La derecha soberanista y patriótica está siendo excluida sistemáticamente de los gobiernos en toda Europa, mientras las élites globalistas de izquierdas manipulan las elecciones y utilizan el poder judicial como herramienta para mantener su hegemonía. La estrategia es clara: impedir a toda costa el avance del movimiento patriótico a través de la censura, la represión y la criminalización de sus líderes.
Uno de los ejemplos más escandalosos de esta estrategia es el caso de Călin Georgescu en Rumanía. Cuando las encuestas indicaron que ganaría la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, el sistema globalista actuó rápidamente. Días antes de la votación decisiva, el Tribunal Constitucional de Rumanía anuló la primera vuelta alegando una supuesta interferencia rusa.
Pero la maniobra no logró frenar a Georgescu, cuyo apoyo popular se mantuvo firme. Como era de esperar, las élites no podían permitirlo. A finales de febrero, fue detenido en Bucarest mientras se dirigía a registrar su candidatura para las elecciones. Se le imputaron seis cargos, entre ellos presuntas fuentes de financiación ilegal y difusión de información falsa en su campaña. Adicionalmente, se le prohibió salir del país y abrir nuevas cuentas en redes sociales. Ahora, se le ha vetado su participación en las elecciones presidenciales, lo que él mismo ha denunciado como un “golpe directo al corazón de la democracia en todo el mundo”.
La exclusión de líderes y partidos patrióticos de la arena política no es un fenómeno aislado. En toda Europa, la maquinaria globalista se esfuerza por mantener su control, incluso si eso significa ignorar o criminalizar la voluntad popular.
En Alemania, el partido Alternativa para Alemania (AfD) logró el 20% de los votos y quedó en segundo lugar, pero fue excluido del Gobierno en favor de los socialdemócratas de izquierda, a pesar de que estos últimos obtuvieron su peor resultado electoral desde 1945.
En Austria, el Partido de la Libertad (FPÖ), conocido por su firme oposición a la inmigración masiva ilegal, ganó las elecciones en octubre pasado. Sin embargo, una coalición de partidos globalistas se confabuló para mantenerlo fuera del poder, en una demostración clara de cómo las élites prefieren pactar entre sí antes que respetar el mandato democrático.
En Francia, la persecución judicial también es evidente. Marine Le Pen se enfrenta un juicio el próximo 31 de marzo, donde podría ser inhabilitada durante cinco años bajo el pretexto de un supuesto “mal uso de fondos de la UE”. No es casualidad que esta acción legal surja en un momento crítico, justo cuando el movimiento soberanista gana terreno en Francia.
El patrón es evidente: el globalismo no puede consentir que el patriotismo avance en Europa. Saben que el auge de estos movimientos representa una amenaza real para su dictadura ideológica. No pueden tolerar la crítica, ni la disidencia, ni mucho menos la oposición política efectiva.
Las elecciones, los tribunales y los medios de comunicación son usados como armas para aplastar cualquier desafío al status quo globalista. Mientras tanto, las élites continúan promoviendo una agenda que erosiona la soberanía de las naciones y socava los valores tradicionales que han definido a Europa durante siglos.
La Unión Europea avanza sin disimulo hacia un totalitarismo disfrazado de democracia. Su modelo ‘democrático’ solo es válido cuando beneficia a la agenda globalista de Bruselas; si alguien osa desafiar el sistema, es silenciado, censurado o incluso encarcelado.
La democracia en Europa está bajo amenaza. Lo sucedido en Rumanía, Austria, Alemania o Francia es solo un adelanto de lo que podría ocurrir en otros países donde los ciudadanos intenten recuperar su soberanía. El silencio cómplice del Partido Popular Europeo y los socialistas no solo legitima esta represión, sino que sienta un precedente peligroso que amenaza las libertades políticas en toda la Unión Europea.
Europa se encuentra en una encrucijada histórica. El enfrentamiento no es solo una lucha política; es una batalla por la democracia, la libertad y el derecho de las naciones a decidir su propio destino.
La élite globalista ha demostrado que no dudará en usar cualquier medio para perpetuarse en el poder. Sin embargo, la resistencia patriótica crece día a día. La voluntad del pueblo no puede ser suprimida indefinidamente. Europa debe despertar y rechazar esta dictadura disfrazada de democracia antes de que sea demasiado tarde.
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