Estaba estresada en el trabajo y comenzó a interesarse por temas de meditación budista y de reiki. Se apuntó a varios cursos y comenzó a meditar en casa hasta que un amigo le comentó que podía hacerlo de forma grupal. Raquel (nombre ficticio) decidió probar. No sabía entonces que se adentraba en un infierno del que no saldría hasta casi una década después, dejando por el camino a parte de su familia, amistades y unos 60.000 euros que ella fue donando «voluntariamente» a la causa. «El dinero, al final es lo de menos», reconoce ahora, después de haber conseguido alejarse de las garras de una secta liderada por un hombre del que prefiere no dar muchos detalles. «Al principio me parecía encantador. Es cierto que algunas cosas me chocaban como, por ejemplo, que algunas participantes se quedaran en la sala para darle un masaje al maestro espiritual», un hombre que bebía de todas las religiones para trasladar la espiritualidad a un plano superior al que solo unos pocos podían tener acceso. Por supuesto, era él quien hacía esa criba.
Persuasión progresiva
Naturalmente, el proceso es gradual, lento y sibilino, pequeños pasitos mediante el empleo de técnicas de persuasión coercitiva imperceptibles para la víctima. «Si tu quieres avanzar en la espiritualidad te decía que tenías que ir liberándote de lastres», cuenta Raquel. Por eso se tomaba la molestia de hacer un plan de manipulación personalizado para cada uno. De algunos buscaba sexo (maquillados con cursos de tantra), de otros trabajo gratuito a la «comunidad» (a él) y de Raquel sabía que podía sacar dinero. Así, no parece casual que su trabajo debía centrarse en «corregir» su «tacañería». Para ir allanando el terreno primero le recomendó libros. Luego llegaron retiros espirituales donde hacían ver a los nuevos integrantes que no formaban parte del núcleo «que ya estaba en una dimensión superior» para que los principiantes «desearan» también ser parte de los elegidos, de tal forma que cuando Raquel comenzó a ver gestos de aceptación hacia ella, le hacía sentirse especial. El control emocional es parte de la manipulación: bombardeo de amor y chutes de autoestima a cambio de nada. Porque las clases a las que asistió durante mucho tiempo fueron gratis: el gurú era un ser tan bondadoso que dedicaba su vida a los demás de forma altruista.
Las primeras concesiones
A los seis meses el nivel de manipulación ya empieza a dar sus primeros frutos. «Me decía, por ejemplo, que le encantaría tener una cruz de oro y acabas creyendo que, para trabajar la tacañería, debes regalársela, sino es que no estabas avanzando». Poco a poco ella empieza a hacer sus primeras concesiones. «El importe de los regalos iba subiendo y, cuando piensas que es demasiado dinero, dudas y entras en crisis. Cuando se lo haces saber, le haces partícipe de la fase en la que estás. Entonces te explica que él tiene siempre un motivo bueno para ti aunque tú no lo veas, te acabas sintiendo mal por haber dudado y acabas llorando arrepentida por haber cuestionado sus intenciones de tal forma que él salía reforzado de esas crisis». Es decir, le hacían creer que dudar y superar ese pensamiento era parte de ese proceso y de ir trabajando el «desapego». El bucle de dudar para luego continuar con más fuerza era infinito.
Confesiones para utilizar sus secretos
Además, él aprovechaba las sesiones grupales donde sus adeptos se «confesaban» para ir testando sus dudas, sus miedos, y para sacar información. Así iba reconstruyendo su pasado y utilizaba sus puntos débiles para amenazarles con contar algunas cosas. Para entonces Raquel ya se había desprendido prácticamente de todo su círculo: apenas hablaba con su familia, perdió todas sus amistades y todo su tiempo libre lo empleaba en lecturas y meditaciones. Es precisamente una de las técnicas de persuasión empleadas por las sectas, según explica el doctor en psicología social, José Miguel Cuevas, que ha tratado a muchas de estas víctimas. «El debilitamiento psicofísico es uno de los puntos del control ambiental: si duermes poco, te mantengo cansado y ocupado, no tienes tiempo de pensar ni replantearte nada». Y en esa rueda de hámster es donde estaba metida Raquel. «Leí más de 500 libros pero solo los que él autorizaba». La censura y el control de la información: otro de los puntos claves de estos embaucadores.
