Por un puñado de votos: aquí se decide el resultado de las elecciones de Estados Unidos

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Estados Unidos tiene 50 estados y más de 150 millones de votantes, pero las llaves de la Casa Blanca las guardan apenas un puñado de regiones. Son los llamados ‘swing states’ o ‘battleground states’, esos estados clave donde las preferencias son tan ajustadas que pueden caer del lado de los republicanos o demócratas por pocos votos. Por eso, en una campaña con tantos frentes abiertos, es imprescindible un mapa para entender cuáles son los detalles que pueden decidir el resultado el 3 de noviembre. Quizás el mapa más simple, pero el más importante sea el del colegio electoral.

Pero primero, un breve recordatorio de cómo funciona el sistema electoral estadounidense. Los votantes no eligen directamente al presidente, sino a 538 electores, que son asignados a cada estado —que en conjunto se conocen como el colegio electoral— con una fórmula que sobrerrepresenta el voto rural frente al voto urbano. Mientras que en California se necesitan 677.000 votos por elector, en Wyoming, tan solo 188.000. Y si ganas por un voto, te llevas todos los electores del estado (‘winner takes all’).

El principal argumento para mantener esta desproporción —con complejas causas históricas y que también afecta al Congreso— es evitar que los extensos estados despoblados queden olvidados en los pasillos de poder de Washington ante la pujanza de las ciudades. La moraleja es que, para ser presidente de Estados Unidos, no solo debes ser popular entre la población sino también en una mayoría de los territorios.

El inestable ‘cinturón del óxido’

La lista de ‘swing states’ ha evolucionado con los años y su composición puede variar en cada campaña dependiendo de las encuestas que se utilicen. Entre 1996 y 2012, tan solo 13 estados han cambiado alguna vez su voto a nivel presidencial. Algunos de los más relevantes en las dos últimas elecciones han sido Wisconsin (10), Iowa (6), Michigan (5), Ohio (18), Pensilvania (20) y Florida (29), cuando sus 88 electores fueron decisivos para conseguir la mayoría de 270 necesaria para instalarte en el ala oeste.

En 2012, se tiñeron de azul y dieron la reelección a Barack Obama frente a Mitt Romney. Y en 2016, se volvieron a colorear de rojo por unos miles de sufragios cruciales para que Trump se convirtiera en el 45 presidente de Estados Unidos, con 306 votos electorales frente a los 232 de Hillary Clinton. No importó que la demócrata sacara tres millones de votos más. Bastó con que Trump se llevara 77.700 más en Pensilvania, Wisconsin y Michigan. Es en estas ajustadas diferencias, muchas veces indetectables en las encuestas, donde se esconden los vuelcos electorales.

Con la lección aprendida, y pese a una campaña atípica por la pandemia del coronavirus, los equipos de Donald Trump y Joe Biden han puesto gran parte de sus esfuerzos en el llamado ‘Rust Belt’ (cinturón de óxido) —un corredor industrial deprimido por décadas de deslocalización y la evolución del modelo económico estadounidense—. Este cubre cinco ‘swing states’ que suponen 59 votos electorales muy cotizados en una contienda en la que los clásicos ‘estados rojos’ como Tennessee, Oklahoma o Alabama votarán por Trump, y ‘estados azules’ como California y Nueva York harán lo propio por Biden.

En esta región, las promesas de Trump en 2016 de revitalizar industrias en declive, como la automoción, el acero o el carbón, y traer los empleos que desde mediados del siglo pasado se han ido moviendo a países como China, fueron decisivas para un electorado que se sentía olvidado por un país que cambió los General Motors y US Steel por los Apple y Amazon.

Cuatro años después, esos empleos no han vuelto, China surge más fuerte que nunca en el horizonte y las encuestas apuntan a que Biden está en cabeza en casi todos, con hasta 10 puntos de ventaja en estados clave como Pensilvania, una región con dos grandes urbes demócratas —Filadelfia y Pittsburgh— y una amplia zona rural muy conservadora. La microbatalla está en los suburbios, antiguamente republicanos, pero cada vez más diversos y con más nivel educativo.

Este, junto a Wisconsin y a Michigan, forma parte de la ‘muralla azul’ que había permanecido fiel a los demócratas hasta que Trump la hizo pedazos con su ‘America First’ en 2016. Michigan, históricamente demócrata hasta que Trump ganó por un pequeño margen en 2016, tiene amplios suburbios blancos, fuertes bases sindicales y votantes negros. Wisconsin también tiene dos ciudades principales muy liberales (Milwaukee y Madison) flanqueadas en el norte y el oeste por zonas rurales tradicionales, separadas por unos suburbios de mayoría blanca cuyo voto está en un momento muy inestable.

La joya de los ‘swings’

En el sur se encuentra Florida, la joya de los ‘swing states’ con sus apetecibles 29 electores. Es un estado diverso, pero inclinado hacia los conservadores, y casi siempre suele estar competido y con dinámicas bastante particulares. Para Trump, es vital si quiere mantener viva su pelea contra Biden y trasladar la competición al norte. Para ello, deberá contar con el apoyo de los latinos y, en especial, de la comunidad cubana, cuya sintonía ideológica con los republicanos la hace más proclive a votar por Trump. Todo lo contrario ocurre con los puertorriqueños, una población que ha ido aumentando en los últimos años después de fenómenos como el huracán María y que suelen apostar por los demócratas.

Como cada cuatro años, se detectan potenciales nuevos ‘swing states’. A poco más de un mes para las elecciones, los demócratas están intentando asaltar bastiones republicanos como Arizona, Georgia o Carolina del Norte. En un escenario insólito, la campaña de Biden ha fantaseado incluso con ganar Texas, estado que no logra desde 1976 y donde el cambio generacional y migratorio —con crecientes comunidades hispanas, negras y asiáticas y unos suburbios más moderados— lo está inclinando cada vez más hacia el lado demócrata. Por su parte, los conservadores buscan romper las expectativas en lugares como Minesota, Nevada o Maine, donde se quedaron cerca de ampliar su inesperada victoria en 2016.

Otros ‘swing states’, como Virginia y Ohio, han perdido influencia en esta elección. En 2012, eran los dos estados más disputados del momento y sus 31 electores en conjunto eran vitales para la reelección de Obama. Ohio fue durante años un buen termómetro del humor electoral del medio oeste, donde ahora los republicanos parecen consolidados. Mientras Virginia, un estado que durante décadas formaba parte del sólido sur republicano, se decantó por el ‘Yes we can’ en 2008 y desde entonces es el símbolo de cómo el cambio demográfico está creando nuevas oportunidades para la izquierda estadounidense.

En 2004, Obama se convirtió en el primer presidente afroamericano de la historia del país después de una verdadera ola azul en la que se llevó Florida, Ohio y el resto de los estados del cinturón del óxido. En 2004, George W. Bush consiguió la reelección al derrotar a John Kerry por 286 votos electorales contra 251, reteniendo estados clave como Florida, ganando Virginia o Colorado y aprovechándose de la popularidad de la que aún gozaba tras el 11-S.

Nunca los ‘swing states’ fueran tan decisivos en la era moderna como en 2000, cuando Bush se impuso a Al Gore después de que el Tribunal Supremo detuviera el conteo en Florida y el republicano se llevara aquellos votos electorales decisivos.

(El Confidencial)

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