España no ha hecho los deberes en la vuelta al cole

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School children in classroom at lesson

Dentro de quince días, algo más de ocho millones de niños españoles deben comenzar sus clases.

Y esto no es una noticia. El coronavirus nos ha sorprendido en muchos aspectos. De hecho, la gravedad y expansión de la pandemia fue algo tan inesperado que es hasta lógico que se cometieran errores fruto de la improvisación. Todos los países lo hicieron mal (unos más que otros, eso es cierto).

Pero si, alrededor de este caos, había alguna certeza, algún aspecto del que no se pudiera dudar… era septiembre. Sabíamos que llegaría y deberíamos haber sabido que nos obligará a tomar decisiones: sobre cómo ir a la oficina, organizar el tráfico o retomar la actividad de ocio en lugares cerrados (porque el verano y las terrazas no durarán para siempre). Y, por supuesto, sobre la vuelta al cole.

Porque si hay un elemento de nuestras vidas que se ha visto interrumpido por el Covid-19, éste ha sido el de la educación. En marzo mandamos a los niños españoles a casa. En principio era por quince días. Y todavía no han vuelto.

Sin embargo, a pesar del tiempo transcurrido y de la importancia de esta cuestión, también aquí parece que vamos retrasados. A dos semanas de la reanudación del curso, las dudas se acumulan. Ni el Gobierno central ni las comunidades autónomas parecen tener un plan. Sí, hay algunos protocolos (unos mejores y otros peores). Pero poca claridad.

Las siguientes son cinco preguntas fundamentales. Y no sólo para los políticos. Padres, profesores, alumnos y, en general, toda la sociedad debería tener más presente que nos jugamos mucho en este tema. Por ahora, esos interrogantes siguen sin tener una solución.

La epidemia

1. ¿Estamos preparados para reabrir las escuelas?

Respuesta rápida: probablemente, no.

Según los datos recogidos en la web del Ministerio de Sanidad (tomamos como referencia la Actualización 190, del pasado viernes 21 de agosto) la incidencia acumulada en España en los últimos catorce días es de 149,75 casos diagnosticados cada 100.000 habitantes. Es cierto que no son casos como los de marzo-abril: el porcentaje que precisa de hospitalización es más bajo, detectamos más casos leves, la tasa de supervivencia (también entre los que requieren hospitalización y UCI) es mucho más elevada, etc.

No es éste el lugar de hacer un análisis minucioso de los casos y de su evolución. Pero sí de destacar dos evidencias: en primer lugar, esos 150 casos por 100.000 habitantes de incidencia acumulada son más del doble que el siguiente país europeo (Rumania, con 73; siempre con cifras del Ministerio). Y hablamos de la media en España: en Aragón estamos en una IA de 489, en Madrid de 313 y en el País Vasco de 275. Por comparar, en Italia es de 10,5 y en Alemania de 17,7.

Esto es importante porque estamos discutiendo la vuelta al colegio y comparando las medidas tomadas en España y en estos países, como si nada. Pero es un error. Porque el punto de partida es completamente diferente: epidemia controlada en unos y al límite, en el otro. Cualquier plan de reapertura de las aulas que no tenga esto en cuenta, fracasará.

Hace un par de semanas, The Lancet publicaba el siguiente informe: Determining the optimal strategy for reopening schools, the impact of test and trace interventions, and the risk of occurrence of a second COVID-19 epidemic wave in the UK (Cómo definir una estrategia óptima para reabrir los colegios, el impacto de los test y el rastreo, y el riesgo de una segunda ola del Covid-19 en el Reino Unido).

Para empezar, está claro que todas las medidas que se tomen para reabrir las aulas deben tener en cuenta tanto la situación de la epidemia como la capacidad de rastreo y detección. Porque no debemos olvidar que ésa fue la causa del cierre de los colegios: no lo hicimos tanto para proteger a los niños, como por el miedo a que el contacto entre estudiantes disparase la epidemia entre la población, especialmente entre los adultos que viven con esos estudiantes.

En The Lancet plantean dos escenarios principales: horario convencional para el 100% de los estudiantes y rotación del 50% (cada semana, acuden a clase la mitad de los alumnos de cada curso). ¿Cuáles serían las consecuencias en cada caso? Pues depende de la capacidad de rastreo y detección de cada sistema sanitario:

Si asumimos que un 68% de los contactos de cada contagiado pueden ser controlados, necesitaríamos realizar el test y aislar al menos al 75% de los contagiados sintomáticos.

Si sólo podemos detectar a un 40% de los contactos de cada infectado, entonces necesitaríamos realizar el test y aislar al menos al 87% de los contagiados sintomáticos.

Sin estos niveles de test, detección y control de los infectados y de sus contactos, la reapertura de los colegios y el relajamiento de las medidas de confinamiento provocarán una segunda ola que tendrá su pico en diciembre de 2020 en el primer escenario (horario normal para el 100%) y en febrero de 2021 en el segundo (rotación del 50% de los alumnos).

