Quemadas la catedral de Oviedo y la de París | José Crespo

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Vimos como justamente muchos europeos se sobrecogieron al ver cómo ardía Nôtre Dame el 15 de abril de 2019, en la capital parisina o cuando el integrismo paniaguado sigue quemando templos en Francia.
Vayamos hacia atrás y recordemos que el 5 de octubre de 1934, partidos y sindicatos de izquierdas dan un golpe de Estado, que autocalifican de revolución y así se siguen diciendo mayoritariamente, prueba de que no fracasaron del todo, en toda España, pero sólo prende en Asturias.
Transcurridos cuatro días, los golpistas se plantean, dentro de su avanzado programa de reformas y progreso social, proceder a la destrucción de la catedral de Oviedo. Dos días después, cuando las tropas de la República estaban a punto de liberar la capital asturiana y de echarlos, cumplen este criminal objetivo para infringir el mayor daño posible tanto material como espiritual ya que allí estaba y sigue estando el Santo Sudario, una de las dos reliquias más importantes de la Cristiandad.
Lo que resulta sorprendente es la ignorancia, sobre todo en esta aborregada España, del hecho sucedido durante la noche del 11 al 12 de octubre de 1934, cuando los revolucionarios comunistas accedieron por el fondo sureste de la Catedral ovetense para quemar la invaluable sillería del coro, a continuación llenaron la capilla de Santa Leocadia, situada justo bajo la Cámara Santa, con cajas que contenían 400 kilos de dinamita para volar el conjunto.
Vimos en televisión a energúmenos celebrando el incendio de la catedral parisina y a todos nos horrorizó pero recordemos que en nuestra doliente España se dinamitó aquella cámara relicario, preámbulo de lo que se ejecutaría dos años después durante la guerra civil.
Aquello tuvo antecedentes no tan lejanos como los movimientos revolucionarios de 1820-1823 y sobre todo de 1834.
El indisciplinado batallón de tiradores de Isabel II, llamados miqueletes, el 9 de Agosto de 1835 incendiaron el monasterio de Ripoll, se profanó el sepulcro con el cadáver incorrupto del conde Ramón Berenguer IV, llamarle a juicio, apostrofarlo, escarnecerlo y condenarlo a la hoguera.
Un año después se atacó brutalmente el Monasterio de Poblet, ataque vandálico que se produjo en el año 1836, cuando los saqueadores, a la búsqueda de tesoros, rompieron las paredes laterales de los sarcófagos y dejaron esparcidos por el pavimento los cuerpos de los reyes de Aragón Jaime I, el de su tataranieto Pedro el Ceremonioso y el del hijo de éste Juan I el Cazador. Otras tumbas también fueron abiertas y registradas, pero los cuerpos reales no fueron extraídos de sus respectivos sepulcros.
Desgraciadamente esa izquierda aliada de los enemigos de la Europa cristiana está muy presente y dispuesta a reemprender su obra destructora.
(José Crespo. La Pasaeta)

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