El sexo, elemento de diversión. Sus consecuencias | Javier Espinosa Martínez

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El fin de semana del 14 de mayo se celebraban las Fiestas de Moros y Cristianos en mi pueblo, en Petrel, y como tantos otros años, acudí a disfrutar de ellas. En esta ocasión me encontré con el cartel anunciador de la campaña “FIESTA SANA=DIVERSIÓN”, promovida por la concejalía de Educación. Una campaña que trata de prevenir el consumo de alcohol y drogas y, según el cartel, promover el sexo como un elemento más de diversión, como un producto de consumo, como un producto de usar y tirar.

Como católico sentí un cierto dolor viendo cómo se banaliza el sexo y recordé a San Juan Pablo II y su catequesis sobre la teología del cuerpo. Como en ella se pone de manifiesto la importancia del sexo para el desarrollo integral de la persona humana, para las relaciones de pareja en el matrimonio y como, abierto a la vida y al amor conyugal, contribuye de manera decisiva en el crecimiento de esa relación haciendo posible una convivencia armónica y duradera.

Sentí un cierto dolor porque recordé que, con frecuencia, en algunos círculos católicos, se asume con total normalidad esta banalización del sexo y se piensa que la Iglesia debiera “desmitificarlo” y revisar su posición. Con esta apertura, dicen, seguro que no se alejaría tanta gente y a los católicos nos iría mejor.

No quiero hacer aquí una defensa de la doctrina de la Iglesia al respecto; pretendo hacer unas reflexiones partiendo del hecho de que también para muchas personas que, no siendo católicas, profesando otras creencias, declarándose ateos o, incluso, personas partidarias de ideologías llamadas progresistas, consideran que el sexo no puede ser tratado con tanta frivolidad como se está haciendo ya desde edades tan tempranas. Mis reflexiones no son de especialista en la materia, pretenden ser las reflexiones de una persona que, preocupada por estas cuestiones trata de hacerlas llegar a todas aquellas personas de buena voluntad que trabajan por mejorar nuestra sociedad

En primer lugar, quisiera hablar de la persona humana. No podemos reducirla a su dimensión puramente corporal, obviando su dimensión espiritual, que no debemos confundir con su religiosidad. En esa parte espiritual de nuestro ser alojamos nuestros sentimientos, nuestros conocimientos, desde ella podemos penetrar en las profundidades de la realidad en busca de la verdad; gracias a nuestra dimensión espiritual, nos percibimos a nosotros mismos formando parte de la sociedad que nos rodea. Este hecho de nuestra doble dimensión nos hace diferentes y superiores a cualquier otro ser de la Tierra y nos hace acreedores de una serie de derechos inalienables que ningún Estado, institución o persona nos puede arrebatar porque están determinados por la Ley Natural. Esta condición de seres diferentes y superiores nos hace también deudores de deberes, porque todo derecho, para serlo, ha de tener su contrapeso como deber.

El desarrollo integral y equilibrado de la persona humana, exige el desarrollo de ambas dimensiones: la dimensión corporal y la dimensión espiritual, cada una de ellas a su tiempo y en función de la evolución de cada persona, teniendo en cuenta la interrelación que existe entre ellas: todo lo que le ocurre al cuerpo repercute en el espíritu y viceversa. Cuando se desarrolla o se prima cualquiera de estas dimensiones, en detrimento de la otra, la persona evoluciona desequilibrada, perdida e incapacitada para encontrar su proyecto de vida y, por tanto, incapacitada para ser feliz.

Al hablar de sexo, no podemos olvidar que la totalidad de las células del ser humano son sexuadas, que la sexualidad no se reduce exclusivamente a los genitales, y su interacción con la espiritualidad de la persona tiene especial importancia. Por ello la educación en sexualidad, junto con la educación en religiosidad, quizá encierren las mayores dificultades para conseguir ese desarrollo equilibrado y armónico en la persona, del que venimos hablando.

