La ineptitud del PP para la batalla cultural | Jaime Urcelay

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La destitución de Cayetana Álvarez de Toledo y el encendido cruce de declaraciones que la ha seguido, han hecho saltar la llamada batalla cultural a primer plano de la actualidad.

A algunos puede todavía desconcertar este concepto de batalla cultural. Sin embargo, viene de muy atrás, está ahí y es una clave fundamental para entender muchas de las cosas que están pasando en el mundo y en España desde hace bastantes décadas.

A la sinceridad -o la arrogancia, según se mire- de José Luis Rodríguez Zapatero debemos una de las explicaciones más claras de la cuestión, cuando en 2007 se expresaba así ante el escritor Suso del Toro:

Si hay algo que caracteriza a esta etapa de gobierno es que hay un proyecto. Precisamente porque hay un proyecto hay una resistencia tan inútil como activa de la derecha más dura, porque saben que hay un proyecto. Se han dado cuenta que hay un proyecto de alcance en valores culturales, y por tanto ideológicos, que puede definir la identidad social, histórica, de la España moderna por mucho tiempo.

Baste para el propósito de este artículo esta reveladora confesión del expresidente socialista, aunque mucho es lo que podría profundizarse sobre el contenido y la dinámica del proyecto, su consolidación en la etapa de Rajoy y su aceleración con la actual coalición de todo el arco de la izquierda -incluida la más extrema- y los secesionistas.

¿Puede el PP dar la batalla cultural?

Porque lo que aquí pretendo ahora es solamente tratar de dilucidar, al hilo de la polémica a la que me refería al principio de estar líneas, si el PP es o no apto para dar la batalla cultural, más allá de lo que ha hecho en los últimos tiempos, que no ha sido otra cosa que consolidar con su pasividad las posiciones alcanzadas por el radicalismo ideológico y la audacia de Zapatero.

Mi opinión es que la respuesta positiva que Casado esgrimió para su elección, que Álvarez de Toledo ha reclamado como prioritaria y que el nuevo portavoz nacional del PP, Martínez Almeida, pospone para un indefinido futuro, no es la correcta.

Las razones de esa ineptitud se concretan, a mi juicio, en la recurrencia en la dirección del PP de cinco creencias limitantes y la existencia de un imposible metafísico.

Lo explico brevemente, empezando por las creencias limitantes, es decir las ideas que los decisores del PP consideran ciertas, sin que lo sean, y que tienen una influencia condicionante a la hora de plantearse dar la batalla cultural. Son las que siguen.

Un partido que se parezca a la sociedad

Primera. Como acaba de verbalizar Casado, un partido no puede pretender que una sociedad se parezca a él por mucha razón que tenga. Lo que debe hacer es parecerse lo más posible a la sociedad. La afirmación creo que no necesita ningún comentario.

Segunda. La batalla cultural es necesaria, pero no es prioritaria en este momento. En palabras recientes del nuevo portavoz nacional, Martínez Almeida: que el PP quiera dar la guerra cultural (…) no es incompatible con entender en cada momento cuál es la situación en la que se encuentra España y las prioridades que debemos atender. ¿Cuándo la cultura será una prioridad?

La política reducida a gestión y los supuestos debates-trampa de la izquierda

Tercera. Muy relacionada con la anterior. Como dice Almeida que ha demostrado Feijoo: sepuede mejorar la vida de los ciudadanos a través de la gestión. Es evidente que es así, siempre y cuando gestión no se traduzca por solo gestión, que es lo que en la práctica hace el PP, respetando como intocable la cultura impuesta por la izquierda desde el BOE. No nos olvidemos de una muy antigua verdad evangélica: no solo de pan vive el hombre. Los resultados de una política que pretende centrarse en exclusiva en la eficiencia en la gestión son fácilmente constatables. Ahí está la lamentable etapa de Rajoy que desoyó las exigencias del bien común (al fin y al cabo, la gestión necesita estar inspirada en criterios superiores a la eficiencia, como son la justicia o la solidaridad), validó el modelo de sociedad impuesto por Zapatero, acabó por provocar el ascenso de Sánchez y sus socios y llevó al propio PP a la crisis.

Cuarta. Nuevamente en voz de Almeida: no debemos caer en las trampas que nos tiende la izquierda, en los debates que quieren abrir. Nada habría que objetar, en principio, a esta afirmación. Si no fuera, claro está, por lo que nos ha enseñado la experiencia: esos debates, en los que el PP no quiere entrar, acaban de manera implacable en importantes reformas legislativas que afectan profundamente a las mentalidades y a la forma de vida de los españoles, o sea a la cultura que articula la convivencia en una sociedad.

Quinta. La política basada en principios conduce al fundamentalismo y las trincheras. Es un mantra muy del gusto de Feijoo, comprado también por Rajoy con su rechazo de eso que llamaba los doctrinarios. Casado lo defiende estos últimos días con la fe del converso. Pero cuando faltan los principios, ya sabemos lo que queda: el poder convertido en fin en sí mismo y la política como gestión y tactismo cortoplacista.

En definitiva, no es ligero el lastre de creencias limitantes que arrastra el PP, haciéndole inepto para la batalla cultural.

El imposible metafísico del PP

Pero, con todo, hay aun algo mucho más grave y es eso que llamaba el imposible metafísico: algo no puede ser y no ser al mismo tiempo. El PP no puede dar la batalla cultural sencillamente porque no cuenta con una cultura propia que pueda ofrecer como verdadera alternativa a la que la izquierda está convirtiendo en hegemónica e intransigentemente dogmática. Ni siquiera parece desearla realmente.

Acaba de referirse a ello Juan Manuel de Prada en un magnífico artículo en ABC titulado precisamente La batalla cultural. Y es que, a nada que se analicen las cosas un poco a fondo, ni Casado con su tibieza y su debilidad, ni la muy digna e inteligente Álvarez de Toledo con su liberalismo jacobino, están realmente en condiciones de ofrecer algo a los españoles que, en expresión de Prada, nos permita alcanzar la verdad sobre las cosas.

Jaime Urcelay | Ex presidente de Profesionales por la Ética

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