Aquí lo único probado y bien probado hasta ahora es la inmensa degradación y la putrefacción interna que es -y que vive- el PSOE. Y que la agonía de la partidocracia, la decrepitud de la sociedad y el declive de la patria son consecuencia de esta mafia socialcomunista que tiene secuestradas a todas las instituciones del Estado. Lo demás es blablablá, tinta de calamar, proyección en el prójimo de los errores propios y acumulación de noticias y expectativas que sólo crean confusión y desánimo por su inane o estéril desenlace.
Aquí, insistimos, lo único cierto es que, en vez de rectificar el error y el horror, el PSOE -el socialcomunismo- opta por reiterarlo. Y así seguirá hasta que la justicia no justicie y demuestre de hecho su existencia y la razón de su existir. Y hasta que los profesionales de la cosa, políticos patriotas, si los hay, no comprendan que la correcta valoración de la oportunidad es clave en política. Porque en política, un error de tiempo y de actitud es gravísimo a todos los efectos.
La evidencia dice que para Ferraz no existe la legalidad ni la contrición, y que por ello van a seguir enriqueciéndose a costa de los impuestos a los pecheros y de los tesoros de la nación, cometiendo atropellos y debilitando y vendiendo a la patria a sus enemigos. Para Ferraz, aunque su propaganda mediática insista en lo contrario, ni la ética ni las ideas importan, lo que importa es el poder para, desde él, abusar, degradar y delinquir.
La falta de una autocrítica contundente constituye un aspecto decisivo de la crisis que postra a la patria, ya que el PSOE -aunque no sólo él- se niega categóricamente a asumir su responsabilidad crucial, dirigiendo hacia sus adversarios la culpa absoluta del problema. El socialcomunismo nunca ha pretendido efectuar una depuración a fondo de sus propias responsabilidades. Ni su índole ni sus objetivos se lo permiten. Mal puede así colaborar en la solución de una crisis por él establecida, de una corrupción general de la que es el máximo culpable. Y, anegado de delitos y sin disposición a asumir las responsabilidades propias, el PSOE no se halla en condiciones de gobernar. Ni de existir.
El PSOE se niega y se ha negado históricamente a admitir sus atrocidades, siempre tratando, en las malas épocas, de ganar tiempo a la espera de que, o bien se diluyan las críticas adversas como fruto de la presión política, mediática y judicial contra sus censores, o bien aparezcan circunstancias significativas que le permitan compensar el desgaste sufrido, desplazándolo hacia sus oponentes. Para ello se muestran dispuestos a resistir, más asidos si cabe a la poltrona y más agresivos aún en el objeto fundacional de destruir a España.
Por eso, mientras las fanfarrias persisten en sus ruidos, destapando un escándalo tras otro, los depredadores y sus socios permanecen entronizados en la impunidad de sus cargos, cometiendo atrocidades. Y al final todo delito y todo malhechor pasa a un segundo plano, porque las traiciones, las sevicias, los errores y los delitos no sólo no se pagan, sino que la plebe las asume como naturales y hasta parecen imprescindibles para la estabilidad nacional, con una prostituida Constitución y una extraviada Monarquía como bastiones fundamentales de la farsa.
En el hipotético supuesto de que las aberraciones y abominaciones socialcomunistas -y las de sus socios y afines- fueran cabalmente justiciadas, quedaría por encima de ellas un hecho indiscutible: la democracia llegada tras el franquismo, ha constituido no sólo un paripé, sino sobre todo una confabulación de forajidos -interiores y exteriores- para devastar el inusual y admirable crecimiento de España en todos los órdenes durante aquel episodio histórico tan injusta y vilmente denostado y, más allá, para enriquecerse los protagonistas del temerario salteamiento con los despojos de sus sustanciosos frutos.
Si esto no cambia, me parece muy probable que los escasos españoles de bien obtengan la palma del martirio sin necesidad de acudir a tierra de infieles. Pues ahora a los más felones, perjuros y alevosos los tenemos en España o intrigando y acechando fuera de ella. Las furias del infierno se han desatado sobre esta milenaria y noble nación. Todos los días hay una catástrofe, y a todas las horas nos encontramos con escándalos y engaños. En la calle, estulticias; en los medios, insidias; en el Gobierno, crímenes. Y en todas las partes traiciones y codicias.
Que la providencia ampare a la patria, ya que nadie con suficiente potestad parece saber -o querer- romper el muro de abyección tras el que sus enemigos la han secuestrado. Pero nihil novum sub sole. Nada nuevo bajo el sol si nos atenemos a lo que nuestro universal filósofo aragonés Baltasar Gracián dejó escrito, hace ya cuatro siglos, en El Criticón: «España: odiada porque envidiada».
Jesús Aguilar Marina | escritor