El pensamiento conservador | Julio García

El pensamiento conservador

«Sólo a un crítico muy superficial le sería imposible ver el eterno rebelde que hay en el corazón del conservador». (Chesterton).

El término “conservador” suscita múltiples reacciones y tiene diversos sentidos. Las campañas de desprestigio del término han llegado a tal punto que muchos que realmente se identifican con el pensamiento conservador caen en el “complejinismo” de negar rotundamente tal palabra para sí mismos, porque han interiorizado la propaganda del enemigo. Hay que hacer un esfuerzo por superar estos lavados de cerebro, que enturbian las ideas y arrinconan nuestro pensamiento. Y tener un poco más de valor. Este artículo está escrito también para quienes no tengan claro cuál es su forma de pensar -siendo ya de hecho realmente conservadores- de forma que adquieran conciencia de su verdadera identidad política.

En el momento actual, en el que el progresismo intenta monopolizar el debate y censurar al disidente, sólo parecen existir los significados peyorativos, aplicados, cómo no, al vocablo “conservador”.

Por ejemplo, el de “conservaduros”: aquellos que, a base de privilegios injustos e inmerecidos, tratan a toda costa de torcer la legalidad para seguir disfrutando de ventajas económicas. Sin embargo, un examen atento de la realidad nos indica el rápido ascenso de los miembros de la oligarquía partidista realmente existente (PSOE, PP, PNV, CAT, SUMAR), que disponen de sueldos de seis cifras, enchufes en chiringuitos, empresas públicas, o cargos diversos en empresas privadas que les premian, y que en ocasiones están implicados en redes clientelares o tramas corruptas. La antigua imagen del señor orondo con chistera y un puro que explotaba a pobres huerfanitos ha devenido ahora en las estampas del político en ejercicio, el cargo de chiringuito, o el expolítico atravesando las puertas giratorias… El término de “conservaduros” ha pasado a identificar a los políticos privilegiados de la izquierda, el separatismo y el centro.

También se habla de “estrategias conservadoras” como de algo sin fuerza, timorato, cobarde, con poca visión de futuro, en cualquier actuación de la vida. Sin embargo, vemos que, en muchos ámbitos, es lo mejor que se puede hacer. Ser conservador de la salud (prevención), de la seguridad laboral (planes de prevención cada vez más restrictivos), de la seguridad vial (límites de velocidad más estrictos y conducción más segura), de las infraestructuras, del patrimonio histórico o artístico, o del medio natural (conservacionismo), significa adoptar una actitud muy beneficiosa. En estos y en otros muchos casos, una estrategia conservadora significa más seguridad y una vida mejor para las personas.

Aquí vamos a tratar de una de las principales fuentes doctrinales en la acción política: el pensamiento conservador. Una visión política presente a lo largo de la Historia, especialmente en los dos últimos siglos, y que ha inspirado múltiples éxitos políticos.

El pensamiento conservador está basado en una filosofía del respeto a lo sagrado (en su más amplio sentido: la religión, la familia), al apego, a la continuidad histórica de una sociedad, materializada en sus tradiciones y costumbres; se caracteriza por un profundo realismo, defendiendo siempre las libertades concretas de las personas y los grupos sociales, y hace bandera de la excelencia en cultura y en méritos frente a los intentos utópicos de crear desde un Estado hipertrofiado sociedades igualitarias que pretenden arrasar todo lo existente.

Vamos a utilizar para la descripción resumida de las ideas conservadoras un libro muy interesante de Roger Scruton, Cómo ser conservador, Ed. Homo Legens. También usaremos como referencia el libro “Ser conservador es el nuevo punk”, (VVAA), de la Ed. La Esfera de los libros.

En el libro de Scruton está incluida la Declaración de París, un manifiesto europeo redactado en 2017 y firmado por un buen número de intelectuales, muchos de ellos españoles, que constituye una acertada síntesis de criterios y propuestas, y contiene la quintaesencia del pensamiento conservador del siglo XXI.

Describiremos brevemente los principios básicos del pensamiento conservador, en especial los más relevantes, y aquellos que consideramos de aplicación para España. En palabras del autor del prólogo del libro de Scruton, Enrique García-Máiquez, el “mínimo común conservador”, en el que muchos se reconocerán, sin duda.

