Invierno, suicidio, quiebra demográfica| Mariano Martínez-Aedo

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Desde hace tiempo, se oyen estas palabras para definir la situación que afecta a nuestra cultura, y de una forma especial a España.  Nacen muy pocos niños, año tras año vemos como se reduce el número de nacimientos, mientras que la población total sigue aumentando (debido a la inmigración, claro).  Y, si analizamos un poco los nacimientos, el problema todavía es más acuciante, pues un porcentaje importante se produce en inmigrantes o en españoles nacionalizados recientemente, así que el número real de nacimientos de nativos todavía muestra números más diminutos.

Estas tres denominaciones definen o expresan matices diferentes del problema:

– El invierno demográfico expresa simplemente el hecho de que hay muy pocos nacimientos.

– El suicidio demográfico muestra que el fenómeno supone un proceso de extinción nacional consentido y, de alguna forma, promovido por la sociedad y las autoridades.

– La quiebra demográfica expresa las tremendas consecuencias de insostenibilidad y caos al que este proceso nos lleva.

En cualquier caso, estas y otras expresiones definen un proceso de colapso social, ante el que, en España especialmente, parece que se asiste como si fueran los resultados de las carreras de galgos de Kuala  Lumpur (es decir, como si no nos afectara ni nos importara lo más mínimo) o como a la previsión de lluvia (algo ante lo que no se puede hacer nada).

El hecho es que en el primer semestre de 2024 ha habido sólo 156.202 nacimientos en España.  A ese ritmo se necesitarían más de 156 años para que naciera la población actual de España (48,8 millones).  Este fenómeno, sumado al envejecimiento de la población por el aumento de la esperanza de vida muestra una sociedad inviable a todos los niveles, y que muchos (empezando por nuestros gobernantes) prefieren no ver, pensando que ya habrá otros que se ocupen del problema cuando finalmente estalle del todo.

Sin embargo, no voy a seguir por este análisis “macro”, sino que vamos a hablar del nivel personal y familiar.   Cuántos y cuántos jóvenes engañados sobre la vida y la realidad de las cosas, cegados por falsos valores, y a los que consecuentemente se les está negando una vida plena y feliz en el matrimonio y la familia.  Porque los hijos no son un capricho de los padres, sino que realmente son, deben ser, la consecuencia de un proyecto vital ilusionante, donde el matrimonio como institución de entrega íntima y vocación de permanencia es el lugar ideal para ellos.  En España se acaba de llegar a que hay más hijos extramatrimoniales que matrimoniales.  Todavía en España, muchos optan entonces por pasar desde esa pareja de hecho al matrimonio, pero, como puede verse por la experiencia de otros países, este paso suele provocar matrimonios más frágiles.  Además, por la propia inercia de los valores y experiencias vividos, este aprecio por el matrimonio va disminuyendo hasta considerarlo “equivalente” a la pareja de hecho.

Y no estamos entrando aquí a la esfera moral (también muy importante para el hombre) sino al simple hecho racional de que el matrimonio, como sociedad con un proyecto de permanencia y vida en común es un lugar mucho más idóneo para el nacimiento de los hijos que una pareja de hecho, que, por su propia naturaleza, es una relación temporal, no estable, sin compromisos.

Por otra parte, a nivel antropológico, el ser humano (hombre y mujer) está hecho para la vida en común, siendo complementarios, algo que cualquiera puede entender, sin tener que acudir a un manual de biología o psicología.   Pues bien, esa tendencia natural que en toda la historia humana ha desembocado en el matrimonio y la familia, hoy es distorsionada, negada y atacada por una cultura disolvente que nos envuelve y permea, logrando que cada vez más personas sean incapaces de seguirla.

En definitiva, hoy se impone una cultura donde:

– se niega que hay hombres y mujeres (y no que cada persona “es” lo que ella misma elija entre las miles de orientaciones autosentidas).

– que son complementarios (no enemigos o seres intercambiables).

– se niega que sea posible el matrimonio donde los dos se amen y busquen el bien de la familia (en lugar de ser “imposible” convivir porque cada uno debe buscar su autorrealización).

Se está empujando a las personas a que se frustren, aunque sin saberlo, porque se les ha impuesto unos valores falsos que chocan con sus ansias internas más fuertes.  El drama no sólo es el colapso social que vamos a sufrir, sino la inmensa frustración personal que tantas y tantas personas padecen.

Para colaborar en esta imposición cultural, las condiciones sociolaborales, de vivienda, de fiscalidad, de política social empujan en esa dirección.

El número de solteros que viven solos aumenta cada vez más.  Y el de divorciados solitarios también representa ya una cantidad muy importante.  Por primera vez en la humanidad, la familia va dejando de ser el modelo común, y al que aspira la inmensa mayoría que todavía no lo ha conseguido.

En conclusión, la falta de natalidad no sólo es un drama social sino humano.  Y contra el mismo debemos ser conscientes y luchar, empezando por nuestra familia y nuestro entorno.

Mariano Martínez-Aedo es Presidente del Instituto de Política Familiar (IPF)

 

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