. Y mostraron una oferta muy ventajosa, por cierto, para el potencial comprador. Cabe suponer que la presencia del “okupa” devalúa el precio que la vivienda obtendría en el mercado sin ese indeseado aditamento. De modo que el “okupa” actúa como acicate para un precio ajustado y deviene “ganga”, pero al mismo tiempo disuade de cerrar la operación por suponer una “carga” molesta, pues goza de facto el interfecto de la condición de usufructuario sobrevenido hasta el lejano día del desalojo por mandato judicial. Nadie sueña con llegar a su madriguera para refugiarse al cabo del día del hostil mundo exterior y encontrarse en ella a un tipo, chándal y pantuflas, repanchingado en el sofá con una lata de cerveza en la mano.

 

Tres dormitorios, dos baños, parquet, calefacción, “okupa”, 90 metros cuadrados, céntrico y luminoso. Para entrar a vivir (el “okupa” se ha adelantado) y todo por un módico precio, reza la propaganda. Fotos del salón comedor y del “okupa” preparándose un tentempié en la cocina americana. Si se concierta una visita, el agente API les presenta y el cliente ya conoce a “su okupa”. Protocolaria encajada de manos: “Encantado. Soy su “okupa”, Domingo López, para servirle. Considérese en su casa”. “Tanto gusto. Pedro Muñoz, el “propietario”. Y se cierra el círculo. Se abre cuando, tras firmar la concesión del crédito hipotecario en una oficina del Banco de Santander, sale uno a la calle, agarra el diario y lee unas pomposas declaraciones de la señora Botín, lideresa de la saga financiera, diciendo que lo importante no es la custodia y acrecentamiento de los depósitos de los clientes de la entidad, si no “la lucha indemorable a escala planetaria contra el cambio climático”. Qué alivio.

 

La transacción comercial de viviendas “okupadas” es acaso el indicio prodrómico más pintoresco de que nada funciona, de que nuestra sociedad ha enfermado y carece de herramientas en buen estado de revista para enderezar el rumbo. No es que puedas proteger tu propiedad, más o menos modesta, es que ya la adquieres “desprotegida”. Sentado ese precedente… cómo diablos vas a defender a tus hijos del adoctrinamiento en la escuela vía ideología “queer” o vía esencialismos localistas y despropósitos lingüísticos de lo más variopintos, o de los perturbados apetitos de los violadores reincidentes. O evitar ser juzgado, si llega el caso, por magistrados independientes y sin la menor sospecha de pertenencia a bandería judicial. Y, no me fastidies, aún querrás percibir esa pensión mensual sin merma alguna tras cuarenta años de abnegada cotización. Vamos listos, pero de verdad de la buena, cuando las viviendas salen al mercado con “okupa” incorporado. Es el rompan filas.

 

A los “okupas” y a sus propagandistas “perfil Inma Mayol”, y demás progres de nombradía, prefiero a Satanás. Cuando menos el demonio sí cree en el derecho a la propiedad, sea mucha o poca, que es uno de los pilares fundamentales de las libertades civiles y políticas. Para muestra un botón, cuando Pazuzu, una de las advocaciones diabólicas que en el mundo son, posee a la niña Regan (“El exorcista”, esa extraordinaria película de terror con estructura de western, “Duelo a muerte en OK Corral”, sólo que la balacera es cosa del padre Merrin, Max von Sydow, y del ángel caído), la hace decir con voz aguardentosa como de haberse zumbado media docena de orujos: “Esta cerda es mía”. O suya o de nadie. Las almas en disputa, como las casas, han de tener dueño. O Dios o el demonio, pero nada de “okupas”. Un titular con todas las de la ley.

 

Dicen que funcionan mafias de “okupas” que detectan y difunden entre sus acólitos direcciones de viviendas “disponibles”. Y que a ellos se enfrentan empresas de “desokupación” contratadas por propietarios desesperados. Me pregunto: “¿Qué haría yo si fuera uno de esos “padrinos” del hampa “okupante”?”. Y tengo la respuesta. Para eludir líos con los propietarios y vecinos, y con las autoridades (el punto menos conflictivo de todos), sencillamente elaboraría un censo de residencias (habituales, “segundas” y “terceras”) de dirigentes y de simpatizantes acaudalados de Podemos, de las huestes de Ada (sin hache) Colau y de afamados progres (actores, músicos y teleshowmen). Establecido ese “censo catastral alternativo”, mandaría, cual batallón de mustélidos, a mis “okupas” en descubierta a enseñorearse indefinidamente de esas apetecibles viviendas.

 

Y consumada la acción todos contentos. ¿Todos? Eso es. Los “okupas” tendrían ocasión de ejercer su “estilo de vida” (Inma Mayol dixit) al tiempo que los propietarios enumerados anteriormente contribuirían de primera mano, con arreglo a su ideología comprometida con los más desfavorecidos, a solucionar la grave crisis “habitacional” que padecemos. A mayor abundamiento, los propietarios “filo-podemoides” afectados se abstendrían de acudir a la tutela efectiva de los tribunales a causa de su animosidad manifiesta contra el derecho a la propiedad y dado su indomeñable afán por compartir todo lo suyo con los demás. De ese modo los juzgados se ahorrarían miles de causas. Adiós al colapso judicial. Insisto, no denunciarían la “okupación” por coherencia y por dar ejemplo. Y todo ello redundaría en favor del vecindario, más apaciguado a partir de entonces, sin reyertas ni problemas de convivencia. Y, otrosí, los citados “filo-podemoides” se beneficiarían de la admiración y respeto generales, pues su desinteresada colaboración supondría la “despenalización” de tan idolatrado “estilo de vida” por la propia extinción del delito. Y se ganarían la simpatía y la eterna gratitud de todos los propietarios que han adquirido un pisito o un apartamentito en la playa con el sudor de la frente, que sí creen en el derecho a la propiedad y a quienes les daría de patadas en el trasero que unos indeseables se les colaran dentro. Y aquí paz y después gloria. ¿A qué esperan, pues, a confeccionar ese “censo”? Manos a la obra y que circule a toda mecha por las “redes”.

(Javier Toledanos | Escritor)

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