Hace décadas a Cruz Roja Española en Cataluña se le cayó el gentilicio y pasó a llamarse “Creu Roja” (Cruz Roja), monda y lironda y, cómo no, en catalán. Ignoro si la E de España también se ha desprendido en otras regiones. Me malicio que sí, pero es una mera suposición. Durante una temporada fui donante asociado. Una señorita me captó por la calle, pero no en una esquina. Quién, en su sano juicio, le habría dicho que no a aquella criatura. Era dulce y rebosante de buenas intenciones en medio del ajetreo diario, y tantas veces hostil, de la gran ciudad. Encajaba a las mil maravillas en las expectativas que despierta esa centenaria organización en el común de los mortales: gente altruista que arriesga su propia vida para asistir y socorrer a personas necesitadas y dolientes, abatidas por los guantazos que da la vida o por tragedias espantosas: hambrunas, epidemias, inundaciones y guerras crudelísimas. Y me sentí de fábula al apuntarme: “qué corazón el mío, no me cabe en el pecho… me conmueve a mí propio tanta bondad”.
Hete aquí, que al poco de inscribirme, va el huracán Katrina y devasta regiones enteras de Estados Unidos e inunda Nueva Orleans. Y en esas que un portavoz de la afamada ONG depone (verbalmente, pero también encaja en este caso la acepción alternativa) unas declaraciones que tienen, en aquella hora, eco mediático. Cruz Roja Internacional no socorrerá a las víctimas de la catástrofe porque EE.UU es un país rico y no necesita ayuda. Ése fue el busilis del mensaje. Perfecto, me dije. De modo que, según esa doctrina insólita, si uno va a echarle un flotador a alguien que se está ahogando hay que preguntarle primero por su patrimonio: “Dígame, caballero: ¿Cuánto cobra mensualmente y qué propiedades tiene?… Porque si su cuenta corriente pasa de cien mil dólares no le puedo lanzar el salvavidas, lo he de reservar para alguien con una renta inferior”… “¡Pero…!”, replica el otro, “¡Que me estoy ahogando, joder… que no sé nadar!”.
Y es que a las denominadas “ONG” les ha dado por sumarse a sectarias banderías. La bellísima actriz Scarlett Johansson fue destituida como “embajadora” de Oxfam por el atroz delito de publicitar una marca de refrescos israelí. ¡Abyecto crimen!… La misma, Oxfam, que ha sacudido de un puntapié, no nuestras conciencias, pero sí nuestras blanduras más sensibles con una campaña de rojos estandartes y mensajes de estilo podemita: “Lo que no pagan los ricos, lo pagamos nosotros”. Arrea, demagogia populista para paladares poco exigentes. Y qué decir de Unicef, que se avino a estampar su logo en la camiseta del Barça, el club deportivo (sic) más corrupto del mundo occidental.
Cruz Roja en Cataluña, por boca de su nomenclatura, ha protagonizado declaraciones y eventos favorables al adoctrinamiento identitario orquestado por nuestro particularismo enragé, posicionamiento que ha motivado la baja escalonada de unos cuantos socios muy cercanos al abajo firmante. No hablo, pues, a humo de pajas. Recientemente, Cruz Roja ha salido al paso de un solemne anuncio de Òmnium Cultural (con la tilde ortográfica hacia la izquierda “porque yo lo valgo”), que es una de las plataformas más fanatizadas de nuestro aborigenismo exaltado. Recordemos que su anterior presidente, Muriel Casals (RIP), declaró que a los padres que litigan por librar a sus hijos de la inmersión obligatoria en la escuela, habría que retirarles la patria potestad por convertir a los críos en bichos raros aislados del resto del aula. Murió la doña, prematuramente, en las calles de Barcelona atropellada por un ciclista. Irreparable pérdida para la Humanidad.
La entidad (Òmnium) fundada durante el franquismo por el padre del finado Félix Millet, el cantamañanas del escándalo del “Palau de la Música”, ha diseñado una campaña difícilmente descriptible denominada “Revoltes” (Revueltas), destinada a fortalecer el sentimiento de pertenencia y que, literalmente, “persigue fusionar la memoria histórica, las luchas y realidades del presente y los retos del futuro para lograr un país más cohesionado”. Dicho a la pata la llana: una mamandurria y una gilipollez. Colaboran, cómo no, el gobierno regional y el ayuntamiento de Barcelona, esto es, la dupla formada por Colau–Collboni (PSC). Ítem más, con ese desparpajo que le caracteriza, pues todo lo puede y nadie le chista, ha incorporado a la verbena los logos de Cáritas diocesana y de Cruz Roja (Creu Roja). Y, por una vez en la vida, ambas entidades han emitido matizadísimas notas de protesta, como sujetándose la pilila con papel de fumar, para desmentir esa pretendida colaboración, aduciendo en ambos casos que se han limitado a asistir a la presentación de algún acto “aislado” y “a nivel local”. Cabe decir que todos los actos que se celebran en el ancho mundo son “aislados” y “locales”, aunque gocen, como los aquí referidos, de repercusión planetaria. Pero de eso a considerarse “estrechos colaboradores” media un trecho y sostienen que se ha hecho un uso abusivo, y no autorizado, de sus siglas.
Cruz Roja ha ido más allá de lo exigible, turpísimo desliz, alegando que declinó participar en la campaña de marras atendiendo a su acreditada y estatutaria “neutralidad política”. Òmnium (Jordi Cuixart) lideró junto a otras entidades afines, Plataforma Per la Llengua, ANC (donde milita el gran actor Viggo Mortensen), sindicatos, partidos políticos, asociaciones vecinales, consistorios y colegios profesionales, un golpe de Estado (que los tribunales, atenta la guarida, llamaron “sedición”) desde las instituciones contra el marco legal vigente, cierto que sin carros de combate, en desuso hoy para esos menesteres, pero sí con cientos de tractores de “Unió de Pagesos” colapsando las carreteras de nuestra red viaria, sucedáneo agropecuario de las temibles Panzerdivisionen. Al declararse “políticamente neutral” en semejante escenario, Cruz Roja afirma que no está del lado de los golpistas. Sí… pero tampoco del lado de quienes respetan ley y convivencia y no van por ahí subvirtiendo el ordenamiento constitucional tomando instalaciones aeroportuarias o quemando contenedores. Cuando alguien se declara neutral en una situación crítica, extrema, pongamos por caso, entre el pistolero Txapote (ayer honrado por el ayuntamiento de Galdácano como «víctima del fenómeno terrorista”), con el hierro humeante en la mano, y la desprevenida y vulnerable nuca de Gregorio Ordóñez o de Miguel Ángel Blanco, quiere decir, no cabiendo moralmente entrambos equidistancia de ningún tipo, que en realidad no es neutral, que esa pregonada neutralidad es un cuento chino y que, por cobardía o por lo que sea, está, acabáramos, del lado del criminal. Lo mismo de Txapote que de los golpistas.
Quiere decirse que sabré muy bien qué hacer cuando en la próxima cuestación callejera me presenten una hucha tintineante con el emblema impreso de Cruz Roja. Perdón, de Creu Roja. Hay, a buen seguro, otras muy dignas asociaciones con las que colaborar desinteresadamente mediante un óbolo modesto. Y es que a gala tengo el decir que yo, a diferencia de Cruz Roja (antes Española), no soy neutral.
Javier Toledano | Escritor