Separarla de su hijo
Su vida entera prácticamente era «avanzar» en su espiritualidad y el grupo, unas 60 personas con quienes compartes todo. Y es que el aislamiento es otra de las técnicas de manual de sectas. El maestro no se cortaba en cuestionar el amor hacia la familia. «Lo justificaba diciendo que los budistas creen que cualquiera puede ser tu madre en una vida pasada y que hay que amar a todos los seres por igual». Así, tergiversaba el contenido de las enseñanzas budistas para separarla de su propia madre. Incluso lo intentó con su hijo: de él no podía separarla pero sí logro que Raquel pasara el menor tiempo posible con el menor. «Al final te buscas la vida: niñera las horas que hagan falta e incluso en vacaciones o fines de semana porque sino no podía hacer un curso importantísimo de lo que fuera». A lo largo de los nueve años en los que Raquel estuvo metida en esta secta el goteo de «donaciones» no cesó: para organizar cursos de espiritualidad, para obras benéficas y colaboración con monasterios en Asia… cualquier excusa era buena aunque ella nunca veía que nada se hiciera efectivo. «Si surgía el tema se inventaba, por ejemplo, que había dado 6.000 euros para evitar el desahucio de una mujer. Eso sí, las obras de caridad tú no podías hacerlas por tu cuenta». Y es que el «código deontológico» del gurú estaba sembrado de llamativas excepciones: era cliente de prostitución pero lo hacía para «aliviar el karma» de estas mujeres.
“El diezmo o tu madre morirá”
La gota que colmó el vaso fue cuando comenzó a exigirle el diezmo. Según unas escrituras sagradas debía entregar la décima parte de sus beneficios hasta el punto de que en la última ocasión le pidió 8.000 euros. De lo contrario, su madre iba a morir. ¿Por qué? De ello se encargaría el «karma» y él lo sabía porque en algunas meditaciones al maestro le venían premoniciones. «Yo sabía que el dinero era para él. Lo tenía claro. Aquí las amenazas fueron tan fuertes que decidí desaparecer. Me di cuenta de que si tenía que hacer todo eso por una vida espiritual, no me interesaba». Ella fue muy valiente porque el proceso de «desintoxicación» no es sencillo, sobre todo después de tanto tiempo. Por delante vendrían años psicólogos y terapias para corregir algunas de las secuelas como estrés postraumático, trastornos de la identidad e incluso ansiedad y depresión. El verdadero problema de las sectas, según el doctor en psicología Cuevas, es que no hay recursos públicos para prestar atención específica a estas víctimas ni tampoco se destina un euro a la prevención. Para comenzar a salir es primordial un buen psicólogo. «Como no hay formación específica, muchos profesionales pueden confundir síntomas porque este tipo de víctimas puede presentar cuadros de delirio o disociación y ser compatibles, por ejemplo, con una esquizofrenia cuando realmente no lo es».
No hay formación
De la misma forma que denuncian un vacío asistencial también lo hay en el plano legal. Raquel lleva años batallando contra su líder porque tampoco hay formación específica entre jueces, fiscales o forenses. Carlos Bardavío, abogado especializado en sectas, reconoce que es una fenomenología criminal poco atendida. «Es como la violencia de género hace 50 años, no hay concienciación» a pesar de que, según el psicólogo Cuevas, ocurre más de lo que pensamos: una de cada cien personas es víctima de estas técnicas de persuasión. Para Bardavío, el comportamiento del líder es, claramente, un delito de coacciones, estafa e incluso de asociación ilícita, ya que el artículo 515.2 del Código Penal dice que lo serán «las que, aun teniendo por objeto un fin lícito, empleen medios violentos o de alteración o control de la personalidad para su consecución». El letrado asegura que es complicado probar en un juicio que las donaciones no han sido voluntarias y reconoce que cuando ha habido condena es porque ha existido violencia física, abuso sexual a menores o estafa. Los expertos señalan que, si bien no hay un perfil definido de víctima, es frecuente que sean personas de una formación y capacidad económica media-alta. Es importante desmontar clichés: no es gente «tonta» ni poco formada, simplemente han sido víctimas de un psicópata. Raquel ya logró lo más importante: salir del grupo. «Yo puedo rehacer mi vida pero él lleva el mal dentro y eso no tiene cura».
(Laura L. Álvarez. Diario La Razón)