Totalitarismo sanitario. Cinco años de Covid o cuando nos volvimos esclavos

Hace cinco años, el 15 de marzo de 2020, España decretó el primer confinamiento por un virus proveniente de China: una variante del coronavirus de la que nada sabíamos y de la que, en muchos aspectos, seguimos sin saber nada hoy en día.

España fue uno de los países europeos que impusieron el confinamiento más duro del continente, con consecuencias psicológicas, económicas y sociales devastadoras. Más allá del impacto inmediato, aquella estrategia sentó las bases de un nuevo modelo de dominación: el totalitarismo sanitario.

El confinamiento, que inicialmente se justificó como algo excepcional, terminó convirtiéndose en una herramienta de control. Los estados de alarma se sucedieron, las restricciones se endurecieron y el aparato mediático contribuyó a demonizar a quienes cuestionaban la narrativa oficial.

El pasaporte Covid fue la culminación de esta deriva autoritaria. Se segregó a la población en ciudadanos de primera y de segunda clase, dividiendo a la sociedad entre obedientes y disidentes. Se impuso una vacuna experimental con chantajes y amenazas, en un ejercicio de presión social sin precedentes.

Mientras tanto, miles de negocios cerraron, millones de empleos desaparecieron y la deuda pública se disparó hasta niveles insostenibles. La crisis económica que siguió no fue solo consecuencia del virus, sino de la nefasta gestión política.

Los niños fueron encerrados en sus casas, privados del aire libre y de la socialización. Los ancianos murieron solos en residencias, víctimas de protocolos inhumanos. Y la población, en su conjunto, sufrió un trauma del que todavía no se ha recuperado completamente.

La estrategia para lograrlo fue simple: inculcar el miedo a la muerte hasta el punto de que las personas libres aceptasen la sumisión como si fuera una elección propia. Y lo lograron. El pánico fabricado ignoró la realidad epidemiológica: el Covid-19 representaba un riesgo mínimo para los menores de 70 años sanos, pero era peligroso para los ancianos y los inmunodeprimidos. En lugar de enfocar los recursos en proteger a los vulnerables, se optó por destruir la economía, arruinar a las pequeñas empresas y fomentar el mayor traspaso de riqueza a las grandes corporaciones de la historia moderna

La estrategia de control no solo se basó en el miedo, sino también de la división social. Se demonizó a los no vacunados, se justificaron despidos masivos y se promovieron restricciones que atentaban contra derechos fundamentales. Los mismos que decían luchar contra la discriminación defendieron sin pudor la persecución de quienes tomaron decisiones médicas diferentes.

El control de la información fue clave en la imposición del relato oficial. Los verificadores de datos, financiados por las farmacéuticas, tildaron de «desinformación» cualquier información que desafiara la narrativa establecida. Las redes sociales aplicaron algoritmos para reducir el alcance de publicaciones críticas en un 95%. Pfizer, por ejemplo, gastó 2.400 millones de dólares en anuncios en 2021. Así, las «noticias» se convirtieron en auténticas campañas de marketing disfrazadas de periodismo.

Se han desmentido y refutado muchas de las afirmaciones con las que intentaron justificar las medidas de la pandemia: los orígenes del virus, la validez de las pruebas PCR, la negación de la inmunidad natural, la eficacia de las vacunas, la obligatoriedad de las mascarillas y los confinamientos. Pero durante la crisis, cuestionar cualquiera de estos puntos conllevaba un linchamiento mediático y social sin precedentes.

Más allá de la pandemia, la fabricación de la verdad se ha convertido en el modelo de control para el futuro. La censura, la manipulación del lenguaje y la imposición de narrativas hegemónicas se han convertido en herramientas esenciales para moldear la percepción pública. El problema no es solo que las personas hayan sido manipuladas: es que han sido colocadas en una realidad paralela en la que cualquier disidencia es impensable.

Cinco años después, el resultado es preocupante: los españoles ya no se rebelan contra la injusticia. La aceptan con resignación. Hoy, en 2025, pocos cuestionan lo sucedido. La maquinaria propagandística ha logrado que una gran parte de la sociedad vea aquellos años como una crisis bien gestionada en lugar de lo que realmente fueron: un experimento de sometimiento masivo.

Se ha instalado la idea de que cualquier emergencia puede justificar la supresión de derechos fundamentales. Si fue posible por un virus, ¿por qué no por el cambio climático, una guerra nuclear, la invasión de Rusia, una crisis energética o cualquier otra excusa que los gobiernos consideren oportuna?

Si algo demostró la pandemia es que la sociedad actual es más maleable de lo que pensábamos. Se aceptaron normas arbitrarias sin apenas resistencia, se censuró a médicos y científicos disidentes, y se castigó a quienes se atrevieron a pensar diferente.

El totalitarismo sanitario no fue una anomalía, sino un ensayo general de lo que está por venir. Ahora sabemos que el miedo es suficiente para que la gente entregue su libertad sin luchar. Si no aprendemos de lo ocurrido, la historia volverá a repetirse.

La pregunta no es si volverán a intentarlo, sino cuándo.

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