La izquierda contra el campo y a favor de la agenda 2030: desprecia las tractoradas y sus reivindicaciones

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La revuelta agraria y del campesinado que recorre toda Europa ha tenido una acogida semejante entre la izquierda de cada uno de los países que van desde Holanda hasta España: la de tildar de «ultraderecha» a los trabajadores y organizaciones del sector primario.

Existen muchas razones de esta animadversión, pero hay una doble razón que es denominador común en todos los países: la revuelta agraria es una reacción popular que no organizan ellos y, en segundo lugar, es una protesta va contra el origen del problema – el globalismo de la agenda 2030- de la que la izquierda se ha convertido en un fiel servidor.

Estigmatizar la reacción popular que no controlan

Esta estrategia pretende estigmatizar unas protestas que no logran monopolizar los partidos de izquierda y extrema izquierda ni sus correas de transmisión -los sindicatos de la izquierda-, prefiriendo despreciar lo que no están pudiendo controlar.

La izquierda europea – y la española- no puede consentir que desde hace tiempo ha perdido el pulso de las calles, pareciéndose cada vez menos al sentido común popular y cada vez más al criterio de los grandes foros financieros y las élites globalistas. La izquierda está fuera de la realidad y vive en otro mundo. Y por ello, ha decidido oponerse frontalmente a las revueltas campesinas. Lo que no sabe, es que la izquierda acabará apisonada bajo las ruedas de los tractores. La demagogia y el populismo se le ha terminado.

El argumentario de siempre: «los fachas»

El argumentario izquierdista siempre se basa en el insulto y la descalificación, en este caso que las tractoradas son «de derecha» en sus muchas acepciones:  «terratenientes», «peperos», «élites de la modernización»,  ultraderecha, «fachas», «voxeros», fascistas, etc.

En el imaginario de la izquierda, la tractorada es cosa de la patronal y los empresarios, argumento que se cae por su propio peso ya que en ese caso estarían pidiendo cosas típicas de los intereses del gran capital: menos regulación estatal, más inmigración, menos aranceles, etc. Peticiones y demandas que no parecen compartir los representantes del sector primario, sino todo lo contrario.

Pero las tractoradas no se tratan de un «cierre patronal» al servicio de unos pocos ricos. «Cierre patronal» han sido otros eventos secundados por la izquierda, desde la «huelga feminista» a la «huelga nacionalista catalana», por no hablar de las acciones de ecologistas cortando el tráfico en horario laboral o vandalizando museos.

Estamos ante una revuelta diferente.

La estructura rural permite hoy una cierta «colaboración de clases» con intereses comunes: el proletariado jornalero junto a trabajadores autónomos con medios de producción y junto al pequeño empresario. Al fin y al cabo, la realidad del sector agrícola en nuestro país es de pequeñas explotaciones de agricultura familiar profesionalizada, sufriendo un modelo económico que ha obligado a muchos campesinos a convertirse en mini-empresarios de sí mismos.

Pero esta izquierda obsoleta y fracasada, está pecando ella misma de una mirada nostálgica de la lucha de clases del siglo pasado, sin actualizar su visión a la luz del capitalismo globalista «verde». Y es que se han convertido en los vasallos del globalismo al que dicen combatir.

Es una izquierda fracasada que ha abjurado de sus principios, que se revuelve contra sí mismo, que se ha vendido al globalismo por un plato de lentejas (o mariscadas). Es una izquierda que cuando ve una reacción popular que se levanta contra la injusticia en vez de apoyarla y unirse a ella, la intentan acallar con el insulto, la crítica y la descalificación. Lo mejor que podría hacer la izquierda es desaparecer. Ya an hecho demasiado daño en el pasado

Con información de  La Gaceta

1 comentario en «La izquierda contra el campo y a favor de la agenda 2030: desprecia las tractoradas y sus reivindicaciones»

  1. Como muy bien cierra el artículo, la izquierda tiene que desaparecer, o hacerla desaparecer la gente de bien. Hay que ser muy imbécil, muy sectario, muy miserable o varias o todas estas cosas a la vez para seguir creyendo y apoyando a esta chusma inmunda, criminal y degenerada a estas alturas, cuyo único argumento, como bien dice el artículo también, es el insulto y la descalificación permanente e irracional, y manteniendo un discurso, no ya falaz, hipócrita y mezquino, sino rancio, obsoleto, desfasado y retrógrado -sí, retrógrado-, de hace más de un siglo. Es absolutamente delirante.

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