Los principios conservadores:

Cristianismo como inspiración y raíz de nuestra sociedad; defensa de la dignidad humana frente a las visiones materialistas. Hay que restaurar la aspiración común hacia una conducta recta y hacia la excelencia.

Defensa de la Patria, la Nación, como identidad histórica y lealtad sostenida, representada en las actuales Naciones-Estado. El Ejército como exponente del máximo amor a la Patria.

Herencia común. La Patria, la sociedad y el orden político como unión cordial entre las personas fallecidas (nuestros antepasados), las personas vivas (nosotros), y las por venir (nuestros descendientes). Defensa de nuestras costumbres y tradiciones.

Protección de la familia, del matrimonio y de la educación de los hijos. Defensa de las figuras del padre y de la madre como educadores de los hijos, frente a los intentos de monopolizar la educación por el Estado.

La Enseñanza tiene como único objetivo enseñar o transmitir el conocimiento por sus legítimos protagonistas, los padres y profesores, frente a las visiones progresistas que utilizan a la enseñanza como un instrumento más de ingeniería social para adoctrinar y para promover de forma totalitaria el igualitarismo, bajo la dirección de falsos expertos y controlado por el Estado.

Libertad individual, dentro de un marco ordenado de referencia (cristianismo, patriotismo, Estado de Derecho); los gobiernos deben garantizar los derechos a la vida, la integridad, a las libertades personales y a la propiedad; controlar los derechos ilimitados de tipo “social” que plantean reivindicaciones permanentes frente al Estado, y que, llevados a la práctica, generan una espiral infinita de gastos clientelares; cuestionar las políticas que pretenden regular nuestra vida hasta el más mínimo detalle. Luchar contra los intentos cada vez más frecuentes y agresivos de coartar la libertad de expresión usando la corrección política, lo woke o la cultura de la cancelación, que intentan acallar las opiniones conservadoras o simplemente disidentes.

Defensa de la libertad de las asociaciones civiles, o cuerpos intermedios, frente a la idea de la “sociedad planificada” y el Estado centralizador (principio de subsidiariedad aplicado a la vida social). Ampliación del espacio en el que pueda prosperar la autonomía de la sociedad civil, sin dirección estatal ni planes políticos centrales, ni a través de la economía en exclusiva.

Pertenencia a una Europa cristiana y libre, constituida por Estados-Nación; esa es la herencia común, frente a la subordinación de los Estados a organismos supranacionales centralizados, globalizados y burocráticos constituidos por funcionarios o grupos de intereses no elegidos por nadie (principio de subsidiariedad aplicado al orden internacional).

Modelo cultural basado en la excelencia (animada por jerarquías sociales y culturales), la responsabilidad personal, en el estudio de nuestra historia, de la tradición clásica y de la auténtica belleza, y en la enseñanza de los deberes de las personas y el respeto, frente a las falsas visiones culturales críticas de nuestro pasado, transgresoras, de rechazo o repudio, individualistas, consumistas, tecnocráticas o basadas en fanatismos fundamentalistas, que quieren destruir nuestra civilización. No se debe reducir la sabiduría a mero conocimiento técnico. Nuestra cultura europea, nacional y fundada en el cristianismo es superior a cualquier otra y además es única e integradora, por lo que se rechaza la idea del “multiculturalismo”, que niega las raíces cristianas de Europa y quiere igualar todas las culturas, y contra una de sus consecuencias, la inmigración ilegal que no quiere integrarse y que crea tantos problemas. La inmigración sin asimilación dentro de la cultura europea es colonización, y debe ser rechazada.

Espíritu social, en favor de ampliar los beneficios de la pertenencia social a quienes no han conseguido adquirirlos por sí mismos, porque sus propios esfuerzos no les bastan para alcanzarlos. Pero evitando crear multitudes de “eternos dependientes” del Estado que se prolongan por generaciones, que provocan el despilfarro presupuestario, y contra el uso del Estado como mecanismo de ingeniería social para modelar un igualitarismo confiscatorio exacerbando los resentimientos sociales y creando una inmensa burocracia. Lucha contra la falacia socialista de la plusvalía, que propala la falsa idea de que “el pobre es pobre porque el rico se lo quita”, como si cada éxito de alguien fuera la causa del fracaso de otro (falacias de la suma cero y de la lucha de clases), y por ello el Estado quiere actuar “quitando a los ricos para dárselo a los pobres”.