Sobre las cifras concretas o la intensidad de la segunda ola se puede discutir mucho. Pero las conclusiones principales de estudio parecen irrebatibles: hay que tener controlada la pandemia y ser capaz de anticiparse a los rebrotes futuros (con test y rastreo) para que esos focos de contagio que pueden ser los colegios no nos lleven de nuevo a un colapso sanitario. Y es cierto que es muy complicado que volvamos a la situación de marzo-abril: porque actuamos antes con los contagiados, los detectamos mejor, conocemos cuáles son los tratamientos son más efectivos, nos protegemos más… Pero incluso una versión light de aquellas semanas sería muy dolorosa.

El problema es que España no parece estar en situación de responder de afirmativamente a ninguna de las grandes preguntas: ¿está controlada la pandemia? ¿en todas las regiones? ¿tenemos capacidad de hacer test al 75-80% de los contagiados? ¿detectamos, llamamos y controlamos al 60-70% de sus contactos? ¿conseguimos que los positivos, los dudosos y sus contactos se aíslen y hagan cuarentena?

Y un apunte importante: abrir las escuelas es fundamental, pero nada nos obliga a hacerlo el mismo día en todas las regiones de España. Si vamos con retraso y si lo hemos hecho mal hasta ahora (y, reconozcámoslo, vamos con retraso y lo hemos hecho mal), precipitarse no ayudará. Abrir el 8 de septiembre para tener que cerrar el día 25 porque la situación se ha descontrolado no ayudará en nada. Mejor retrasar una o dos semanas la apertura, pero hacerlo con más garantías de que, una vez comenzado, el curso podrá desarrollarse con normalidad. Aquí hay un problema político y de imagen pública: ningún Gobierno regional quiere quedar retratado como el que tuvo que retrasar las clases. Aunque será peor tener que suspenderlas dentro de un mes.

Nunca tendremos una seguridad del 100%. Pero ahora lo que tenemos (si no en todas las regiones, sí en muchas de ellas) es la certeza casi absoluta de que no estamos preparados.

La escuela

2. ¿Cómo vamos a recuperar el curso 2019-2020?

Seis meses seguidos fuera de las aulas son un hándicap que muchos de los actuales alumnos arrastrarán durante el resto de su vida académica (y profesional). Por lo que no aprendieron en ese tiempo. Y, casi más importante, por lo que olvidaron.

Es cierto que muchos colegios y profesores hicieron un enorme esfuerzo por continuar con el programa. Pero seamos sinceros, no es tan fácil ni todos los niños tienen los medios para lograrlo. Algunos expertos hablan de medio curso de retraso, otros del equivalente a un trimestre…

En varios países europeos ya están trabajando para intentar minimizar ese impacto. En Portugal, por ejemplo, han planteado un curso más largo, con menos vacaciones y más días lectivos. Suena bien, pero en la práctica tiene sus implicaciones: para colegios, profesores y padres. ¿Sería posible una medida así en España?

3. ¿No hay nada en el Presupuesto que pueda eliminarse para generar más recursos para los colegios?

Los expertos hablan mucho de flexibilidad, para que cada región, municipio o centro adapte el protocolo general a sus circunstancias: clases más pequeñas; más grupos burbuja; dedicar espacios alternativos para las clases (desde bibliotecas públicas a museos, salas de conferencias o edificios públicos sin uso); recuperar a profesores ya jubilados o a jóvenes licenciados; separar por completo a los alumnos de primaria, secundaria y bachillerato; hacer turnos de mañana y tarde; incluso mantener algunas actividades al aire libre mientras el tiempo lo permita…

No estamos diciendo que estas propuestas sean óptimas. Ni siquiera que sea buenas. Pero en determinadas circunstancias pueden ser una alternativa preferible a las demás: desgraciadamente, estamos escogiendo entre el menor de los males.

En este sentido, es cierto que hay una parte de la solución que depende más de la iniciativa política y de la imaginación de directores-profesores que del presupuesto. Porque algunas de las medidas que se están poniendo en práctica con éxito en otros países deberían ser relativamente baratas. Aunque «barata» no significa «sencilla».

Pero no hay que engañarse, la mayoría son costosas. Y mucho. El Gobierno ha aprobado un paquete de 2.000 millones que parece insuficiente. Las comunidades autónomas también están anunciando medidas. Pero apenas hay ninguna noticia que hable de la cancelación de una gran partida presupuestaria (una obra pública, una convocatoria de subvenciones, un plan de ayuda a un sector específico o una prestación para un colectivo).  los Presupuestos son, cada vez más, una cadena que ata y no una alterativa para hacer política. Y ni siquiera en la pandemia más grave del último siglo estamos siendo capaces de encontrar en las cuentas públicas la flexibilidad necesaria para atender a lo verdaderamente importante.

4. ¿Cuánto podemos pedirles (y cuánto darán) a los profesores?

Aquí estamos ante otra de esas cuestiones de las que todos deberíamos ser conscientes, pero nadie plantea abiertamente: al final, sea cuál sea la estrategia acordada, buena parte del éxito dependerá de profesores y colegios. Y lo que les estamos pidiendo no es sólo que hagan bien su trabajo: les estamos pidiendo que hagan un esfuerzo suplementario, en horas, en cambio de rutinas, en dedicación, etc… ¿Les compensaremos por ello? ¿Estarán dispuestos a hacerlo? Y si la mayoría da un paso adelante y unos pocos no lo hacen, ¿cómo premiar a aquellos y no a estos?

