Es urgente elegir: o socialcomunismo o España | Jesús Aguilar Marina

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El socialcomunismo se despoja de toda capacidad autocrítica, porque ocultar o desvirtuar la realidad va en su naturaleza. Su fanatismo, acompañado además por el delito permanente, le impide tener una perspectiva histórica de progreso. Le gusta acuñar la palabra «cambio» como sucedáneo de cualquier idea con verdadera hondura. Su progresismo —que no progreso— se quiere y se defiende a sí mismo, no a la verdad.

Si, en sus orígenes, el socialcomunismo aún pudo tener una justificación teórica, pronto sus militantes y seguidores más lúcidos y honestos renegaron de él, percatándose de que representaba, según se sucedían los acontecimientos generados por su práctica, una doctrina frustrante y destructora. Y de aquella utopía sólo han quedado ruinas, delitos y sangre.

Desde entonces, el socialcomunismo es una patología ideológica —constituida mayoritariamente por cucañeros y psicópatas— que necesita el poder, el dinero y la propaganda para sobrevivir. Significa un modo implacable e insano de entender la potestad, tras cuyo amparo todo se justifica por su sometimiento, se acomoda a su conservación y se comparte con los cómplices y auxiliares de la causa.

El socialcomunismo es sinónimo de crisis, y siempre que ha metido las manos en la gobernanza de España ha demostrado que no le interesa la claridad, pues en su mente está el crear desastres y negrura para aprovecharse de lo confuso y opaco.

Sus ventiladores de detritos, sus copiosos recursos y sus sinuosas añagazas forman parte de una estrategia que busca ocultar la realidad desfavorable. Tanto como retrasar el conocimiento de la verdad o de cualquier investigación que la esclarezca, sea ésta periodística, política o judicial. Y ello es debido a que las mentiras y las tramas delictivas con el sello de la gran familia roja son tan innumerables como asfixiantes.

La ideología socialcomunista, más sus adherencias, constituye una forma de hacer política que degrada la vida pública y depreda la riqueza nacional. Es una escuela de pillaje, una mafia que por donde pasa devasta; y nos ha dejado un Estado destruido, una nación colonizada y enferma, y una economía en bancarrota.

El socialcomunismo está sustentado por fuerzas mediáticas y grandes familias venales y ventajistas, pues las estructuras financieras, editoriales y comerciales trabajan a pleno rendimiento caminando a su vera, mientras todos multiplican sus beneficios y sus patrimonios. Las crónicas evidencian que siempre los socialcomunistas han sido los mejores para defender los intereses patrimoniales del gran mundo financiero y empresarial.

A estas alturas, ya nadie que cuente con criterio y un mínimo de objetividad puede poner en duda que el socialcomunismo no acoge a partidos políticos al uso, sino a organizaciones criminales. Constituyendo sus representantes principales, como el PSOE, agrupaciones poderosas, tanto por sus ramificaciones y conexiones con otras estructuras sociopolíticas y civiles internacionales similares, como por la posesión de una red clientelar dilatada, estable y cohesionada.

Todas ellas, por supuesto, dedicadas a la depredación del ser humano, a la apropiación del ahorro ajeno y a la explotación de los recursos naturales en provecho particular.

Así mismo es de conocimiento universal que la «fontanería aplicada» del socialcomunismo y de sus socios es una asignatura de obligado estudio para sobrevivir en las filas de la secta. Contubernios, cambalaches, puñaladas traperas, enfrentamientos por el mejor puesto del pesebre han sido siempre las señas de identidad de los cleptócratas.

Y ahora, ante la espada de Damocles judicial que les amenaza, se hallan todos juntos y en cómplice silencio, ganando tiempo al tiempo, derribando las últimas columnas que sostienen al templo y rezando para que nadie de entre ellos se vaya de la lengua ni les arranque las caretas. Y también, los más vivos y menos señalados por el crimen, despejando el portillo de salida para que, en la hipotética caída del alcázar, les pille fuera de sus muros y con posibilidades de reubicación en el Sistema.

Ante los hechos que configuran dicha realidad, seguir inhibiéndose es seguir participando en la alucinación colectiva; ser cómplices de una compañía de farsantes disfrazados de altruistas. Las gentes de bien, aunque la atmósfera mefítica creada por tanto abyecto comediante les pida retirarse del mundanal ruido, quedarse en casa, circunscritos por el ambiente familiar, los libros o la música, no deben limitarse a eso. Porque la defensa de las propias paredes y de la propiedad privada exige acción, más allá de nuestro hogar, de nuestra intimidad o anonimato.

De lo contrario, el socialcomunismo, con la potencia de su resentimiento, su envidia y su codicia, continuará devorando las entrañas materiales de la patria, sus esencias espirituales y sus entendederas intelectuales. Pues las muchedumbres, acostumbradas y resignadas a la presencia encubierta de un frentepopulismo con disfraz benefactor, parecen renunciar a entenderlo en toda su impostura y en sus más hondas raigambres y propósitos.

Para combatir a la hez roja y resolver sus crímenes, primero se precisa entender su índole y su objeto. Comprender el porqué de su persistencia, tan efectiva y devastadora. Y no adoptar ante él una actitud inerte o complaciente. Porque el socialcomunismo español no es un enigma, es un problema. Una carga atroz con la que España no puede subsistir.

Cuando esto se haya visto claro, cuando se haya entendido que la esencia de España y la naturaleza socialcomunista son incompatibles se estará en condiciones de abolirla. Los españoles de bien, en defensa de su libertad y de su propia vida, tienen muchas razones para caer sobre los depredadores socialcomunistas y sobre sus demás bárbaras excrecencias. Pero para ello toda precaución y todo rigor serán insuficientes.

Más allá de los determinantes históricos, sociopolíticos y culturales, existen unas raíces oscuras que se alimentan de la savia del rencor, del zumo de la envidia, de la energía de la malevolencia. Al enfermo de odio es muy difícil curarle. Pero si se le provocan convulsiones y berridos será positivo para la sociedad, pues tales manifestaciones confesarán su anomalía. Y así, lejos ya del poder del engaño, paseará agonizante su fatal e insaciable tumor, ante la mirada de una patria exenta del Mal y renacida.

Jesús Aguilar Marina | Poeta, crítico, articulista y narrador.

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