La propiedad privada y el libre intercambio basados en la costumbre, la moral o en la legislación inspirada en el espíritu del acuerdo entre las partes -no en el control- y en su protección por una justicia independiente, constituyen la mejor manera de organizar el sistema económico y de producir y distribuir los recursos a través del mecanismo que fija libremente los precios; contra la idea socialista de que el Estado organiza mejor la Economía de forma centralizada o intervenida.

Defensa del trabajo humano, de los emprendedores, los autónomos y de las pequeñas y medianas empresas, y crítica a la globalización y a los excesos de las corporaciones globales, que no asumen internamente todos sus costes, los traspasan a las generaciones futuras o abusan de sus posiciones de dominio. El gigantismo de las corporaciones amenaza no sólo al libre mercado sino incluso a la soberanía política; las naciones necesitan cooperar para dominar la falta de mesura de las fuerzas económicas globales. No debe someterse todo a la lógica del mercado -no todo está en venta-, ni transformar la economía de disciplina instrumental en ideología, constituyéndose en un fin en sí misma. También frente al consumismo a ultranza.

Principio de prudencia y de respeto por la realidad. Sin perder el dinamismo en la acción social o política, estudiar cada posible cambio social o nueva medida política a la luz de las experiencias pasadas y de la idiosincrasia de cada país, con lealtad a las propias tradiciones, así como el apego a lo local, lo concreto, lo próximo (barrios, municipios, comarcas, la propiedad familiar).Como dice Scruton, “las cosas buenas son fáciles de destruir, pero no son fáciles de crear”.

Dada su defensa natural de la ley y el orden, los conservadores en general se resisten a la ruptura traumática con lo existente. Prefieren aceptar la legalidad -aunque sea muy negativa-, y, una vez en el poder, modificarla a fondo con cambios graduales. Si en siglos anteriores (XIX, XX), había otras opciones, ahora en el siglo XXI los conservadores no van a defender como proyecto político de futuro ni el acceso revolucionario, insurreccional o violento al poder, ni golpes de estado, ni dictaduras (militares o civiles), ni terrorismo, ni guerrillas, ni sistemas de partido único, ni utopías imposibles, ni el retorno a sistemas eliminados por la Historia, ni nada parecido a modelos basados en la unanimidad impuesta, ni la violencia como estrategia política, porque todas estas prácticas de acceder o mantener el poder son ahora, en el siglo XXI, monopolio del “Eje del Mal”: Comunismo, separatismos, fundamentalismos religiosos o teocracias (nunca cristianos), PRIs a la mexicana, socialismos bolivarianos o, como estamos viendo cada vez con más crudeza incluso en Europa, dictaduras de facto disfrazadas de democracias globalistas.

Parafraseando a de Maistre, ser conservador “no será en absoluto el progresismo en contrario, sino lo contrario del progresismo”.

Los conservadores son también muy críticos con la realidad actual, de dominio progresista. Por ello, están en las antípodas de la actitud “centrista” (en España el PP), que adopta sin discusión los prejuicios progresistas, o trabaja con ellos desde una posición de inferioridad, por lo que hay que evitar cualquier contacto o zona en común con cualesquiera fuerzas disgregadoras.

¿Cómo se puede intervenir activamente en el momento actual? La alternativa ya existe. Está organizada en torno a los movimientos conservadores, patriotas y soberanistas, como la mejor forma de enfrentarse al panorama progresista, a los intentos totalitarios y a las visiones destructivas de nuestra civilización. Citamos: “[Estos movimientos] desafían la dictadura del status quo, el “fanatismo del centro”, y lo hacen con razón. Es un signo de que incluso en medio de nuestra degradada y empobrecida cultura política, la voluntad histórica de los pueblos europeos puede renacer.” (Declaración de París, 2017).

Julio García | escritor

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