No quiere uno dárselas de listillo, pero lo sabía. Si hay humo es que hay fuego. Si hay fango es que hay lluvia. Tras el “errejonazo” sexual, los conmilitones del voraz depredador estaban obligados… ¿A qué?… Pues a proponer una nueva tanda de provechosos cursillos para hacer frente al escándalo, es decir, para escurrir el bulto (nunca peor dicho), y de paso modelar la mente y el espíritu del paisanaje, cuando menos de esa fracción del mismo compuesta por “los hombres que por la calle se giran para mirar los andares de las mujeres”. Esos babeantes trogloditas programados genéticamente para acometer todo tipo de abusos y tocamientos. “El violador eres tú”. En realidad, era él, uno de los suyos: el “violeta” (presunto) con cara de niño.
La querencia por los cursillos es algo congénito a esta izquierda “woke”, atorrante y cansina, que día tras día socava los cimientos de la civilización occidental. La antañona fórmula de la “reeducación” socialista de parásitos, criminales y disidentes a través del trabajo forzado (“archipiélago Gulag” y similares) deviene, en estos más aseados tiempos, en los cursillos de marras. Dale la gestión de cursillos a un progre, cursillos de lo que sea, y le haces feliz. No tiene la izquierda suficiente con programar, o condicionar, el modo de vida material de la gente poniendo trabas a toda iniciativa privada tendente al desarrollo económico, más normativas, impuestos, permisos (Barcelona: instalación de un sanitario para minusválidos en una colchonería, caso rigurosamente cierto). El paraíso en la tierra del nuevo socialismo: el decrecimiento económico (modelo para el Ensanche de Barcelona adoptado por Ada Colau). En otras palabras, el empobrecimiento regulado y dirigido por las administraciones. Es la nostalgia de las colas de racionamiento que a todos igualan (altos, bajos, feos, guapos, tontos y no tan tontos), con cartillas selladas: un bote de aceite por persona y mes. Ayudas no contributivas para ir tirando a cambio de la inquebrantable lealtad electoral al partido gobernante. Esas colas, con trapicheo de cupones, habituales en la bolivariana Venezuela, que tanto conmueven a Errejón. Y es que el clima tropical y la sandunga impelen a los nativos a concentrarse ante los economatos “para hacer vida social porque les chifla la calle”. Eso dijo el interfecto… blandiendo alegremente su chisme erecto.
Pero no basta. Quieren más. Y como “okupas” en una casa ajena, miran de colarse en tu intimidad. Si te descuidas, pasan a esculpir, como si fueras un bloque de arcilla, tu alma, tu mente, tu propia cosmovisión. Y de qué herramienta echan mano… de una batería de cursillos, que, además, es una bonita manera de dilapidar recursos públicos (fondos nacionales o europeos, que lo mismo da). Pintiparada para buscar complicidades: entidades diversas y, en primera fila, los sindicatos llamados de “clase” (qué clase de sindicatos), encargados de la impartición de los mismos en las empresas.
Ahora los hay también para dueños de mascotas con arreglo a la nueva legislación animalista, incluida esa señora de una edad provecta que camina con ayuda de un bastón, acompañada de su perrito faldero. “Doña “Patro”, que no me pasea al chihuahua correctamente y la voy a suspender”. “Esa brusca flexión para recoger el popó de “Linda” no está homologada y podría ocasionarle una lesión esquelética de carácter grave”. Hay más en botica, sea el caso de los cursillos para combatir las así denominadas “masculinidades tóxicas” y construir a ese hombre del futuro al que, entre otros, adornará el atributo de una indómita propensión a la emotividad lacrimógena. Hemos pasado de la rancia divisa “los hombres no lloran” a la imperiosa necesidad de que lo hagan a todas horas, sin medida, a moco tendido… “Pero, llora, que no eres menos hombre por llorar… ¡Llora de una p*** vez, no me seas un “señoro” de derechas, un machirulo cazador de ciervos!”… “Es que no me sale, no me apetece”… “¡Que te digo que llores! ¡Es una orden!”. Es la rutilante epifanía del hombre nuevo, el “Homo Plorans”, que tiene su hábitat predilecto en los platós de los magazines de TV.
