Hace un año, en las calles de Ferraz, se encendió una chispa que sigue iluminando el panorama político de España. Lo que comenzó como un gesto de indignación por las cesiones de Sánchez al separatismo, incluida la la ley de Amnistía, ha evolucionado hasta convertirse en un movimiento de resistencia patriótica que ha sacudido los cimientos del letargo de la sociedad civil. Estas protestas no solo marcaron un antes y un después en la sociedad no domesticada, sino que demostraron que aún existe un vínculo profundo entre el pueblo español y su identidad.
Un grito que rompió el silencio. Noviembre de 2023 fue un mes decisivo. En un clima de crispación, las primeras protestas frente a la sede del PSOE parecían pequeñas llamaradas en la inmensidad de la desilusión colectiva. Pero el lanzamiento de pelotas de gomas, de gases lacrimógenos por parte de la policía, las detenciones indiscriminadas y la brutalidad de las fuerzas de seguridad cambiaron el guion. Por primera vez en décadas, la sociedad civil española dejó de ver a las fuerzas del orden como aliadas incondicionales. Se habían convertido en el brazo ejecutor de la represión de Marlaska, y por ende, de Sánchez.
Las imágenes de manifestantes pacíficos – ancianos, mujeres, chavales e incluso niños- siendo reprimidos se transformaron en un símbolo político ante el empeño del Gobierno por reprimir cualquier disidencia. La represión no acalló las voces, sino que las amplificó.
Ferraz como semilla del cambio. Ferraz no solo representa un punto geográfico, sino un punto de inflexión histórico. Desde los años 80, la sociedad civil española había vivido en un estado de resignación, incapaz de articular una oposición verdaderamente popular. Las protestas de Ferraz despertaron algo que llevaba demasiado tiempo dormido: el orgullo de ser español, la convicción de que las cesiones al separatismo y el elitismo izquierdista, así como la cobardía de la derecha, no podían seguir marcando el rumbo del país.
Este movimiento también evidenció la hipocresía de aquellos que abogan por la abolición de las balas de goma cuando las enfrentan, pero las aplauden cuando las reciben sus oponentes ideológicos. La brutalidad policial en Ferraz contrastó con el trato exquisito hacia las manifestaciones independentistas en Valencia, donde la policía actuó con guante blanco.
Un año de resistencia, un futuro por construir. Lo más significativo de este movimiento no ha sido la cantidad de manifestantes, sino su perseverancia y la capacidad para cambiar la mentalidad de la sociedad española. Por primera vez en décadas, la sociedad civil insumisa y disidente ha demostrado que puede actuar unida, movilizarse y desafiar al sistema sin temor a las represalias.
Las protestas en Ferraz no solo revitalizaron el espíritu patriótico, sino que también plantaron la semilla de la solidaridad nacional. La ayuda masiva enviada desde toda España a Valencia, superando los esfuerzos del Estado, demostró que la unión de las fuerzas populares puede ser más efectiva que cualquier aparato gubernamental.
No solo mantener la llama viva, extenderla. El reto ahora es mantener viva esa energía social disidente. La sociedad del arraigo y la protesta popular no puede permitirse volver a caer en el conformismo. Es crucial que este movimiento evolucione, se fortalezca y siga siendo una fuerza de oposición real frente a un sistema que se empeña en dividir y desmoralizar a los ciudadanos.
Ferraz nos enseñó que la resistencia no siempre necesita masas inmensas, sino convicciones firmes.
Ferraz nos enseñó que la resistencia no siempre necesita masas inmensas, sino convicciones firmes. Un año después, la chispa que se encendió en esas calles sigue siendo un faro para todos aquellos que creen en una España unida, libre y fiel a sus raíces. Ahora es el momento de convertir esa chispa en una llama que ilumine el camino hacia el cambio.
Porque lo que comenzó como un grito de protesta, hoy es un canto de esperanza. Ferraz no es solo un lugar, es el símbolo de un pueblo que, una vez despierto, no volverá a dormirse.
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