«Feijóo no retira las estatuas del criminal y sociópata Ernesto Che Guevara, pero que en cambio sí lo hace con el monumento a Juan Pablo II del Monte del Gozo»
De la recuperación de la unidad espiritual cristiana de Europa, foco de civilización, hemos pasado a la mezquindad y sangre fría de un Feijóo que no retira las estatuas del criminal y sociópata Ernesto Che Guevara, tal como señalan los dictámenes de la Unión Europea respecto del nazismo y el comunismo, pero que en cambio sí lo hace con la del hombre que venció al comunismo en Europa, sin disparar un solo tiro, con la fuerza de su palabra, me refiero a San Juan Pablo II.
No digamos ya del único que derrotó militarmente al comunismo en el mundo, más concretamente en Europa y exactamente en España como reconoció Churchill.
Lo de este PP, la verdad, no tiene nombre, ha decidido Feijóo, el parlanchín del castrapo que erradica el español en Galicia, retirar la escultura de Juan Pablo II para “habilitar un espacio verde».
Mientras tanto desde las autoridades europeas con Ursula Von der Leyen a la cabeza se continúan empeñados en descristianizar Europa, con su persecución a Polonia y Hungría, los últimos reductos cristianos de la UE.
Esta es la Europa de cultura y origen cristiano y romano. Un continente cristiano dónde cada nación luce con orgullo su propia cruz. Así debería seguir siendo.
Por eso digo no, tanto al arrinconamiento y persecución del Cristianismo como a la invasión cultural consentida del islam, ajeno a la tradición europea y democrática. Es la tradición que se reivindican desde Hungría, Polonia, Croacia o Chequia.
Ocultar la tradición cristiana de Europa es poner tipex sobre nuestra personalidad, sobre nuestra Tradición, sobre nuestro origen, y sobre nuestros principios de libertad e igualdad.
Es una obviedad que Europa y el cristianismo han tenido una historia común tan intensa y compleja que, difícilmente, pueden pensarse aisladamente en una sin la otra y viceversa. Pero, también, sería un grave error pensarlos sin tener en cuenta que ambos están fundidos en una urdimbre de tradiciones, aún más compleja, que ha teñido sus raíces culturales, socioeconómicas y políticas, desde sus orígenes hasta nuestros días.
Ante la actual crisis de Valores cabe plantearse lo que somos y saber de dónde venimos. Pretender trabajar en la construcción de una Europa más libre, justa y solidariamente integrada, fiel a sus mejores fundamentos y promesas, precisamente, ahora, cuando padece una grave crisis de identidad, de solidaridad y de representatividad, exige saber reconocer las virtualidades que el cristianismo ofrece en este proceso de construcción.
La construcción de Europa nos obliga a mirar la historia del Cristianismo, de las sociedades europeas, de los modelos socioeconómicos que en ellas han estado y siguen vigentes, como frutos de contextos y contingencias que bien podían haber ocurrido de otra forma si sus principios religiosos hubieran sido otros o incluso si no los hubiera habido, como ahora se pretende, mientras se permite a otros principios religiosos unificadores y anuladores de la libertad individual y colectiva.
Europa ha llegado a una lamentable situación actual, bajo la hegemonía de un ateísmo antirreligioso, más bien anticatólico, a la vez que liberal respecto a otras corrientes religiosas enemigas de uno de los mejores logros de la tradición ilustrada que es la de los Derechos Humanos.
Debemos meditar sobre el papel que ha jugado la religión en la deriva hacia la situación actual. No podemos olvidar el papel que ha desempeñado el Cristianismo en la construcción de la Europa Moderna que debe de recuperar sus tradiciones y exigir principios de igualdad, libertad y reciprocidad con otras confesiones ajenas a la tradición europea.
Hacerlo de espaldas a estos principios es traicionar a Europa y su origen cristiano.