Callejeros | Paco Álvarez

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Mientras sigue muriendo gente cada día por culpa de la pandemia, algunos ayuntamientos con orejeras tienen clara su agenda: cambiar los nombres de las calles. Fundamental. El problema es que suelen pasarse siete pueblos. Hace no mucho vimos lo de Palma, donde retiraban los nombres de Churruca o Gravina, héroes de Trafalgar (1805) por franquistas ¿? Y cada día vemos cómo en Barcelona Ada Colau, empeñada en gobernar sólo para unos cuantos de sus vecinos, retira cualquier señal que indique que Barcelona es parte de España. Ni los Reyes Católicos fueron respetados y ya no tienen Avenida, al igual que el Príncipe de Asturias, o Don Juan Carlos I, eliminados todos supongo que también por franquistas del callejero de la ciudad condal. Creo que ya está bien de tanta tontería. Creo Colau, francamente, que te has colau. Esta señora es por desgracia alcaldesa de una ciudad que antes era cosmopolita y moderna y hoy es una sombra, una mueca gris, de lo que fue.

En el callejero de Barcelona han borrado a “todos los fachas” como el almirante del siglo XVI Rafael Aixada, o la Plaza de la Hispanidad… Sí continúan en cambio con honores las calles de Sabino Arana, autor de frases tan solidarias y demócratas como: “Tanto nosotros podemos esperar más de cerca nuestro triunfo, cuanto España se encuentre más postrada y arruinada” o de opiniones tan feministas como “La mujer (…) es inferior al hombre en cabeza y en corazón”. En la web https://racialistascatalanes.home.blog/ encontramos los datos de otros insignes que también tienen calle, como el insigne Domènec Martí i Julià, autor de frases tan poco racistas como: “Si los catalanes perdieran su idiosincrasia, su personalidad natural, se verían reducidos a la condición de hombres inferiores”. Pompeu Gener, no tiene calle; tiene plaza, cerca de la Barceloneta. Este superhombre afirmaba cosas tan nazis como: “Los catalanes de sangre aria no se limitan a las buenas palabras: actúan (…) La patria como yo la entiendo no es otra cosa que el sentido de la raza y la cultura superior (…) creemos que nuestro pueblo es una raza superior a la mayoría de las que forman España”. Vamos, ni Goebbels borracho habría llegado a tanto… Pero aún hay más: Valentí Almirall, también con plaza en su nombre en Barcelona, opinaba que: “Muchos de los defectos que muestra la raza catalana le han sido contagiados; para regenerarse ha de empezar por deshacerse de todo lo postizo que le ha sido impuesto”. Con monumento escultórico en la plaza de Tetuán del ensanche barcelonés destaca el Dr. Robert y Yarzábal, antiguo alcalde nada racista a tenor de sus afirmaciones: ““Hay monos como el saimiri, con un ángulo facial de 66º al paso que se observan hombres de raza negra en los que sólo mide de 65º a 70º; bastante menos que en el blanco que alcanza hasta 80º. Los negros se parecen a los monos por el cráneo comprimido”. Prat de la Riba, otro de estos, también tiene plaza con su nombre en Barcelona. ¿Alguna de sus opiniones?: “Los pueblos bárbaros han de ser sometidos de buen grado o a la fuerza. Las potencias cultas tienen el deber de expansionarse sobre las poblaciones retrasadas”. Francesc Macià tiene también plaza en Barcelona. Era un pacifista que opinaba que: “Es necesario que la tierra catalana se riegue con sangre de los defensores de la máxima liberación (…) Ser combatiente de la acción directa (…) significa imponer Browning en mano el respeto a la dignidad de la raza”. Pere Coromines también tiene plaza, en honra de sus opiniones públicas como: “Ninguna contingencia humana puede impedir a la raza catalana el cumplimiento de su destino”. Vicenç Albert Ballester tiene en vez de plaza, plazoleta, más recogida. Entre otras lindezas opinaba que: “Un odio glorioso arrasa una montaña. Nuestro odio titán contra la vil España es gigantesco y loco, es grande, divino y sublime; hasta odiamos su nombre, el grito y la memoria, sus tradiciones, su estéril historia e incluso a sus propios hijos nosotros maldecimos”. ¿Y esto, no lo consideran incitación al odio? Rovira i Virgili en cambio no tiene plaza sino calle en Barcelona. Este “señor” opinaba que: “Si en el nordeste de la península predomina un tipo craneano diferenciado, los catalanes no vamos a deformarnos el cráneo en aras de la unidad española”. Y así podríamos seguir un rato largo, enumerando nombres de calles en honor de personas que destilaban odios e ideologías asquerosas, supremacistas, nacional-socialistas y similares. Simplezas de aldea y “raza” tan burdas e insultantes que harían sonrojarse a Himmler. Pero Colau, otra muestra de la raza superior, no opina que haya que limpiar el callejero de esa gentuza, sino del Almirante Cervera o de los Borbones. Tal vez tenga razón la señora; tal vez sea mejor que nuestros héroes no compartan callejero con esos mamarrachos.

Puede pensarse que eso que dijeron los próceres citados es de hace mucho, lo que no excusaría su conveniente retirada del nomenclátor de calles catalanas, pero es que todavía en el 2020 en el pregón de las fiestas de la Merced en Barcelona, el pregonero, un payaso (no lo insulto, es que esa es su profesión) llamado Jaume Mateu Bullich  llamó “inadaptados” a los castellanohablantes de Cataluña, que por cierto son todavía la mayoría de la población. Lo fuerte no es la opinión estúpida de este payaso, ni que se le dé pábulo, luz y taquígrafo. Lo fuerte es que después de semejante delito de odio la “Oficina para la No Discriminación” (OND) del Ayuntamiento de Barcelona opinara sobre esta afirmación que: “no puede considerarse un insulto y tampoco es discriminatorio”. Sin comentarios.

¿Pero por qué esta inquina en honrar a a pseudo nazis y borrar a los demócratas o a los héroes que tenemos en común? La respuesta ya la dio George Orwell en su libro 1984:

“Todos los documentos han sido destruidos o falsificados, todos los discos han sido regrabados, todos los libros han sido otra vez escritos, los cuadros vueltos a pintar, las estatuas, las calles y los edificios tienen nuevos nombres y todas las fechas han sido alteradas”.

Colau, sospechosa Alcaldesa de 1984, se cree con derecho a cambiar los nombres de algunas calles, de intentar reescribir la Historia de la ciudad en la que su mandato tendencioso no es más que una triste anécdota, esperamos que breve. Y mientras tanto, sus compañeros osan presentarse para gobernar con el mismo criterio y la misma agenda de gestión la Comunidad de Madrid. No seré yo quien les vote. Para la mayoría de los madrileños, Franco está muerto y la guerra terminó hace mucho, mucho tiempo. El racismo y el nacionalismo no caben en las calles de Madrid, casa de todos. Los muertos que nos preocupan hoy son los que suceden cada día en nuestros hospitales por culpa de la pandemia de hoy, no los de la guerra de ayer.

Puestos a limpiar las calles catalanas, a cambiar sus nombres, empecemos por librarlas de los nombres de hombrecillos cuya única hazaña es sólo que se creían superiores a sus conciudadanos. Y por supuesto no permitamos que en Madrid nos crezca este moho totalitario y frentista. El 4 de mayo, cada quien será responsable de su voto. Elijamos bien.

Paco Álvarez | Escritor

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