Pero esta deriva no es solo fruto de las circunstancias geopolíticas, sino también de una inquietante afinidad ideológica. Sánchez y Xi Jinping comparten una visión globalista que apuesta por el control poblacional y la limitación de las libertades individuales. China ya lo ha implementado y España va camino de ello.
El objetivo de Sánchez es claro: convertirse en el interlocutor privilegiado de China en una Europa cada vez más irrelevante. Como advirtió el propio Josep Borrell: «Si Europa no está sentada a la mesa de negociación, es porque es el menú». Y Sánchez parece dispuesto a entregar a España como plato principal en la mesa de Xi Jinping.
Conviene recordar que China no busca comprar productos europeos ni invertir en nuestras empresas. Su único interés es vender su producción masiva y atraer capital extranjero que fortalezca su régimen. China no juega limpio: produce y exporta, pero cierra su mercado a la inversión extranjera. Y en este esquema, Sánchez se ofrece como peón útil para abrirle las puertas de los mercados de Europa, Iberoamérica y África. Un negocio redondo para China y una ruina para España.
Además, este viaje le interesa a título personal. No es casualidad que Sánchez lo programe justo cuando su imagen en España se desploma y los escándalos lo cercan. Necesita aparentar relevancia internacional para encubrir su fracaso nacional. Mientras en España solo cosecha abucheos, en Pekín será recibido con honores. Un baño de multitudes para reforzar su ego y proyectar una imagen de «líder global» que no se corresponde con la realidad.
Por su parte, Xi Jinping también obtiene réditos. Recibir a un presidente europeo, aunque sea como Sánchez, refuerza su imagen de líder global en un momento clave: China quiere dinamitar la ya débil cohesión de Europa y promover relaciones bilaterales que le otorguen ventaja. Tanto China como la administración de Trump prefieren la relación bilateral, negociar de tú a tú, que hacerlo con un bloque como la Unión Europea. Además, con ello deja a la UE como actor irrelevante.
Mientras el mundo se reconfigura en torno a tres potencias —Estados Unidos, Rusia y China—, Pedro Sánchez decide apostar por el comunismo chino. Renuncia así a la soberanía de España, a nuestros valores y a los principios de cualquier nación libre y soberana. La historia juzgará esta claudicación. Pero lo que es seguro es que la sumisión a Xi Jinping y a la agenda globalista traerá para los españoles menos libertad, menos prosperidad y más servidumbre. Una traición a la patria que pagaremos todos.
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