Pondremos un ejemplo de un cambio que no tendría un coste presupuestario, pero sí organizativo. En algunos países, se están planteando no ofrecer las asignaturas no troncales o que implican compartir espacios entre grupos (música, informática, gimnasia…). Parece una medida interesante porque puedes ampliar las horas dedicadas al resto (y recuperar el tiempo perdido en estos meses). Además, esos profesores libres podrían servir de apoyo para sus compañeros si desdoblamos los grupos. Pero la teoría es más fácil que la práctica: para empezar, esos profesores sentirán que vuelven a pagar ellos y que sus asignaturas tendrán la consideración de ser una maría de por vida. Cómo convencer dentro de un año al alumno de que es importante una materia que se ha suspendido por la pandemia. No sólo eso, para el profesor recolocado, el esfuerzo de preparación sería muy importante. Y, por supuesto, habría que hacer un encaje entre compañeros, determinar quién establece las directrices…

En resumen, muchos detalles que no son tan sencillos en el día a día. Y podríamos ampliarlo a la organización de las clases online, los grupos de refuerzo para los alumnos con dificultades, la coordinación con los padres que estén colaborando desde casa, etc…

No podemos olvidar que hablamos de niños a los que les vamos a pedir que respeten unas normas que van contra su naturaleza: distancia, no mezclarse, mascarillas, lavarse las manos cada dos horas… Seguir el temario será el menor de los problemas en muchos centros.

Y una cuestión que no es menor: en buena parte de España, el profesorado es una profesión especialmente envejecida. Hay muchos maestros que superan los 50-55-60 años. Es decir, hablamos de población de riesgo (o que se acerca a esa frontera). La vuelta al cole es un reto organizativo, pero también es una amenaza para ellos. Es lógico que muchos tengan reticencias si no ven pautas, protocolos e instrucciones claras.

5. ¿Sobrevivirán todos los colegios?

Por parte de los colegios, este curso va a tener un enorme coste económico. En esto los más afectados serán los concertados y los privados. Para muchos centros, las actividades extraescolares, el comedor o las rutas son una vía de financiación imprescindible. Si no hay (y parece que no va a haber) será complicado cuadrar las cuentas.

Porque, además, hablamos de un sector sobredimensionado en parte: porque el número de niños ha caído en los últimos 20-30 años, pero el número de centros no lo ha hecho en la misma proporción. Los costes ya se habían disparado, con aulas más pequeñas y costes fijos a repartir entre menos alumnos, pero no los ingresos.

Ahora, a esa situación de cierta tensión en la cuenta de resultados, añaden el Covid, que les recorta esos ingresos de los que hablábamos antes y les obliga a más gastos (en instalaciones profesores, limpieza…) Los públicos quizás no tengan la amenaza del cierre, pero también pasarán por restricciones presupuestarias: no serán fácil cuadrar todas las exigencias del nuevo curso.

¿Vamos a ver el cierre de centros por asfixia financiera? ¿Hay algún plan para evitarlo?

¿Y el resto?

Hasta aquí lo que tiene que ver con las escuelas y los centros. A partir de este punto, entra en juego todo lo demás.

Los padres, que tendrán que hacer malabares para cuadrar sus horarios y los de sus hijos. Porque lo de los grupos burbuja, diferentes horarios de entrada, cuarentenas, ausencia de clases extraescolares, etc. suena muy lógico para luchar contra la epidemia, pero implicará un enorme cambio de hábitos y organización para la mayoría de las familias.

Por supuesto, el trabajo de cada padre también se verá afectado. Algunos tendrán jefes más comprensivos y otros, menos. Algunos podrán teletrabajar y otros, no. Algunas familias tendrán infraestructura en casa y otras carecerán hasta de lo más básico.

Los políticos, por su parte, están fracasando en lo más básico: formar e informar. Por ejemplo, explicar mucho mejor la diferencia de riesgos entre espacios abiertos y cerrados. O cómo serán los protocolos de cuarentena, cuándo mandar a una clase a casa y durante cuánto tiempo. O si los niños contagian (primero se dijo que no, ahora se asegura que sí) y las diferencias que hay por edades.

Por último, el papel de cada uno y ese lema de «lo paramos entre todos», que queda muy bonito en las pegatinas, pero que nos cuesta aplicarlo en el día a día. Porque sus implicaciones son duras: quedarse en casa no cuando estás diagnosticado, sino ante una duda; no mandar al niño al colegio, a la mínima; hacer el esfuerzo de avisar a tus contactos, aunque te dé vergüenza o sepas que les va a complicar la vida; hacer cuarentana si eres uno de esos contactos… Les vamos a pedir a nuestros hijos, con 6-8-10 años que se sometan a medidas de higiene y distanciamiento social que no siempre nos aplicamos a nosotros mismos.

(Domingo Soriano. OK Diario)

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