Cuando se abordan conflictos de alcance internacional es cosa muy común invocar a la ONU. “¿Qué dirá la ONU?”. “Se espera una contundente reacción de la ONU”. También se la cita en pos de un argumento de autoridad. Si la ONU dice tal cosa o sostiene cual otra. Y su veredicto se esculpe a cincel y martillo en las tablas de la ley. “Lo ha dicho la ONU”, y de ahí no hay que moverse ni un milímetro. Y las soluciones a todos los problemas que en el mundo son se fían a tan honorable organismo. Como principio general, aquello que no hagas tú por ti mismo, no lo hará nadie.
A la ONU pertenecen casi todos los países del mundo, gocen más o menos del reconocimiento como iguales por parte de los demás. Y entre sus filas son multitud los regímenes dictatoriales. Estados que no pasarían ni en broma un filtro ancho (como el de nuestra selectividad universitaria) de la democracia formal o del Estado de Derecho. Allí sólo faltan el “Estado Islámico” y Puigdemont para completar la feria. Estados fallidos, algunos basurientos, izan sus banderas junto a naciones con un poso histórico y cultural apreciable, para baldón de estas últimas. Cabe decir que en el Consejo de Seguridad permanente, que es el tabernáculo del templo, figura China, ahí es nada, que es una potencia de primer orden, cierto, pero no destaca precisamente por su escrupuloso respeto a los derechos humanos, ni como garante de libertades civiles y políticas. Entre los diez miembros no permanentes han finalizado su mandato (año 2023) naciones ejemplares como Emiratos Árabes Unidos, Ghana y Gabón, y aún persiste la encomienda a Mozambique, abanderada, sabido es, de la democracia en todo el orbe de la Tierra.
La ONU ha protagonizado auténticas heroicidades. Sea el caso de la cobarde actuación de los mandos políticos y militares de la fuerza de interposición (“cascos azules”) en el conflicto interétnico de Ruanda, saldado con casi un millón de víctimas y en tiempo récord: apenas un mes. Una escabechina apocalíptica, por su cuantía y modus operandi (ejecución manual, mecánica). Víctima y verdugo sosteniéndose la mirada, y dándole sin descanso a esos machetes tan a propósito para desbrozar el tupido ramaje de la selva; instrumentos de la mutilación y de la muerte. Brazos por aquí, piernas por allá y vísceras acullá en desordenada balumba. Un rompecabezas anatómico a escala inimaginable.
El actual Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, de filiación socialista, tras la respuesta de Israel al brutal carnificio perpetrado por Hamás, con base de operaciones en Gaza, ha tomado partido por los terroristas de manera indisimulada. E incluso ha admitido la participación activa y entusiasta en la matanza de personal adscrito a la agencia dependiente de la ONU para la asistencia a refugiados palestinos, la autodenominada “UNRWA”.
También la ONU nos proporciona suculentas gollerías de muy distinto signo. La “ONU-Mujeres”, así se conoce abreviadamente a su ramificación destinada a promover la “igualdad de género y empoderamiento femenino”, ha otorgado a Pedro Sánchez el codiciado título de “Campeón Mundial del Feminismo”. Dicen las malas lenguas, pero no sé si creerlo, que los talibanes presentaron su candidatura al preciado galardón aduciendo que nadie en el mundo las protege más y mejor que ellos de los peligros que les acechan en la calle, y que por esa razón las encapsulan, las cubren de la cabeza a los pies para no despertar las verriondas pulsiones de los varones, siempre prontos al estupro. De ese modo, ni las miran, ni las piropean, que son esos micromachismos heteropatriarcales que si no se combaten de raíz acaban por lo común en violación manadista. Lo vemos a diario: quién no se ha sorprendido a sí mismo diciéndole una lindeza a una bella damisela para, sin solución de continuidad, tomar por la fuerza lo que no se le concede de grado. A mayor abundamiento, alegan los talibanes que jamás han promulgado leyes birriosas del tipo “Sólo sí es sí” usadas para reducir las penas o excarcelar a los “violetas” contumaces. Aunque nadie es perfecto, pues tienen éstos por fea costumbre azotar en la vía pública a esas mujeres descocadas que cometen la osadía de pintarse las uñas.
Se anunció días atrás que la despampanante Anne Hathaway, embajadora de honor de la ONU, libraría el premio en persona a Pedro Sánchez, “Míster Guapo”, con arreglo al apodo que le ha dedicado Pedro Almodóvar, azote de corruptos y evasores fiscales, salvo de aquellos que avecinan en Panamá sus monises distraídos al fisco. No en vano, España es uno de los países que más contribuyen al sostenimiento de esa entidad mediante generosos donativos (15 millones, leemos en un digital, desde que “Míster Guapo” es presidente). Sucede que a la bella actriz alguna noticia le ha llegado a través de la expansión universal del “fango” y a última hora ha decidido borrarse de la foto por aquello de no comprometer su imagen y carrera. Ya saben, en ocasiones las celebridades, mal aconsejadas, se retratan junto a un señor la mar de campechano que luego resulta ser un dictador que practica vorazmente el canibalismo o secuestra doncellas para saciar sus inmundos apetitos.
Pedro Sánchez puso broche de oro a la ceremonia manifestando un íntimo deseo en aras del equilibrio cósmico: “que el próximo Secretario General de la ONU sea Secretaria”. Hay quien se malicia que el puesto está hecho a la medida, cómo no, de Begoña Gómez. Idónea candidata, pues es tan espabilada la primera dama que, acreditando solamente el bachillerato, dirige cátedras y másteres de gran nombradía. Tiempo atrás acudí a la web de “ONU-Mujeres” para degustar un jugoso documento que nos explica a los indoctos en qué diantre consiste el fenómeno así llamado “brecha salarial de género”. Tras una somera lectura, la conclusión se impone al punto: el barullo argumental para enredar al incauto es tan mayúsculo que sólo les falta admitir que tal brecha no existe, cuando menos en aquellos países donde una aseada legislación laboral establece que a mismo desempeño y misma categoría laboral corresponde idéntica retribución… al margen de sexo, raza o cociente intelectual del asalariado. Pura filfa, la dichosa “brecha”, pero repetida, como el eco, hasta la saciedad.
Acaso habrá ocasión en días venideros de abordar las grandes aportaciones de otra entidad evanescente, cuasi fantasmagórica, “Europa”, no como hecho civilizatorio de primer rango y que anda a un tris de deslizarse por el sumidero de la Historia a causa del mundialismo progre, si no como estructura burocrática que ampara en sus instituciones y despachos anexos a una clase política y funcionarial de vida regalada, salvo muy honrosas excepciones. Los europeos hemos sido agraciados con el denominado Consejo de Europa, que se pasa la vida emitiendo informes de todo tipo. Uno de los ámbitos sujetos a su jurisdicción es la Carta Europea de las Lenguas Regionales o Minoritarias… que bien merece pasar a mejor vida. Pero cada día tiene su afán y por hoy me conformo con ponerme a cubierto de la ONU, “cuerpo a tierra”, que no es poco.
Javier Toledano | Escritor
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