La cuestión es que en el partido de Errejón sustanciarán, afirman sus mandamases, la polémica desatada por la conducta verrionda de su más eximio dirigente mediante cursillos “anti-acoso”. Juran (perjuran) que nada sabían de la procacidad y lascivia del rijoso casanova, siempre pronto a la carnal coyunda con las más agraciadas “groupies” del partido, actrices e “influencers”, por lo general malas las primeras, tontas las segundas. Para ellas la felicidad suprema consistía en llegar “borrachas y solas” a casa, pero si el jefe andaba al quite, las “errejonaba” sin compasión sobre el sofá, dijeran que “sólo sí es sí” o hicieran la excepción, por ser vos quien sois. Y es que el cansadamas, de ahí el silencio cómplice de Yolanda Díaz, “era un activo político de primer orden para el partido”. Y ésa fue la causa por la que la bellísima actriz, Elisa Mouliaá, tardara lo suyo en presentar la denuncia. El inverecundo Errejón era su ídolo, pero “sólo le interesaba mi cuerpo”, ha declarado la dama ultrajada. Lo que demuestra la enfermiza fijación del “asaltador de cielos” por el aspecto más superficial, epidérmico, de la condición y la naturaleza femeninas. Tras contemplar a la víctima en diversas fotografías, la señorita Mouliaá me era completamente desconocida, salta a la vista que, en efecto, el “cosificador” Errejón es un tipo inmaduro y envilecido por las pulsiones más elementales, pues la actriz transmite, a cualquiera que tenga ojos en la cara, que es una persona fascinante, dotada de una rica vida interior.
Un buen amigo me dice que la Dirección de Correos, empresa pública financiada a través de los PGE, adoctrina a la plantilla mediante la impartición de cursillos de “Igualdad” inspirados en el “universo” LGTBI. Al parecer, en un anexo del convenio se cita expresamente la existencia de dos tipos de cursillos, los de promoción profesional (“quiero ser jefecillo”) y los de adaptación a los nuevos procesos productivos. Y que sin tener cabida en esa escueta tipología, le atizan a los empleados esa turra cargante, “soy una mariposa atrapada en el cuerpo de un saltamontes”, con carácter de obligatoriedad, contraviniendo el propio convenio y el derecho fundamental, reconocido en la Carta Magna, a la elaboración individual de las ideas propias (libertad de pensamiento). Si eso sucede en Correos, toda la Administración va detrás. Otro cursillo más para el currículo, a saber: quiero que comas polvo de insectos. Quiero que llores. Y que recicles, o mejor aún, te recicles. Quiero que deconstruyas tu masculinidad y que te sientas culpable por mirarle el trasero a la vecina del quinto. Quiero controlar tu mente, y lo que te gusta y no te gusta en el amor (de “Qué sabe nadie”, Raphael). Porque eres mío, me perteneces. No te resistas. Un nuevo cursillo te está esperando. Y la cineasta Icíar Bollaín rodará la segunda parte de “Soy Nevenka”, que titulará “Soy Elisa Mouliaá”. Y, colorín colorado, le darán un montón de estatuillas en la gala de los “Goya”. Almodóvar, “transicionado” por entonces a jibia panameña, presidirá la ceremonia.
Javier Toledano | Escritor
Comparte en Redes Sociales |
Evita la censura de Internet suscribiéndose directamente a nuestro canal de Telegram, Newsletter |
Síguenos en Telegram: https://t.me/AdelanteEP |
Twitter (X) : https://twitter.com/adelante_esp |
Web: https://adelanteespana.com/ |
Facebook: https://www.facebook.com/AdelanteEspana/ |
1 comentario en «Cursillos vendo, que para mí no tengo | Javier Toledano»
Un artículo magnífico.