Deducimos de todo lo anterior que el sexo no puede, ni debe, ser tratado como un mero elemento de diversión, como si esto no tuviera consecuencias. Las tiene y muy graves. ¿Hemos pensado, por un momento en el bullying en los colegios, tan de actualidad? Comenzar a tempranas edades a tratar el sexo como un elemento de placer y diversión, banalizarlo de este modo, cuando el niño o el adolescente no son capaces de discernir, conduce a su desequilibrio. Hablarles de sexo y su práctica entre ellos les incita a mostrar sus cuerpos directamente o a través de las redes. Todos aquellos que no lo hacen por vergüenza o porque sus padres tratan de educarlos en otros parámetros, o aquellos cuyos cuerpos no son perfectos, ¿no hemos pensado, por un momento, que pueden ser objeto de bullying? Las campañas que se ponen en marcha para evitarlo vemos que no dan resultado. ¿No será porque no hemos hecho un buen diagnóstico de las causas que lo producen y una de ellas puede ser la banalización del sexo?

A los jóvenes y quizá a los no tan jóvenes se les invita a unas fiestas centradas en una diversión basada en beber con moderación, tan difícil de controlar en esas circunstancias, y el sexo. Mezcla explosiva de graves consecuencias también. Cuando se practica el sexo se ponen en marcha todo el cuerpo y sus interacciones con la dimensión espiritual, por eso no es un acto banal y puede ser vivido de manera muy diferente por cada uno de los intervinientes ya que la persona puede sentirse utilizada como un objeto de placer, en ocasiones de usar y tirar, con los resultados a lo que eso le puede conducir. Me pregunto si entre sus consecuencias no nos encontraremos con matrimonios desestructurados, con violencia de hombres contra mujeres y, en algunos casos de mujeres contra hombres. Cuando hablamos de esta violencia que las leyes hasta ahora y, tras muchos años, no han sido capaces evitar, ¿no será que estos aspectos no han sido tenidos en cuenta en el diagnóstico de las causas? Creo que merece la pena pensarlo.

Intuyo que estas reflexiones son compartidas por muchas personas no sólo católicas; también por todas aquella que, con buena voluntad, les gustaría que las cosas fueran diferentes. Por ello creo que los políticos deberían facilitar un diálogo en profundidad sobre estos temas, un diálogo sosegado, con especialistas en la materia y con otras personas involucradas como asociaciones de padres, de educadores, otras asociaciones con planteamientos diferentes, etc. Un diálogo en el que se respetaran todas las opiniones, sin etiquetarlas, un diálogo, en definitiva, en busca de lo mejor para nuestra sociedad, es decir, en busca del bien común.

Javier Espinosa Martínez | Asociación Enraizados

5 comentarios en «El sexo, elemento de diversión. Sus consecuencias | Javier Espinosa Martínez»

  1. Gracias Javier por tu reflexión. Yo también creo para esa búsqueda del bien común es necesario el diálogo sostenido por una actitud de respeto y de escucha activa al otro.

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  2. Banalizamos las relaciones sexuales, cosificamos a las personas, relativizamos la vida y la muerte, despreciamos los valores de nuestros mayores, no frenamos la entrada de valores que despecian a las personas…
    ¡Bastante poco nos pasa!
    Gracias Javier por tus reflexiones.
    Un abrazo,
    Vicente

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  3. Sor Lucía la vidente de Fátima afirmaba a algunos Cardenales que la batalla final es la de la familia. La revolución sexual donde se aparta la fidelidad y la donación al otro así como la apertura a la vida es gravisima y cosifica a la persona. Adicionalmente ahora se pretende separar la procreación del acto de amor…..

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  4. El aumento exponencial de violaciones en grupo, por parte de menores, tiene, sin duda, la banalización del sexo en medios «des-educativos», el considerarlo como simple diversión y demás formas que se vienen extendiendo en las escuelas e institutos. Todo fomentado por el gobierno.

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