Cuba: la utopía de unos, la prisión de otros | Alejandra Soto

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Hace unos días, por curiosidades de la vida, terminé comiendo con un matrimonio joven de cubanos recién llegados a España. Entre preguntas triviales que todos hacemos al conocer gente nueva, salió el ¿y por qué habéis dejado vuestro hogar para veniros a Madrid? Lo que nadie esperaba fue una respuesta tan sincera y con tanto nivel de detalle: “Eso no es un hogar, es una prisión, una mentira, un país tercermundista tan arruinado, que aun estando totalmente rodeado de costa debe importar hasta la sal y el pescado”. Se hizo el silencio. Todos queríamos saber más, pero ninguno quería meter el dedo en la llaga. No hizo falta preguntar. Ellos mismos querían dar a conocer la verdadera situación de Cuba desde la llegada de la revolución.

Hambre y miseria. Eso es lo que esconde Cuba tras el telón de hoteles de lujo y playas paradisíacas de donde los turistas no deben – ni pueden – salir. No hay trabajo para nadie, la gente sale cada mañana en busca de lo que sea para poder llevar comida a casa. Si quieres carne, suponiendo que hubiera en la tienda, debes hacer cola desde la noche anterior a la apertura de la tienda y rezar para que quede algo a tu alcance cuando sea tu turno. Hay quienes venden hasta palomas. No se ven muchas por la isla.

Los medios de transporte están completamente desfasados, flotas de autobuses con más de 70 años, sistemas de trenes que corren la misma suerte. Los estudiantes van a sus centros enganchados en las puertas de los autobuses con medio cuerpo fuera, las puertas se rompieron hace décadas, y el aforo no se sabe lo que es. La mítica imagen de indios cogiendo trenes en el país asiático, es tan cubana como el ron, aunque eso no salga en los medios de comunicación. La formación de sus estudiantes deja mucho que desear, todo es marketing, luego se preguntan por qué tantos países se niegan a homologar sus carreras. Solo deberían mirar el material del que disponen para aprender: ninguno.

La salud “pública” es puro humor negro. Necesitas contactos en el hospital para conseguir una cita, una revisión, una operación. Tienes que llevar tus sabanas, toallas, almohada y hasta las vendas y el inyectable que necesites (averigua tú de dónde lo sacas, porque en las farmacias probablemente tampoco haya). En los baños no suele haber agua ¿caliente?, ni corriente siquiera, lleva tu jabón para asearte y aprende a hacerlo rápido o las cucarachas de comerán vivo antes de salir de ahí. No esperes una receta de tu médico, es una pérdida de tiempo. De tres medicamentos que te prescribirá, dos no llegan a Cuba y uno con suerte llegará caducado al hospital en unas semanas. Casi mejor píllate de éstas y aquellas hierbas medicinales. No te curarán, pero algo aliviarán.

Y mejor no hablemos de la propiedad. La compraventa de viviendas está prohibida, hereda lo que puedas y no intentes aspirar a más. Nada se construye, todo se arregla, o se intenta al menos, con los materiales que hay. Si no es un hotel, ni lo intentes vaya. ¿Te envían a trabajar al extranjero en una de estas misiones internacionales para dar la imagen de progreso? Solo recibirás el 25% de tu sueldo, que ya el 75% restante se lo queda el Gobierno cubano. ¡Ah! Y por supuesto que tu parte se ingresará en una cuenta a la que solo tendrás acceso en Cuba, no sea que se te ocurra escapar de la isla. Tu familia no te puede acompañar, lo siento, aquí te esperan, no sea que decidas no volver.

¿Has llegado a los 18 años sin morir de hambre? Enhorabuena. Te espera un año de mili obligatoria en el que no podemos garantizarte que no vuelvas a casa en una caja de pino y con los pies por delante. Lo siento, la vida es dura. ¿Te quieres ir a Estados Unidos a labrarte una vida mejor? Lo siento. Está prohibido. Prueba a entrar ilegalmente en una patera o atravesando la selva. Si sobrevives, seguramente te repatrien, pero bueno, habrá sido un buen intento.

Acudir a la nacionalidad española de tus abuelos para poder marchar del país, es lo mejor que te puede pasar en la vida. En España habrá crisis, pero no desde luego este nivel de miseria (por ahora, al menos). Ahora tu misión es otra, enviar mensualmente paquetes a tus familiares que no han corrido con la misma suerte, para poder hacerles llegar cosas tan básicas como cepillos de dientes y esponjas. La gente en correos te mirará mal, por esos paquetes tan abultados de cosas tan triviales, pero ellos no saben lo que tú has tenido que vivir. Ya se han encargado otros de que no lo sepan. Así que no pierdas el tiempo en sentirte mal y empieza a gritar a los cuatro vientos la cruda realidad que está viviendo ahora mismo tu país. Solo tú puedes salvarlo.

Alejandra Soto | Abogada

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