La sociedad del ruido | María Sánchez

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Una vez tuve la oportunidad de oír a un monje hablar sobre el silencio. Yo con veintitantos años me veía un poco desubicada en esa charla. Quien me conozca sabrá que soy toda intensidad y jolgorio. Si tú también eres así, continúa, no dejes de leer. Marcharse sería un rechazo a la Belleza.

Decía este siervo de Dios que nos encontramos en una sociedad que valora poco el silencio y la soledad. De hecho, se atrevió a calificarla como la sociedad del ruido. No sé si será ingenio suyo, pero si te fijas en el sistema, en la coyuntura, esa sociedad odia a horrores el silencio y la soledad. Ejemplos podrían ser tanto la configuración de las TICs, del sistema económico, del género musical, y un largo etcétera. Y en definitiva, no tenemos tiempo para recogernos.

Este virtuoso señor nos recordaba la concepción clásica del cristianismo. Que no es otra que Jesús no es del mundo, así como nosotros tampoco lo somos. Que el mundo nos odia porque primero le odió a Él. Cabe destacar que la referencia a mundo aquí es en categoría de mundanidad. Es este mundo el que mueve el ruido.

Y nos hacía meditar sobre las dos banderas, de San Ignacio de Loyola. Cristo, el Rey eterno, Capitán General de los buenos, llama a los suyos a conquistar el mundo. Al otro lado, tenemos la bandera capitaneada por Satanás, que se caracteriza por el ruido, el bullicio, los truenos, la falta de paz.

Creo que conscientemente una persona con un juicio sano no elegiría la falta de paz. Lo que pasa es que ya no elegimos, nos dejamos llevar por la marea, que nos acaba ahogando.

Fíjate si nos somete esta sociedad del ruido, que acabamos siendo esclavos de nuestras palabras, en ese afán de decir y comentarlo todo. Pura verborrea. Hay más riesgos en hablar demasiado que en callar demasiado. El uso discreto de la palabra está muy vinculado con el silencio y la soledad.

Los hombres tenemos necesidad del silencio, tanto interior (quizá el más difícil y determinante) como exterior (el ambiente ayuda). El silencio nos lleva a la interioridad (descubrirse uno a sí mismo, con sus virtudes, con sus defectos, sus miserias, sus flaquezas, y así ponerse ante el Dios que es capaz de curar todo eso) y a la transcendencia (Dios mío, te buscaba fuera de mí y estabas dentro de mí). Concluyendo, vivir el silencio es humildemente acepar que callar y escuchar corresponden al discípulo. Mientras que hablar y enseñar corresponden al maestro.

María Sánchez | Jurista

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