Grave peligro para la familia | Mariano Martínez-Aedo

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La familia en España sufre graves problemas en España desde hace varias décadas y, como consecuencia, no puede cumplir sus funciones adecuadamente y la sociedad española se va resintiendo y deteriorando cada vez más.

Estos problemas (baja nupcialidad, alta fragilidad, abandono público, legislación lesiva, etc.) pueden empeorar y aparecer otros mayores si se implantara una legislación no sólo negativa para la familia sino directamente enfocada a destruirla para “reconstruirla” según una visión radical y totalitaria a imponer, riesgo muy real hoy en día.

La parte morada del gobierno está elaborando una ley de “diversidad familiar”, contando con el apoyo de la OCDE, donde ya no se desprotegerá a la familia, sino que se pretenderá destruirla mediante la imposición y promoción de “otros” modelos familiares.

Estos ideólogos revolucionarios enfilan, por fin, su gran objetivo de destruir la familia sustituyéndola, al menos legalmente, por un batiburrillo de opciones a las que llamarán familia e impondrán como tal públicamente, tolerando de momento entre ellas a la familia natural, aunque fomentando cualquier otra alternativa.

Frente a esto hay una serie de hechos incontestables que no podemos dejar de reafirmar:  en primer lugar, que la familia es una realidad natural y anterior al mismo estado.  Este debería limitarse a reconocer su aportación social y apoyarla para que cumpla sus funciones, no entrometerse a definir y promover sus gustos sobre cómo deberían ser las familias.

Dejar a las personas que vivan libremente sus vidas y no entrometerse salvo en los aspectos necesarios para promover el bien común y los derechos humanos, tales como la estabilidad social, la natalidad, etc.

Igualmente deberían reconocerse los vínculos reales entre cónyuges y entre estos y sus hijos, y sus efectos legales, sin mezclarlos con otras relaciones distintas e incomparables.

Evidentemente en nuestra sociedad existen situaciones reales a tener en cuenta y no se trata de discriminar injustamente a alguien sino de todo lo contrario, de promover aquellas situaciones o relaciones más beneficiosas para la sociedad.  Ya decía Aristóteles que justicia consiste en tratar igual a los iguales y desigual a los desiguales.

Al igual que una empresa que contrata más personal discapacitado recibe mayor protección, aquella forma de convivencia más útil socialmente debería recibir mayor amparo y promoción por parte de los poderes públicos.

Si el matrimonio es la forma más estable de relación, con menor ruptura, mayor estabilidad y menores problemas de violencia interna, es razonable que los poderes públicos reconocieran esta mayor bondad y que trabajasen para promocionarlo (Ya el Consejo de Europa lo lleva preconizando hace más de 40 años).   Pues en España parece que seguimos en las antípodas de este razonamiento y que nuestras autoridades pretenden promover “otras formas de familia”, llegando hasta el absurdo de intentar promover las familias monoparentales como alternativa, cuando realmente más del 85% corresponden a situaciones involuntarias (viudos, solteros y separados).  Del 14,8% restante no tenemos el dato de cuantos corresponden a parejas de hecho rotas y cuantas a personas que han apostado personalmente por tener hijos en solitario, en cualquier caso, un número muy pequeño.

Mientras tanto, en España cada vez se casa menos gente, lo hace más tarde y se rompen más matrimonios, de forma que nuestra natalidad está por los suelos y los hogares son más reducidos (ya una cuarta parte son solitarios), y los problemas sociales avanzan.

La sensibilidad ecológica actual parece ignorar cómo los hogares numerosos son los que mejor reciclan y educan en la austeridad y en el no despilfarro.  Además, a un nivel más existencial, el entorno ecológico ideal para el hombre es una familia estable, con un padre y una madre.

Por tanto, es necesario de anunciar la necesidad de abandonar esos delirios antihumanos de transformar/diluir/derruir la familia porque hacerlo es destruir al hombre.  En lugar de ello, todos esos recursos derrochados en extravagancias estarían mucho mejor empleados en apoyar a la familia a cumplir sus funciones.  Cuantas más familias haya en España y más estables sean, más sana será nuestra sociedad y disminuirán muchos de los problemas sociales que nos abruman, y que, si no cambiamos de rumbo, amenazan con destruir nuestra sociedad.

Mariano Martínez-Aedo | Vicepresidente IPF

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